Ocho horas

¿Puede la televisión pública dedicar ocho horas al fallecimiento de una cantante? Puede. Bajo la dirección de Cristina García Ramos, mujer por lo demás encantadora y buena profesional, la primera cadena de TVE comenzó por la tarde del triste día del óbito a homenajear a la figura de la fallecida y se adentró en la madrugada. Con todos los respetos que nos merece la fallecida y toda clase de óbitos, hay que decir que ni era una figura internacional ni había elevado la dimensión del cante flamenco, a lo que renunció en pro del comercialismo, ni aunque lo hubiera sido y lo hubiera hecho, en la mágica estela de La Niña de los Peines, nadie se merece tratamiento informativo y, menos, desde luego, por parte de una cadena pública.

¿De qué se trataba? ¿De ocultar otros problemas? Mala consideración esta, pues al final no se oculta nada. No; se trataba de narcotizar al telespectador, de abrumarlo, de sumirlo en la embriaguez del espectáculo, que es la cuestión central. Todo ese espectáculo, da igual que el protagonista sea el Papa, una famosa actriz o un mono. Narcotizar al telespectador y hablarle en necio, como decía Lope de Vega hace ya tres siglos, que para eso paga, es decir, consume los productos que le ofrece la gigantesca publicidad que no suspendió el programa de marras: aquí se mezcla el “Réquiem” de Mozart con el anuncio de una sopa o de un coche.

MIGUEL GARCÍA-POSADA

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