Cuando comento a mi familia o amigos que tengo una campaña de observación, generalmente escucho el mismo comentario como respuesta: ¡Qué suerte, te vas de vacaciones! Cierto es que los grandes observatorios están en regiones remotas y exóticas. Pero veamos hasta qué punto es cierto. La muestra la ofrece la campaña que estoy realizando esta misma noche con el telescopio japonés de 8 metros Subaru, en Hawaii.

El telescopio Subaru (centro) con los dos Keck (derecha) y dos telescopios submilimétricos (CSO y JCMT)

 

Día -180

Enviamos la propuesta al Observatorio nacional del Japón. El objetivo es determinar la forma de la Función Inicial de Masa de una región de formación estelar. Bajo este arcano nombre se oculta algo muy simple: saber cuántas estrellas (y objetos subestelares, que no son lo suficientemente masivos para quemar hidrógeno en sus núcleos) se forman por intervalo de masa. Pocas para las más masivas, decenas en el caso de las análogas al Sol, cientos o miles para las de muy baja masa.

Día -120

Nos comunican que nuestra propuesta ha sido aceptada. De hecho, con una de las notas más altas. Ahora nos toca preparar las observaciones

Dia -11

Problemas. Nuestro colaborador japonés nos escribe disculpándose porque no puede ir. Herve, que es realmente el responsable de todo el proyecto, me pregunta si puedo hacerme cargo de la toma de datos. Tal vez en un momento de inconsciencia o de exceso de voluntarismo, accedo. Saco el billete, que pagarán los japoneses. Pero empiezo adelantando el dinero… hay refranes españoles muy apropiados para este tipo de situaciones. Nada más confirmar la compra, empiezan mis dudas. Me doy cuenta que salgo el día de las elecciones, así que me toca arreglar lo del voto por correo. Y regalar las entradas que tenía para dos representaciones teatrales. La planificación deja algo que desear.

 

El volcán Mauna Loa visto al atardecer desde la residencia Hale Pohaku, a 2800 metros.

Día 1, domingo

El despertador suena a las 5:30. Da igual, yo estoy despierto. Cuando emprendo un viaje suelo dormir mal y me despierto mucho antes de la hora prevista. Mi subconsciente no se debe fiar de los dos despertadores que suelo activar.

Llego al aeropuerto. Facturación, controles de seguridad. Lo de siempre. Tomo el primer vuelo a Amsterdam, solo dos horas. Fácil hasta aquí. Pero veo un mensaje de la compañía aérea: el segundo vuelo, desde esta ciudad hasta Seattle, ha sido retrasado media hora. Espero que no sea un mal comienzo.

La conexión en Amsterdam se me hace corta. Tal vez será porque los controles adicionales de los vuelos hacia EEUU hacen los tránsitos más amenos, al ocupar el tiempo… Además, el aeropuerto tiene una wifi gratuita, lo que se agradece. Mando los últimos mensaje y termino sentándome en una butaca de tamaño ridículo, en la que pasaré las siguientes 10 horas.

Leo, escribo, intento dormitar. No hay postura en la que mis rodillas no se peleen con el respaldo de la butaca de delante, salvo que me ponga muy erguido. Pero en ese caso mi cuello termina por quejarse por la rigidez de la postura. Veo como las horas se deslizan lentamente, MUY lentamente, y el vuelo sobre Groenlandia parece que se alarga eternamente.

Llego finalmente con 90 minutos de conexión, pero aunque los tramites de inmigración son sorprendentemente rápidos, mi equipaje tarda en salir. Y es que también tiene que pasar control de aduanas. Cuando finalmente lo recojo solo quedan 45 minutos. Lo miro con algo de tristeza cuando lo deposito en la cinta transportadora que lo debe conducir hacia el nuevo avión. Algo me dice que la despedida durará algo más de 6 horas, la extensión del tercer vuelo.

Seattle- Kona, en la Gran Isla de Hawaii. Otra butaca, tal vez más estrecha. Ya no nos dan de comer o beber. Tal vez para compensar el exceso del vuelo intercontinental. Sigo intentando dormir algo, porque para mí ya es un día con un gran exceso de horas. Pero no hay manera.

En Kona nada ha cambiado, a pesar de los seis años desde mi última visita a esta isla. El aeropuerto parece formado por cabañas de madera sin muros. Son las 8 de la tarde cuando el avión aterriza, 12 horas menos que la peninsular española y estoy exhausto.

El equipaje tarda en salir. Y tarda. Nos cambian un par de veces de cinta, hasta que finalmente empiezan a escupir maletones. Pero el mío no aparece. ¡Maldición! ¿Qué voy a hacer sin ropa de invierto? Pongo la reclamación, doy la dirección del observatorio y me dirijo a recoger mi coche de alquiler. Entre el trámite y las explicaciones sobre cómo conducir un modernísimo coche automático, son las 10. Muy cansado, espero mantenerme con los ojos abiertos al volante.

La carretera que atraviesa la isla se llama “saddle road”, por la forma de silla de montar. No está especialmente señalizada, y conduzco con excesiva precaución para no pasarme el desvío hacia el observatorio. Así que termino llegando al filo de la media noche. ¡Por fin una cama!

Las interioridades del telescopio Subaru. A la izquierda está la pilastra de hormigón sobre la que se apoya la estructura de de telescopio. En amarillo y primer plano se destaca el soporte del espejo primario, de 8 metros de diámetro, que se usa en las operaciones de aluminizado. En el fondo, la cámara de vacío en donde se ejecuta este proceso.

Dia 2, lunes

Una cama, sí, pero para dar vueltas. A pesar del cansancio, la descoordinación horaria hace que no duerma bien. Y conciliar el sueño a 2800 m de altura tampoco es sencillo, al menos la primera noche. Así que me levanto pronto e intento trabajar algo, pero mi mente está en una nube. Después de comer una siesta, pero tampoco consigo conciliar el sueño. Y la compañía aérea no tiene muy claro cuando llegará mi equipaje. Aunque no debiera, me acuesto muy pronto, no aguanto más despierto.

 

Vista desde el telescopio Subaru hacia el Oeste, con la puesta de Sol.

Dia 3, martes

Otra noche de ronda, revolviéndome en la cama. Justo cuando sale el sol, muy temprano, y pienso en levantarme, concilio un sueño inquieto. En cualquier caso a las 8 estoy arriba. Me paso todo el día sin poder concentrarme, pero al menos a las 2:30 llega mi maleta y aprovecho para echarme una siesta.

A las 5:30 PM subimos a la cima, a 4200 m. La visión es impresionante, la concentración de telescopios es extraordinaria. Y las bocas del volcán Mauna Kea, junto con el gigante Mauna Loa como fondo, conforman un digno marco. No entiendo a la gente que protesta porque se construyan más telescopios aquí.

 

Vista desde el telescopio Subaru hacia otros telescopios situados en la parte más alta de Mauna Kea. En el fondo, su gemelo Mauna Loa.

Me hacen el tour por el interior de esta magnífica máquina, una de las piezas de tecnología más sofisticadas: un orgullo de la ingeniería japonesa, al igual que la cámara de gran campo que vamos a utilizar.

Poco después de las 6:30 empezamos a observar: calibraciones y los primeros objetivos. Cuando veo las primeras imágenes me doy cuenta que todo ha valido la pena, pero todavía me queda por delante una larguísima noche de observación.

Sé, además, que para regresar deberé dormir dos noches en aviones. Como a la ida, 24 horas de viaje. Pero, con todo, sé que soy un privilegiado, en más de un sentido. Parafraseando a Enrique IV de Francia, Mauna Kea bien vale un viaje extralargo.

 

Sala de control del telescopio Subaru.

 

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10 comentarios

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