¿Es el riesgo el precio del progreso?

Por José A. López Cerezo.
Aporte al debate del Proyecto Metas Educativas 2021 sobre el Espacio Iberoamericano del Conocimiento

Si hay algún tema en nuestro tiempo cuya importancia sea difícil deexagerar, el riesgo es ese tema. El mal de las vacas locas, lacontaminación urbana y medioambiental, los efectos de la telefoníacelular o del tabaquismo pasivo son algunas manifestaciones recientesde una problemática central para comprender la dinámica socialcontemporánea. Es otra forma de mirar al mundo actual profundamentetransformado por el conocimiento científico y la innovacióntecnológica: es la mirada a las amenazas generadas por esatransformación y puestas de manifiesto por ese conocimiento. Es el ladooscuro de la sociedad del conocimiento.

Como es conocido, la frase “sociedad del riesgo” fue introducida en1986 por un sociólogo alemán, Ulrick Beck, en un libro del mismo títuloque ha sido traducido al español. Con esa frase, Beck hacía referenciaa lo que entiende como nueva condición definitoria de la modernidad: lapresencia constante de amenazas para la salud y la naturaleza. Para eseautor, si la distribución de la riqueza, la distribución de bienes, erael eje de estructuración social en la sociedad del pasado, hoy ese ejetiende a ser la distribución de riesgos, la distribución de males.

Sin embargo, no se trata sólo de que hoy tengamos de vivir con más omayores peligros que en el pasado. La peligrosidad actual es de uncarácter muy distinto. Suelen indicarse tres notas definitorias. Enprimer lugar, hoy tenemos que hacer frente a amenazas de naturalezacatastrófica, que pueden afectar a buena parte de la humanidad. Sonamenazas que, a diferencia de los males de pasado, ya no respetan lasfronteras entre clases sociales, entre países o entre generaciones.Algunos ejemplos son las catástrofes nucleares, el deterioro de la capade ozono, los derramamientos de petróleo o los priones del mal de lasvacas locas. En segundo lugar, el riesgo hoy se encuentra en el centrode la vida cotidiana a nivel individual. Ante la diversidad de cursosde acción que abre el actual desarrollo científico-tecnológico, lastradiciones vinculantes del pasado han perdido hoy la fuerza pararegular la conducta individual, y tenemos que hacer frenteconstantemente a decisiones arriesgadas en nuestras vidas. Por ejemploal decidirnos en el supermercado por un tipo de carne, exponernos a unatécnica médica o encender un cigarrillo light. Y, en tercer lugar, lasamenazas actuales ya no se conceptualizan como peligros, es decir, comodaños inevitables. Prácticamente todos los males que hoy nos amenazanson entendidos como riesgos, es decir, como daños que resultan de laacción o de la omisión de la acción de algún ser humano. En el pasado,y quizá todavía en algunas culturas fuertemente ancladas en latradición o en los márgenes remotos de la industrialización, los malesse atribuían al destino, a la naturaleza o a alguna voluntadsobrenatural. Hoy son motivo habitual de atribución de responsabilidada algún actor social.

Estos tresrasgos hacen de nuestra sociedad una sociedad del riesgo. El papel dela ciencia y la tecnología en este estado de cosas es central, pues lamayoría de los riesgos que hoy nos asolan son de origen tecnológico.Irónicamente es la ciencia la que pone normalmente al descubierto estosmismos riesgos.

Puede así comprenderseque los males actuales sean objeto frecuente de imputación deresponsabilidad. Esto ha hecho del riesgo un banderín de enganche parala movilización social en la sociedad actual. Pensemos, por ejemplo, enel movimiento antinuclear, como caso pionero. Frente a esto, undiscurso habitual para hacer frente a esa atribución de responsabilidades el que presenta el riesgo como el precio de la modernidad, como eltributo inevitable a pagar por el progreso. Ya no se habla de lanaturaleza, del destino o de los dioses como origen de las amenazas.Pero se intenta eludir la responsabilidad política o legal atribuyendolos riesgos a una nueva entidad metafísica: la inevitable modernización.

Obviamente, lo que está detrás de esa entelequia es el viejo mito de lamáquina, en expresión de Lewis Mumford, es decir, la creencia de que latecnología (que de hecho tenemos) es tanto inevitable como benefactoraen última instancia. Sin embargo, aunque hoy no podemos prescindir engeneral de la tecnología en un mundo superpoblado, sí tenemos la opciónde elegir entre diversas tecnologías para la satisfacción de lasdistintas necesidades humanas, cada una con diversos tipos de impactosy distintas posibilidades de intervención correctiva por parte de losagentes sociales. Es por tanto incorrecto y peligroso decir que elriesgo es el precio a pagar por el progreso. Pues, si bien el riesgo eshoy en gran medida inevitable, dado que intentar eliminar riesgos enuna parte del sistema habitualmente genera o aumenta otros riesgos enotra parte del sistema (del mismo tipo o no, para la misma población ono), lo que realmente está en cuestión es el tipo de riesgos generados(voluntarios o no, catastróficos o no, compensables o no, …) y losgrupos que se benefician o resultan afectados por esos riesgos, esdecir, el carácter y la distribución del riesgo. Presentar el riesgocomo el precio del progreso es ocultar esta importantísima dimensióndel riesgo en el mundo actual, e intentar eludir el conflicto social yla atribución de responsabilidad.

Elriesgo, la sociedad del riesgo, es el precio de la sociedad delconocimiento, de la búsqueda del mismo poder que condenó a Adán, Faustoo el Dr. Frankenstein. Pero los riesgos que hoy nos acompañan no soninevitables: los riesgos no son el precio del progreso pues son muchoslos futuros posibles para la evolución del conocimiento y eldesconocimiento.

La particular sociedaddel conocimiento vaticinada por algunos analistas sociales,paralelamente a su contraparte la sociedad del riesgo, no es un destinoinevitable en la modernización de nuestros países, de modo que tengamosque descubrir sus tendencias evolutivas para adaptar las realidadeslocales o regionales. No es una ola inescapable ante la cual sóloproceda estar prevenidos, un imperativo al que tengamos que adaptarnuestros valores y costumbres. Nosotros somos, o deberíamos serlo, lossujetos activos de esa sociedad. Las nuevas tecnologías emergentes, ylos modos de regulación política de las mismas, presentan un margen deflexibilidad que justifica hablar de un futuro abierto. Decir que elriesgo nuclear o de la liberación ambiental de OMGs es el precio de lamodernización, como decir que la meritocracia o la patente del genomahumano es el coste de una inevitable sociedad del conocimiento, eshacer una simplificación abusiva y peligrosa.

Podemos,en principio, construir muchas sociedades del conocimiento y delriesgo, algunas más justas socialmente y otras menos, con impactos deuno u otro tipo sobre las condiciones vida, con efectos más o menosseveros sobre el entorno natural. Recobrar el protagonismo en elmodelado tecnológico de nuestro futuro requiere promover la cultura científica y crear los medios que faciliten y estimulen la participación ciudadana.

Acceder y participar en el foro

Compartir:

Deja un comentario