Después de años de restricciones presupuestarias y de pérdida de capital humano, en España se vuelve a oír que es necesario innovar e investigar. Invertir, finalmente se viene a decir. Es de agradecer que nuestros políticos finalmente se hayan convencido y actúen con el celo del nuevo converso.

Sin embargo, no debemos olvidar que, en ocasiones, tecnología de hace tiempo cumple una función esencial. Varios ejemplos ayudarán a clarificar esta afirmación:

 

Ahora mismo un colega mío se encuentra observando en el observatorio de Las Campanas, en Chile. Utiliza un pequeño telescopio de 1 metro de diámetro, el Henrietta Swope Telescope, que dispone de una cámara que cubre un campo de medio grado, moderadamente grande. Me cuenta que está encantado por la respuesta del telescopio, puesto en marcha en 1971, y por la eficiencia del instrumento. Además, es como volver a edades pretéritas, por el tipo de control. En una era en la que cualquier cosa está dominada por los ordenadores de gran potencia de cálculo (y es que a veces, como se suele decir, se matan moscas a cañonazos), encontrarse con controles manuales, en los que el ingenio mecánico predomina, es todo un placer. Como es la raqueta para mover el telescopio, algo que quedó desterrado hace mucho de las instalaciones más grandes.

Este tipo de telescopios, que se empezaron a cerrar hace unos años en aras del ahorro y de la concentración de recursos, sin embargo siguen probando cada día su utilidad. Por una parte, no todos los programas científicos requieren telescopios de clase 4 o 10 metros. Por otra, muchos proyectos de investigación necesitan un gran número de noches de observación, que no es posible conseguir en grandes instalaciones. Finalmente, no hay que descuidar el aspecto formativo que proporcionan a nuevas generaciones de astrónomos o el acceso que proporcionan para la realización de «ciencia ciudadana», como el proyecto «galaxy zoo«.

Un caso similar ha sido el del observatorio de Calar Alto, en donde yo me encuentro ahora. Su telescopio de 1.23 metros esta muy demandado y proporciona datos utilísimos a numerosos grupos europeos. Por no hablar del extraordinario 2.2 metros, en funcionamiento desde 1979, que tengo el privilegio de usar  esta noche en mi búsqueda de planetas fuera del sistema solar. El espectrógrafo CAFE, el primer instrumento diseñado y construido aquí, está muy solicitado y es todo un placer trabajar con él. Con él, hemos confirmado varios exoplanetas, incluyendo uno al final de su vida,  o colaborado en la determinación del periodo de rotación de Saturno, mediante la observación de la peculiar estructura hexagonal de su región polar.

 

El telescopio de 1.93m del Observatoire de Haute-Provence, localizado en el sureste de Francia. Crédito OHP/CNRS, Ministerio de Cultura francés.

 

Otro claro ejemplo es el Observatoire de Haute Provence, y su conjunto de telescopios, el menor de los cuales tiene 80 cm. En particular, su telescopio de 1.93 metros, en uso desde 1958, permitió el descubrimiento del primer planeta fuera del Sistema Solar en 1995. En la actualidad, junto con el espectrógrafo SOPHIE, sigue aportando datos muy interesantes y competitivos en este tipo de investigación.

Y si hablamos de la supuesta obsolescencia tecnológica y la “inutilidad” de tecnología caduca, deberíamos mencionar a algunas de las sondas que orbitan alrededor de Marte o se desplazan sobre su superficie (Curiosity, Mars Reconnaissance Orbiter , Mars Exploration Rover Opportunity , Mars Exploration Rover Spirit , Mars Express , 2001 Mars Odyssey), y que han sobrepasado con creces el tiempo máximo que en un principio se pensó que durarían. Y, sin embargo, siguen proporcionando un valioso flujo de datos.

Claro que el récord de durabilidad, y en unas condiciones extraordinariamente duras, lo tienen las sondas americanas Voyager I y II, en los confines del Sistema Solar. La primera se encuentra a más de 19.078 millones de kilómetros del Sol, mientras que la segunda, algo más lenta, está a 15.622 millones de kilómetros. Ambas siguen activas y los datos que envían tardan 35h21m y 28h57m en llegar hasta nosotros.

Lo cual no quiere decir, por supuesto, que ciertos programas requieran lo último en tecnología y que, de hecho, la ciencia, y la astronomía en particular, sea un motor de desarrollo tecnológico. Nuevamente Las Campanas nos muestra el camino: dos impresionantes telescopios gemelos, los Magellan, que cada noche «atacan» distintos problemas. O el esperado instrumento CARMENES, para Calar Alto, que contribuirá, y de qué manera, a la búsqueda de planetas de tipo terrestre que orbiten alrededor de estrellas más frías que el Sol.

 

 

 

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2 comentarios

  1. Interesante lo de las tecnologías antiguas, me viene a la mente el caso de los estudiantes de la Juan Sebastián Elcano, que deben aprender a utilizar sexantes y octantes (creo que así se llaman) a pesar de existir GPS y relojes atómicos.
    Creo que no es sólo una cuestión del atractivo de lo antiguo, sino de la necesidad de preservar conocimiento.
    Quien sabe a partir de que puede llegar el siguiente salto tecnológico, no tiene necesariamente que ser a partir de una tecnología actual.
    Por lo demás, si las nuevas generaciones aprenden exclusivamente con nuevas tecnologías, estarán limitando sus conocimientos en cuanto al origen de ciertas técnicas o procedimientos, quizá con resultados no deseados.

  2. Totalmente de acuerdo.

    De hecho, los sextantes se siguen usando.. Los buques de guerra de la marina americana siguen teniéndolos, y sus oficiales se siguen entrenando en su uso.

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