Fallece Juan Carlos Eguillor

El dibujante, padre de «Mari Aguirre», ideó en el Bilbao de los 60 los personajes más botxeros publicados nunca en las viñetas de los periódicos.

El ilustrador Juan Carlos Eguillor tenía estilo. Un estilo limpio, nostálgico y elegante, burbujeante como el champán, que remite a épocas pasadas, a jazz y charleston. Un estilo propio e intransferible, pese a beber de fuentes muy diversas, que le permitió transitar por artes tan dispares como la historieta, el cartel o el vídeo experimental sin perder su identidad. Ayer falleció en Madrid, ciudad en la que residía desde hace años, víctima de una enfermedad.

Nacido en San Sebastián en 1947, Eguillor dejó muy pronto los estudios de periodismo para volcar en las páginas de EL CORREO su desbordante imaginación a través de personajes tan entrañables y originales como la alocada Mari Aguirre y su contrapunto, la inefable Miss Martiartu, aquella institutriz seria, pía y nacionalista que velaba por los valores más sagrados de la idiosincrasia vasca. En estas páginas desarrolló Eguillor su particular revolución del 68, año en que empezó a dibujar su tira cómica semanal, un pretexto para satirizar con elegancia no exenta de mordacidad a la sociedad bilbaína, tan bipolar entre el aldeanismo inocente y la ebullición industrial de entonces. «Me inspiro en la calle, en conversaciones cotidianas que pueden cazarse al vuelo», se explicaba. Tal vez por eso sus historietas, tan surrealistas, eran también tan cercanas. Y tal vez por eso el símbolo que mejor le representa, y que dibujó hasta la saciedad, es tan prosaico como un paraguas; protección contra el sempiterno sirimiri de la época y también, en sus guiones, un instrumento para sobrevolar el mundo.

Eguillor ha sido probablemente el donostiarra que más ha amado a Bilbao, cuyo paisaje industrial, sucio y contaminado fue siempre fuente de inspiración para él. «Bilbao es mi ‘mater metalúrgica’, un lugar en el que todo es posible, una ciudad interesante como metáfora, aunque su pasado arqueológico e industrial está desapareciendo», lamentaba en una entrevista publicada en este diario en los días en que una nueva ciudad comenzaba a emerger sobre los restos de aquella otra que él tanto amaba.

Tras varios paréntesis en los años 70 en los que colaboró en otros periódicos, volvió a EL CORREO y a su entrañable personaje con ‘Las nuevas aventuras de Mari Aguirre’. En aquellos tiempos creó la serie en euskera ‘Krisket eta Popolo’, colaboró con la revista ‘Euskadi Sioux’, de la que sólo se editaron siete números pero que tuvo notable influencia, y colaboró con diversas revistas y diarios de tirada nacional.
Su bilbainismo fue reconocido en 1978 con la elección de un cartel suyo para ilustrar las primeras fiestas auténticamente populares del postfranquismo, protagonizado por un txistulari que esparce una lluvia de estrellas sobre ciudadanos y cabezudos. Once años después repitió en la Semana Grande de 1987. Su obra como ilustrador, que abarca libros infantiles, carteles como los del Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao (Zinebi) de 1978 y 2008, y collages, le hizo acreedor a diversos premios; el más reciente, hace año y medio, un homenaje del Salón del Cómic y Manga de Getxo.

Un melancólico activo

Con el paso de los años, la curiosidad que le hacía entusiasmarse por todo le llevó a cambiar la pluma por otras herramientas -desde la fotocopiadora hasta el soporte digital, el videográfico y el multimedia-; el lenguaje, del propio de la viñeta al guion cinematográfico, y hasta su destinatario, del lector de periódicos al público infantil.

Eguillor se definía como un «melancólico activo». «Siempre digo que mi mirada es tierna, escéptica y cruel sobre las cosas. Si pienso que la vida es horrible es porque creo que no debería serlo», decía. Por eso intentó cambiarla a través de sus dibujos y consiguió que muchos la vieran de otra manera, sobre todo los bilbaínos.

Fuente: El Correo.com

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