El enfrentamiento de Occidente con el Islam –eso es lo que queda de la polémica sobre las caricaturas de Mahoma, y queda mucho– puede tener consecuencias muy graves sobre el orden mundial. Fanatismos a un lado, el mundo musulman, aunque no sea un bloque homogéneo, ve con sus propios ojos la arbitrariedad con que se conduce Occidente respecto de él.

 

Conmina a Irán a no proseguir en el camino del armamento nuclear, pero Estados Unidos, Inglaterra y Francia  (e Israel) conservan intacto su arsenal nuclear;  exige  a Hamás (??) que rompa con el terrorismo, pero Occidente desató una guerra terrible conta Irak basándose en un supuesto falso (la existencia de armas de destrucción masiva en los almacenes del sátrapa Sadan Hussein); exige a los palestinos que renuncien a la violencia, pero Israel ha practicado lo que ningún Estado había osado hacer hasta ahora «proclamando»: el asesinato político,  la eliminación por represalia o por cualquier otra causa del adversario, además  de ejercer la práctica legal de la tortura hasta hace poco; los comandos de Al-Quaeda llenaron de temor , dolor y muerte Nueva York, Madrid,  algunos parajes territorios , pero Occidente «planchó» Afganistán; y aún desconocemos el número exacto de víctímas, pero supera con mucho a las de Al-Quaeda, que siguen siendo sin duda injustificables; la única justificación posible de Occidente era que  hacía uso del derecho de defensa: ¿y no fue más lejos de lo que era necesario? Mucho nos tememos que Occidente, guiado por politiquillos de tercer nivel haya perdido la autoridad moral. El riesgo del enfrentamiento planetario es más que una amenaza. El menú donde elegir es abundante  y está servido.

 

MIGUEL GARCÍA-POSADA

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