Meditación primera y última. Federico García Lorca.

Enlace a Meditación primera y última de Federico García Lorca en poesía y ciencia

En 2005, con motivo del centenario de la publicación en la revista alemana Annalen der Physik de una serie de artículos firmados por Albert Einstein, que revolucionaron la física del momento y que cambiaron tan profundamente nuestra vida actual, en madri+d se realizó un memorable especial titulado 14 miradas sobre Albert Einstein en el que otras tantas personalidades de la ciencia y la cultura nos ofrecían sus diferentes aproximaciones a la figura del gran físico del siglo XX.

Me lo ha recordado Teresa Barbado, guardiana de la cripta de la cultura científica en madri+d, haciéndome ver en concreto la mirada de Miguel García-Posada que unía a Einstein con García Lorca con su artículo ECOS POÉTICOS DE LA TEORÍA DE LA RELATIVIDAD. (A propósito de García Lorca), en el que aparece el poema «Meditación primera y última», que hemos traído a poesía y ciencia en esta entrega.

Y en casos como este, lo que procede es dejar que la voz del maestro García-Posada, creador de poesía y ciencia, resuene en La alegría de las musas 2, reproduciendo íntegramente su mirada sobre Einstein.

Pese a su dificultad de comprensión, la teoría de la relatividad logró en España trascender los círculos científicos y filtrarse en la vida literaria. Lo acredita la obra de uno de nuestros mayores escritores contemporáneos: Federico García Lorca, en la que se hallan ecos muy precisos de la teoría einsteniana.

García Lorca debió de conocer personalmente a Albert Einstein durante la visita que el genial científico hizo a la Residencia de Estudiantes en marzo de 1923, lugar y fecha en que el poeta granadino estaba en Madrid, como alumno de la Residencia. En cualquier caso, el poeta español tenía un instinto prodigioso, que lo mismo que lo llevó a intuir el concepto de antimateria y a postular el origen azaroso del universo, lo puso en contacto con la teoría einsteniana. Dos textos importan para lo que decimos. El primero es el poema del ciclo de “Suites” “La selva de los relojes”, que debe datar del verano del veintiuno (*).

La idea más divulgada de la teoría einsteniana consistía en señalar la reversibilidad del concepto tiempo, cuya “definición racional” “era imposible” “por medio de relojes que se hallan en reposo”, según decía el diario El Sol (8-III-23). El poema lorquiano abunda en esta idea; así en sus “Meditación primera y última”:

El tiempo
tiene color de noche.
De una noche quieta.
Sobre lunas enormes
la eternidad
está fija en las doce.
Y el tiempo se ha dormido
para siempre en su torre.
Nos engañan
todos los relojes.

El Tiempo
tiene ya horizontes.

Tres claves (hemos citado en redonda los versos más “ad hoc”: el tiempo no “pasa”; los relojes no sirven para medir el tiempo, del que transmiten una noción falaz; el Tiempo es entidad o concepto limitado.

Años más tarde, en 1931, preocupado por el gran tema, compone Lorca una de sus obras más misteriosas y fascinantes, “Así que pasen cinco años” subtitulada “Leyenda del Tiempo”. El argumento es el siguiente: el protagonista, el Joven, aguarda enamorado a la Novia, que ha regresado de un largo viaje de cinco años; pero la Novia ha conocido en esos años a otro hombre. Le dio un plazo excesivo; rehusó la pasión; le espera la muerte. No sabemos en qué etapa del tiempo de los cinco años nos situamos con exactitud; gran parte del drama es un sueño en el que el protagonista rememora sus últimas vivencias. Dato central: siempre son las seis de la tarde en el drama. Los especialistas en sue- ños argüirán que el trance onírico es brevísimo, pero toda la obra especula sobre la reversibilidad del tiempo en términos que no dejan lugar a dudas; hay así un personaje, el Viejo, encarnación de Cronos, que dice cosas como que “hay que recordar, pero recordar antes” (acto I). Al final, coincidiendo con la muerte del protagonista, el reloj dará las doce, arrastrado por el personaje del Eco: doce eco de seis; recordemos: “la Eternidad / está fija en las doce”. El único tiempo seguro es el de la muerte.

Parece evidente que Lorca maneja un concepto “relativo” del tiempo, y que distaba, por tanto, de suscribir su concepto convencional. Lorca pudo a buen seguro apropiarse de las ideas einstenianas en las largas conversaciones que circulaban en la Residencia de Estudiantes de acuerdo con la visión que Jiménez Fraud, su fundador y director, tenía de la educación como instrucción global, que no se dejaba compartimentar en áreas: ciencias / letras, etcétera. Lorca se impregnó de este espíritu universalista y lo trasplantó a sus versos y obras. El más universal de los poetas españoles del siglo XX rindió así homenaje al más universal de los científicos de la centuria.

(*) Un planteamiento general de la cuestión se halla en Margarita Ucelay, ed., “Así que pasen cinco años”, Cátedra, Madrid, 1995, páginas 85-87.

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