¿Pérfida Albión? El curioso mundo de las publicaciones científicas y su impacto en los medios

No, es injusto categorizar a todo un país, o incluso a toda una cultura, por los males de unos pocos. Pero en ocasiones, y no creo ser el único, percibo cierto sesgo en las noticias en contra de determinados sectores, favoreciendo otros. En ciencia, una disciplina en la que debería reinar la objetividad, también se observan este tipo de comportamientos.

En Astronomía existe la opinión generalizada que los investigadores americanos, colaboradores en proyectos comunes en numerosas ocasiones, tienden a ignorar los trabajos publicados en revistas europeas. Así, “Astronomy & Astrophysics”, que es financiada por varios países europeos y  editada en colaboración con el Observatorio Austral Europeo (ESO), no tiene el mismos predicamento al otro lado del océano, en donde “Astrophysical Journal”, “Astronomical Journal” y, en menor medida, “Publication of the Astronomical Society of the Pacific” son los medios en los que hay que publicar si es que se quiere tener impacto en los círculos astronómicos. Aunque, por supuesto, las revistas por excelencia, el premio que para algunos corona un trabajo, son las generalistas y de gran prestigio “Science” y “Nature”. Una norteamericana, la otra británica, aunque las dos del ámbito anglosajón.

El intercambio de resultados científicos es una “obligación” ineludible. Aunque siempre ha existido, y como ejemplo se encuentra la “República de las Letras” de los siglos XVI y XVII, la actividad se terminaría  profesionalizando con la fundación de revistas especializadas. En el año 1665 aparecerían dos publicaciones en Francia e Inglaterra que tendrían una gran influencia a nivel continental: «Journal des Sçavans» y «Philosophical Transactions». La primera fue establecida por Jean Gallois y Denis de Sallo, y la inglesa fue editada y publicada por Henry Oldenburg. Algo después aparecería en tierra germanas, en 1682, «Acta Eruditorum», creada por   Otto Mencke; y en los Paises Bajos  «Nouvelles de la République des Lettres», en 1684 y editada por Pierre Bayle, y dos años más tarde «Bibliothèque Universelle» dirigida por Jean Le Clerc. Anteriormente el latín había sido la lengua vehicular, aunque rápidamente se harían hueco algunas lenguas romances, especialmente el inglés y, sobre todo, el francés. El objetivo era claro para todos. Como ejemplo, baste una frase tomada de la carta  de presentación de la nueva publicación inglesa, en la que Oldenbrug escribiría a los miembros de la Royal Society:

«… el noble compromiso de difundir el verdadero lustre de sus gloriosos trabajos y de las felices invenciones  de obedientes hombres alrededor de todo el mundo para el beneficio general de la humanidad.»

Un loable deseo, que no siempre se ha cumplido. En cualquier caso, el latín, lingua franca y neutral al no ser lengua materna de ninguna comunidad, empezó a perder terreno y en el siglo XIX eran pocas las disciplinas que la mantenían. En el XX, el francés y otras lenguas fueron cediendo espacio de manera paulatina y en la actualidad la inmensa mayoría de los texto técnicos aparecen solo en inglés, sobre todo si son trabajos de primera línea. Esto implica una clara ventaja competitiva para aquellos que la tiene como lengua materna.

Sin disponer de un estudio estadístico, es posible que exista un cierto dominio anglosajón en los artículos que aparecen en “Science” y “Nature”. No es solo cuestión de barreras lingüísticas: los investigadores nos acercamos al ideal bilingüe o al menos nos movemos con comodidad con el inglés. Pudiera ser una cuestión ms cultural ser una cuestion comodidad con el inglue

isciplinas que la mantenezdad la inmensa mayorriasiones, tienen a ignorar loás cultural, de tradición. No se piensa como primera opción en estas dos revistas a la hora de divulgar algún trabajo o tal vez de manera inconsciente se concluya que no merece la pena realizar ese esfuerzo extra (el editor que busca un producto atractivo para diferentes comunidades, no necesariamente investigadores; la diversidad de árbitros, colegas que evalúan la calidad del trabajo; o el espacio reducido, que impide mostrar todos los detalles de manera adecuada). Sin embargo, no es siempre as o tal vez de manera inconsciente se concluya que no merece realizar ese esfuerzo extra.ensa mayorriasiones, tienen a ignorar loí, y cuando se opta por dar el paso, aun superando estos filtros, nos encontramos con otra barrera: los medios de comunicación.

En efecto, los medios en ocasiones tienen sus filtros que no responden a la calidad o siquiera a la “espectacularidad”. Parece ser que tienden a difundir resultados que aparecen en “Nature” o “Science” u otras análogas, ignorando, al menos parcialmente, artículos que aparecen en revistas especializadas. Y ello a pesar que algunas de éstas, como es el caso de la europea “Astronomy and Astrophysics”,  han implementado políticas más estrictas para la aceptación de artículos.  Parece ser que los medios asumen que aquéllas proporcionaran un marchamo de calidad que éstas, las especializadas, no poseen. Ciertamente disfrutan de cierta aureola aristocrática, pero, como en el caso de los títulos nobiliarios, corresponde solo a un sentimiento, sin realidad detrás que lo avale.

Para complicar más la situación, parece existir un sesgo adicional: contra investigadores meridionales. ¿Manía persecutoria? Que el lector juzgue, con el ejemplo que describiré a continuación.

Hace unos días, Miguel Santander García, investigador del Observatorio Astronómica Nacional (OAN) y del Instituto de Ciencias de Materiales (CSIC), en Madrid, lideró la publicación de un interesantísimo artículo sobre una estrella binaria formada por dos enanas blancas, estrellas al final de su vida y que se despojaron hace tiempo de las capas exteriores. Este sistema binario eventualmente se fusionará y dará lugar a una extraordinaria explosión: una supernova iluminará nuestro cielo y durante un breve tiempo será casi tan brillante como el resto de las estrellas de la Galaxia. Este trabajo ha hecho uso de telescopios de ESO (el “Very Large Telescope” o VLT) y del Gran Telescopio Canarias (GTC), la maravillosa maquina que domina el observatorio de “El Roque de los Muchachos” en La Palma y que esencialmente es española (con socios minoritarios mexicanos y de la Universidad de Florida). Con motivo de la aparición del trabajo en “Nature” (esta vez sí, los autores se animaron y la revista aceptó el trabajo para su publicación), varios entidades involucradas difundieron una nota de prensa.

El “código de conducta” normal consiste en la distribución de un texto acordado entre los participantes, contenido que suele ser adaptado a cada organismo para su divulgación en su “nicho” natural. Así, ESO potencia el papel de sus telescopios (“Stellar Partnership Doomed to End in Catastrophe”, que se podría traducer como “Asociación de estrellas destinadas a un fin catastrófico”) , mientras que el Instituto de Astrofísica de Canarias destaca el papel de GTC y de sus investigadores (“El abrazo mortal de las estrellas”). Todo muy razonable, ya que en cualquier caso se describe el papel de otras entidades y se le da el protagonismo que merece al autor principal. En este caso, Miguel Santander García. Y llegados a este punto, declaro que no tengo ninguna relación con este investigador, salvo que ambos somos astrónomos. No soy por tanto paladín de algún amigo, sino que quiero poner de manifiesto una situación que, a pesar de aparecer con cierta frecuencia, me sigue sorprendiendo.

La BBC, una cadena a la que por otra parte tengo muchísimo respeto (leo las noticias cada día en su página web cada día) se hizo eco de esta noticia (“Doomed twin stars found at nebula’s heart”, equivalente a “Gemelos estelares condenados, encontrados en el corazón de una nebulosa”). En cuestiones de noticias de ciencia, y especialmente en astronomía, esta prestigiosa entidad tiene sin embargo un sesgo y preferentemente comenta artículos publicados en “Nature” o “Science” o, si se trata de revistas especializadas, las americanas o la británica “Monthly Notices of the Royal Astronomical Society”. O tal vez solo es mi sensación. En cualquier caso, lo significativo es que en su crónica se entrevista a varios británicos y a un coautor del artículo que trabaja en ESO, se describe con bastante detalle el papel del telescopio VLT, de este organismo europeo al que el Reino Unido pertenece, y sin embargo se obvia al primer autor y el papel de GTC, solo mencionado como “telescopios en las Islas Canarias y Suráfrica”. ¿Casualidad? Juzguen ustedes mismos.

En cuestiones de difusión de resultados, parece que no basta con investigar y hacerlo bien. Importan dónde se publica y, se diría, de dónde procedes. La ciencia y su divulgación, después de todo, siguen teniendo alguna frontera.

 

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5 comentarios

  1. La verdad es que estoy muy en desacuerdo con el artículo y, desde luego no es nada científico sacar conclusiones generales en base a un caso concreto. Caso que además, como es natural, la BBC se centra en los investigadores británicos organizando la información para su «nicho» natural; nicho que además la financia.

    En lo que sí que me he fijado es en la ausencia de journals españoles entre los que mencionas del siglo XVIII. Tal vez en estas ausencias, y no la perfidia de otras naciones, encuentres respuesta a algunas de tus preguntas.

    Y desde luego, sobran referencias malintencionadas a la «pérfida Albión». Nos guste o no, nuestra contemporaneidad no se puede explicar sin la aportación del Reino Unido a la humanidad. Mientras tanto, España ha sido un actor secundario en lo que a conocimiento moderno se refiere. Dejemos, por tanto, los resentimientos a un lado y sigamos el ejemplo del investigador al que te refieres, pues el mismo ha demostrado que a los españoles nos sobra talento para publicar donde nos lo propongamos.

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