El marxismo y otras cosas muertas: Fragmento de una entrevista a Leonardo Sciascia

– ¿Es su pensamiento realmente tan puro? A fin de cuentas el héroe de su último libro se llama Cándido…¿No es extraño, para un hombre como usted, recurrir a este personaje volteriano que nunca acaba de propinar al prójimo fórmulas de felicidad?

– No, realmente no es tan extraño como parece. A través de este Cándido moderno he querido inventar una fórmula de felicidad que consistiría en «cultivar» la propia cabeza más bien que el propio jardín; en fiarse más de aquello que nosotros pensamos que de lo que otros piensan por nosotros, y no intentar darles vida a las cosas muertas.

– Cosas muertas….¿o sea?

– El marxismo, por ejemplo, este cadaver gigantesco, esta carroña que hace marchitarse la cabeza de aquellos que no se atreven a pensar. De hecho, desde hace una infinidad, todos saben que el marxismo está muerto, pero, en Italia, todo ocurre como si los muertos pudieran hablar. Primero se ha aludido a Cándido. Por mi parte prefiero hablar de Pangloss, ese miserable Pangloss que, en presencia de una fosa común, se atrevía a decir, en nombre de toda la filosofía de la historia, que todo iba perfectamente en el mejor de los mundos…Hoy Pangloss sería marxista si en la época de Voltaire era leibniziano. Según Pangloss la felicidad es precisamente como la imaginan los intelectuales. Una felicidad de ideas, una felicidad prometida, aun cuando esta promesa pasa por el infierno.

Le Nouvel Observateur, junio 1978). Tomado del libro: Sin esperanza no pueden plantarse olivos. Laia, Barcelona 1987.

Imagen de Madres, instintos y revoluciones

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