Dudosas causas de la imperfección en el párrafo quingentésimo trigésimo quinto de El Origen de las Especies

Ni en los estratos ni en los museos encontraremos jamás la totalidad de los organismos del pasado en todo su esplendor.  De acuerdo.  Las dudas surgen al preguntarmos por qué. Dice el autor:

 

la imperfección en los registros geológicos resulta, en gran parte, de otra causa más importante que ninguna de las precedentes, o sea de que las diferentes formaciones están separadas unas de otras por grandes intervalos de tiempo. Esta doctrina ha sido categóricamente admitida por muchos geólogos y paleontólogos, que, como E. Forbes, no creen en modo alguno en la transformación de las especies

 

Cuando en apoyo de algo se indica que ha sido universalmente admitido estamos utilizando un recurso, un truco que se llama Falacia ad populum. Cuando se acude a una autoridad nos hallamos a un argumentum ad vercundiam o ad autoritatem. Los argumentos presentados no nos convencen en absoluto:

 

Los grandes y frecuentes cambios en la composición mineralógica de formaciones consecutivas, como suponen generalmente grandes cambios en la geografía de las tierras que las rodean, de las cuales provenía el sedimento, están de acuerdo con la idea de que han transcurrido inmensos intervalos de tiempo entre cada una de las formaciones.

Pero además el autor escribe de manera confusa:

Cuando vemos las formaciones dispuestas en cuadros en las obras escritas, o cuando las seguimos en la naturaleza, es difícil evitar el creer que son estrictamente consecutivas

 

Y se contradice:

Y si en cada territorio separado apenas puede formarse una idea del tiempo que ha transcurrido entre las formaciones consecutivas, hemos de inferir que éste no se pudo determinar en parte alguna. Los grandes y frecuentes cambios en la composición mineralógica de formaciones consecutivas, como suponen generalmente grandes cambios en la geografía de las tierras que las rodean, de las cuales provenía el sedimento, están de acuerdo con la idea de que han transcurrido inmensos intervalos de tiempo entre cada una de las formaciones.

 

 

 

 

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But the imperfection in the geological record largely results from another and more important cause than any of the foregoing; namely, from the several formations being separated from each other by wide intervals of time. This doctrine has been emphatically admitted by many geologists and palaeontologists, who, like E. Forbes, entirely disbelieve in the change of species. When we see the formations tabulated in written works, or when we follow them in nature, it is difficult to avoid believing that they are closely consecutive. But we know, for instance, from Sir R. Murchison’s great work on Russia, what wide gaps there are in that country between the superimposed formations; so it is in North America, and in many other parts of the world. The most skilful geologist, if his attention had been confined exclusively to these large territories, would never have suspected that during the periods which were blank and barren in his own country, great piles of sediment, charged with new and peculiar forms of life, had elsewhere been accumulated. And if, in every separate territory, hardly any idea can be formed of the length of time which has elapsed between the consecutive formations, we may infer that this could nowhere be ascertained. The frequent and great changes in the mineralogical composition of consecutive formations, generally implying great changes in the geography of the surrounding lands, whence the sediment was derived, accord with the belief of vast intervals of time having elapsed between each formation.

 

Pero la imperfección en los registros geológicos resulta, en gran parte, de otra causa más importante que ninguna de las precedentes, o sea de que las diferentes formaciones están separadas unas de otras por grandes intervalos de tiempo. Esta doctrina ha sido categóricamente admitida por muchos geólogos y paleontólogos, que, como E. Forbes, no creen en modo alguno en la transformación de las especies. Cuando vemos las formaciones dispuestas en cuadros en las obras escritas, o cuando las seguimos en la naturaleza, es difícil evitar el creer que son estrictamente consecutivas; pero sabemos, por ejemplo, por la gran obra de sir R. Murchison sobre Rusia, las inmensas lagunas que hay en este país entre formaciones superpuestas; lo mismo ocurre en América del Norte y en otras muchas partes del mundo. El más hábil geólogo, si su atención hubiera estado limitada exclusivamente a estos grandes territorios, nunca hubiese sospechado que durante los períodos que fueron estériles, y no dejaron restos en su propio país, se habían acumulado en otras partes grandes masas de sedimentos cargados de formas orgánicas nuevas y peculiares. Y si en cada territorio separado apenas puede formarse una idea del tiempo que ha transcurrido entre las formaciones consecutivas, hemos de inferir que éste no se pudo determinar en parte alguna. Los grandes y frecuentes cambios en la composición mineralógica de formaciones consecutivas, como suponen generalmente grandes cambios en la geografía de las tierras que las rodean, de las cuales provenía el sedimento, están de acuerdo con la idea de que han transcurrido inmensos intervalos de tiempo entre cada una de las formaciones.

 

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