Acerca de los medios de dispersión y un poco de Geología en el párrafo sexcentésimo trigésimo séptimo del Origen de las Especies

El autor anuncia su intención de tratar con cierto detenimiento acerca de los medios de dispersión. Para comenzar, unas breves nociones de geología.

 

 

 

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Before discussing the three classes of facts, which I have selected as presenting the greatest amount of difficulty on the theory of «single centres of creation,» I must say a few words on the means of dispersal.

MEANS OF DISPERSAL.

 

Sir C. Lyell and other authors have ably treated this subject. I can give here only the briefest abstract of the more important facts. Change of climate must have had a powerful influence on migration. A region now impassable to certain organisms from the nature of its climate, might have been a high road for migration, when the climate was different. I shall, however, presently have to discuss this branch of the subject in some detail. Changes of level in the land must also have been highly influential: a narrow isthmus now separates two marine faunas; submerge it, or let it formerly have been submerged, and the two faunas will now blend together, or may formerly have blended. Where the sea now extends, land may at a former period have connected islands or possibly even continents together, and thus have allowed terrestrial productions to pass from one to the other. No geologist disputes that great mutations of level have occurred within the period of existing organisms. Edward Forbes insisted that all the islands in the Atlantic must have been recently connected with Europe or Africa, and Europe likewise with America. Other authors have thus hypothetically bridged over every ocean, and united almost every island with some mainland. If, indeed, the arguments used by Forbes are to be trusted, it must be admitted that scarcely a single island exists which has not recently been united to some continent. This view cuts the Gordian knot of the dispersal of the same species to the most distant points, and removes many a difficulty; but to the best of my judgment we are not authorized in admitting such enormous geographical changes within the period of existing species. It seems to me that we have abundant evidence of great oscillations in the level of the land or sea; but not of such vast changes in the position and extension of our continents, as to have united them within the recent period to each other and to the several intervening oceanic islands. I freely admit the former existence of many islands, now buried beneath the sea, which may have served as halting places for plants and for many animals during their migration. In the coral-producing oceans such sunken islands are now marked by rings of coral or atolls standing over them. Whenever it is fully admitted, as it will some day be, that each species has proceeded from a single birthplace, and when in the course of time we know something definite about the means of distribution, we shall be enabled to speculate with security on the former extension of the land. But I do not believe that it will ever be proved that within the recent period most of our continents which now stand quite separate, have been continuously, or almost continuously united with each other, and with the many existing oceanic islands. Several facts in distribution—such as the great difference in the marine faunas on the opposite sides of almost every continent—the close relation of the tertiary inhabitants of several lands and even seas to their present inhabitants—the degree of affinity between the mammals inhabiting islands with those of the nearest continent, being in part determined (as we shall hereafter see) by the depth of the intervening ocean—these and other such facts are opposed to the admission of such prodigious geographical revolutions within the recent period, as are necessary on the view advanced by Forbes and admitted by his followers. The nature and relative proportions of the inhabitants of oceanic islands are likewise opposed to the belief of their former continuity of continents. Nor does the almost universally volcanic composition of such islands favour the admission that they are the wrecks of sunken continents; if they had originally existed as continental mountain ranges, some at least of the islands would have been formed, like other mountain summits, of granite, metamorphic schists, old fossiliferous and other rocks, instead of consisting of mere piles of volcanic matter.

 

Antes de discutir las tres clases de hechos que he elegido por presentar las mayores dificultades dentro de la teoría de los centros únicos de creación, he de decir algunas palabras acerca de los medios de dispersión.

Medios de dispersión

Sir C. Lyell y otros autores han tratado admirablemente este asunto. No puedo dar aquí sino un resumen brevísimo de los hechos más importantes. El cambio de clima tiene que haber ejercido una influencia poderosa en la emigración. Una región infranqueable, por la naturaleza de su clima, para ciertos organismos pudo haber sido una gran vía de emigración cuando el clima era diferente. Tendré, sin embargo, que discutir ahora este aspecto de la cuestión con algún detalle. Los cambios de nivel del suelo han de haber sido también de gran influencia: un estrecho istmo separa ahora dos faunas marinas; supongamos que se sumerge, o que ha estado antes sumergido, y las dos faunas marinas se mezclarán o pudieron haberse mezclado antes. Donde ahora se extiende el mar, puede la tierra, en un período anterior, haber unido islas, o quizá hasta continentes, y de este modo haber permitido a las producciones terrestres pasar de unos a otros. Ningún geólogo discute el hecho de que han ocurrido grandes cambios de nivel dentro del período de los organismos actuales. Edward Forbes ha insistido sobre el hecho de que todas las islas del Atlántico tienen que haber estado, en época reciente, unidas a Europa o África, y también Europa con América. De igual modo, otros autores han levantado puentes hipotéticos sobre todos los océanos, y han unido casi todas las islas con algún continente. Realmente, si hay que dar fe a los argumentos empleados por Forbes, tenemos que admitir que apenas existe una sola isla que no haya estado unida a algún continente. Esta opinión corta el nudo gordiano de la dispersión de una misma especie a puntos sumamente distantes y suprime muchas dificultades; pero, según mi leal saber y entender, no estamos autorizados para admitir tan enormes cambios geográficos dentro del período de las especies actuales. Me parece que tenemos abundantes pruebas de grandes oscilaciones en el nivel de la tierra o del mar; pero no de cambios tan grandes en la posición y extensión de nuestros continentes para que en período reciente se hayan unido entre sí y con las diferentes islas oceánicas interpuestas. Admito sin reserva la existencia anterior de muchas islas, sepultadas hoy en el mar, que han servido como etapas a las plantas y a muchos animales durante sus emigraciones. En los océanos en que se producen corales, estas islas hundidas se señalan ahora por los anillos de corales o atolones que hay sobre ellas. Cuando se admita por completo, como se admitirá algún día, que cada especie ha procedido de un solo lugar de origen, y cuando, con el transcurso del tiempo, sepamos algo preciso acerca de los medios de distribución, podremos discurrir con seguridad acerca de la antigua extensión de las tierras. Pero no creo que se pruebe nunca que dentro del período moderno la mayor parte de nuestros continentes, que actualmente se encuentran casi separados, hayan estado unidos entre sí y con las numerosas islas oceánicas existentes sin solución, o casi sin solución, de continuidad. Diferentes hechos relativos a la distribución geográfica, tales como la gran diferencia en las faunas marinas en los lados opuestos de casi todos los continentes; la estrecha relación de los habitantes terciarios de diferentes tierras, y aun mares, con los habitantes actuales; el grado de afinidad entre los mamíferos que viven en las islas y los del continente más próximo, determinado en parte, como veremos después, por la profundidad del océano que los separa, y otros hechos semejantes, se oponen a la admisión de las prodigiosas revoluciones geográficas en el período moderno, que son necesarias dentro de la hipótesis propuesta por Forbes y admitida por los que le siguen. La naturaleza y proporciones relativas de los habitantes de las islas oceánicas se oponen también a la creencia de su antigua continuidad con los continentes, y la composición, casi siempre volcánica, de estas islas tampoco apoya el admitir que son restos de continentes hundidos, pues si primitivamente hubiesen existido como cordilleras de montañas continentales, algunas, por lo menos, de las islas habrían estado formadas, como otras cumbres de montañas, de granito, esquistos metamórficos, rocas fosilíferas antiguas y otras rocas, en vez de consistir en simples masas de materia volcánica.

Lectura aconsejada:

 

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