Este año que acaba de empezar se cumple el 250 aniversario del nacimiento de Mozart; debería ser el año Mozart por antonomasia. Vivió solo 35 años; dejó una obra inmensa. Nadie tan alado, tan grácil como él, tan profundo, llegado el caso. Mozart -escribió Luis Cernuda-es «el alma misma de la música». Pocos le han dado tanto al hombre, pocos han hecho lo que él por ennoblecer la dignidad de la especie. Creía en la paz y la fraternidad («La flauta mágica»), creía en la nobleza del destino («Réquiem»). Los grandes de este mundo no le hicieron en vida demasiado caso, como suele ocurrirles a los genios. Pero la posteridad le ha erigido un podio de oro sólido. Ningún musicólogo lo pone en duda, ninguno cuestiona la «deshelada arquitectura» de su música. Tocó todos los registros: el trágico («Réquiem»), el dramático («La flauta mágica»), el gracioso («Serenata nocturna»), el cómico («Las bodas de Fígaro»), el patético (Sinfonía 40). Como dice, afortunado, el salmista,»La gracia del Señor se derramó en  sus labios».

 

MIGUEL GARCÍA-POSADA

 

 

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6 comentarios

  1. Pero, ¿cada cuánto celebrar las coincidencias? ¿Siempre que haya un número redondo? ¿50, 25, 10, 100, 125? Hastía…

    ¿No estuvimos ya con Mozart el 91?

    Verá Vd. la de veces que va a sonar la serenata: ti, tatí, tatí, totitotí

  2. Hay nombres, hay hombres que merecen que se celebren por todas y cada una de las ‘coincidencias’. Si el caso es Mozart, con más razón. Los más grandes compositores que conocemos fueron hombres capaces de escribir música que rayaba a gran altura. Otros grandísimos compositores fueron prolíficos en extremo (pensemos el caso de Telemann, cuyo catálogo es desmesurado). En ninguno de los casos anteriores, composiciones de tan alto vuelo, de tan rara perfección y capacidad creativa fueron lanzadas al mundo de manera tan pródiga. Mozart firmó obras maestras con una naturalidad que nos desconcierta; su sola figura es la definición más excelsa de la perfecta unión entre carne y música.

    Por esta misma razón, por su capacidad para estar siempre presentes y penetrar en todos los entendimientos a través de todos los tiempos, se reafirma en su condición de clásico: de alguien siempre presente, permanentemente bienvenido. Es quien siempre tiene algo apropiado que decir. Lo más radicalmente opuesto al hastío.

    Quien es capaz de reducir a un conjunto de sílabas sin sentido una Serenata de Mozart (firma trece; piezas de ocasión compuestas de una manera tan equilibrada que esplenden sin necesidad de complejidades añadidas ni de artificios añadidos), es que no ha comprendido de la misa la media. Su comentario no dice nada de Mozart y sí mucho de usted. Con todos mis respetos, entiéndame: sabemos que se aburre, pero ¿está seguro que o bien Mozart o bien sus obras tienen algo que ver con ese fatal <i>ennui<i>?

  3. No sé de dónde saca usted que me aburro y tampoco sé de dónde saca que mi comentario <<no dice nada de Mozart y sí mucho>> de mí; ¿y el suyo, Robertokles, de qué o de quién dice? Esconderse bajo el seudónimo para descalificar — es decir, en el anonimato — es poco noble, es feo y sucio. El caso es que mi texto contenía al menos dos citas de Cernuda tomadas de su poema <<Mozart>>, escrito al cumplirse los 200 años del fallecimiento del genio. ¿Por qué no lee usted el poema? Está en cualquier edición de su poesía; no le menciono las editoriales porque le supongo al tanto, pero si no es así dígamelo y le refresco la memoria o el conocimiento. Con todos los respetos, los que usted, anónimo Robertokles, no tiene para con los demás, su afirmación de que << su sola figura (???) es la definición más excelsa de la perfecta unión entre carne y música>> es abstrusa y cursilona; su afirmación, no digo que usted lo sea. En fin, mi <<divertido >>y anónimo Robertokles, siga usted divirtiéndose lanzando descalificaciones sobre los demás, que yo me seguiré <<aburriendo>> escuchand a Mozart y leyendo a Cernuda, además de escribir <<weblogs>>, escribir libros –más de 30, el último sobre Galdós en diciembre– y ocuparme de mi familia, circustancias estas que hablan de un <<ennui>> muy especial. A propósito de <<ennui>>, ¿por qué no lee o relee más a Baudelaire? Quizá la próxima vez que intente descalificarme lo hace con más tino. La mejor edición de Baudelaire es la de <<La Pléiade>>, pero Alianza tiene una excelente traducción de Antonio Martínez Sarrión –hay más traducciones en el mercado. Corto aquí mi respuesta, que no puedo cerrar con un saludo porque a los enmascarados no se les saluda, porque no dejar de ser sombras insidiosa nutridas de la alevosía y la traición

  4. Mi mensaje, mi estimado anfitrión, respondía al del Caballero de la Blanca Luna, que confesaba aburrimiento y hastío cuando se enfrentaba a la música de Mozart, y ensayaba unas sílabas que pretendían reproducir una serenata mozartiana. Antes que atacarle a usted o divertirme de manera ilícita con sus mensajes, me temo que defendía el espíritu de su mensaje ante una manera de discrepar que no me pareció oportuna.

    Decía yo que el afirmar aburrirse con Mozart no dice nada de Mozart y sí mucho del emisor porque el punto de vista se dirige al receptor de la música antes que al causante de ella. Entienda que antes que una estocada era una observación pertinente.

    Admito sus comentarios estilísticos, que como bien dice se refieren a una línea y no a su autor. El «sola figura» que le desconcertaba nace posiblemente como un eco de los abstrusos y cursis versos de John Keats. Usted citaba directamente a Cernuda para su artículo. Yo empleaba, por mi parte, a Norbert Elias, a George Steiner y a Robbins Landon. Y el concepto de «ennui» que aparecía en el texto debía menos a Baudelaire que a Musset, al que recomiendo por mi parte que relea (La Confession d’un enfant du siècle). Usted me hizo releer a Cernuda y me recomienda que haga lo propio con Baudelaire. Yo por mi parte, le invito a hacerlo con Musset; nadie diga que las discusiones en los blogs son estériles, incluso aquellas que parten del malentendido.

    La última de sus frases me provoca más problemas: no sé si enfocarla como un ataque personal o como un ataque a todo seudónimo: extraño sería que una persona tan ducha en literatura como usted se metiese en los cizañales de calificar de insidioso o traidor y de retirar el saludo a los portadores de seudónimos tan tenebrosos como Azorín, Clarín o Rubén Darío. Otro famoso enmascarado, el caballero de Seingalt -al que Valle-Inclán concedía nada menos que ocho pies de altura-, replicó divertidamente a las autoridades que, puesto que el alfabeto era patrimonio común, lo empleaba como buenamente le placía para componer con él su nombre. No sé lo que pretende al reprocharme que no le ofrezca mi nombre y apellidos, ni tampoco parece muy oportuno acusar de traidor a quien jamás le juró fidelidad.

    Tengo en alta estima su obra y siempre defendí (sin juramento que me atase; es decir, con libertad y convicción) que era usted un lector extraordinario. Por eso, prefiero que el patinazo se lo pegue con un texto mío antes que con uno de Lorca. Es justo que no se preste igual atención a uno que a otro; pero eso no le da venia para insultar a quien en momento alguno le faltó a usted. Lo malo de las sombras del error es lo que nos muestran tantas comedias del XVII: que, en la noche, se apuñala al amigo confundiéndolo con el más enconado de los adversarios.

    Tampoco yo le saludaré hasta no recibir las adecuadas disculpas. Es lo propio entre (y atención, que viene una nueva cursilería) quienes son hermanos en las Letras. Aunque usted sea el mayor.

    Robertokles

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