Las islas y sus dificultades en el párrafo sexcentésimo octogésimo octavo del Origen de las Especies

El autor no es científico.  La obra tampoco. Su lenguaje es, como hemos visto, especial. El darvinés, descubierto por Eugenio d’Ors y al que ya nos hemos referido en muchas ocasiones, no es lenguaje para científicos. Aquí encontramos nuevos ejemplos de este peculiar lenguaje:

 

Hay 26 aves terrestres, de las cuales 21, o quizá 23, son consideradas como especies diferentes; se admitiría ordinariamente que han sido creadas allí, y, sin embargo, la gran afinidad de la mayor parte de estas aves con especies americanas se manifiesta en todos los caracteres, en sus costumbres, gestos y timbre de voz.

 

¿se admitiría ordinariamente que han sido creadas allí? ¿Quién lo admitiría? Lamarck, desde luego, no. Y Lamarck nació en 1744, es decir sesenta y cinco años antes que Darwin.

 

 

 

 

 

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ON THE RELATIONS OF THE INHABITANTS OF ISLANDS TO THOSE OF THE NEAREST MAINLAND.

 

The most striking and important fact for us is the affinity of the species which inhabit islands to those of the nearest mainland, without being actually the same. Numerous instances could be given. The Galapagos Archipelago, situated under the equator, lies at a distance of between 500 and 600 miles from the shores of South America. Here almost every product of the land and of the water bears the unmistakable stamp of the American continent. There are twenty-six land birds. Of these twenty-one, or perhaps twenty-three, are ranked as distinct species, and would commonly be assumed to have been here created; yet the close affinity of most of these birds to American species is manifest in every character in their habits, gestures, and tones of voice. So it is with the other animals, and with a large proportion of the plants, as shown by Dr. Hooker in his admirable Flora of this archipelago. The naturalist, looking at the inhabitants of these volcanic islands in the Pacific, distant several hundred miles from the continent, feels that he is standing on American land. Why should this be so? Why should the species which are supposed to have been created in the Galapagos Archipelago, and nowhere else, bear so plainly the stamp of affinity to those created in America? There is nothing in the conditions of life, in the geological nature of the islands, in their height or climate, or in the proportions in which the several classes are associated together, which closely resembles the conditions of the South American coast. In fact, there is a considerable dissimilarity in all these respects. On the other hand, there is a considerable degree of resemblance in the volcanic nature of the soil, in the climate, height, and size of the islands, between the Galapagos and Cape Verde Archipelagos: but what an entire and absolute difference in their inhabitants! The inhabitants of the Cape Verde Islands are related to those of Africa, like those of the Galapagos to America. Facts, such as these, admit of no sort of explanation on the ordinary view of independent creation; whereas, on the view here maintained, it is obvious that the Galapagos Islands would be likely to receive colonists from America, whether by occasional means of transport or (though I do not believe in this doctrine) by formerly continuous land, and the Cape Verde Islands from Africa; such colonists would be liable to modification—the principle of inheritance still betraying their original birthplace.

 

El hecho más importante y llamativo para nosotros es la afinidad que existe entre las especies que viven en las islas y las de la tierra firme más próxima, sin que sean realmente las mismas. Podrían citarse numerosos ejemplos. El archipiélago de los Galápagos, situado en el Ecuador, está entre 500 y 600 millas de distancia de las costas de América del Sur. Casi todas las producciones de la tierra y del agua llevan allí el sello inequívoco del continente americano. Hay 26 aves terrestres, de las cuales 21, o quizá 23, son consideradas como especies diferentes; se admitiría ordinariamente que han sido creadas allí, y, sin embargo, la gran afinidad de la mayor parte de estas aves con especies americanas se manifiesta en todos los caracteres, en sus costumbres, gestos y timbre de voz. Lo mismo ocurre con otros animales y con una gran proporción de las plantas, como ha demostrado Hooker en su admirable flora de este archipiélago. El naturalista, al contemplar los habitantes de estas islas volcánicas del Pacífico, distantes del continente varios centenares de millas, tiene la sensación de que se encuentra en tierra americana. ¿Por qué ha de ser así? ¿Por qué las especies que se supone que han sido creadas en el archipiélago de los Galápagos y en ninguna otra parte, han de llevar tan visible el sello de su afinidad con las creadas en América? Nada hay allí, ni en las condiciones de vida, ni en la naturaleza geológica de las islas, ni en su altitud o clima, ni en las proporciones en que están asociadas mutuamente las diferentes clases, que se asemeje mucho a las condiciones de la costa de América del Sur; en realidad, hay una diferencia considerable por todos estos conceptos. Por el contrario, existe una gran semejanza entre el archipiélago de los Galápagos y el de Cabo Verde en la naturaleza volcánica de su suelo, en el clima, altitud y tamaño de las islas; pero ¡qué diferencia tan completa y absoluta entre sus habitantes! Los de las islas de Cabo Verde están relacionados con los de África, lo mismo que los de las islas de los Galápagos lo están con los de América. Hechos como éstos no admiten explicación de ninguna clase dentro de la opinión corriente de las creaciones independientes; mientras que, según la opinión que aquí se defiende, es evidente que las islas de los Galápagos estarían en buenas condiciones para recibir colonos de América, ya por medios ocasionales de transporte, ya -aun cuando yo no creo en esta teoría- por antigua unión con el continente, y las islas de Cabo Verde de África; tales colonos serían susceptible de modificación-el principio de la herencia sigue traicionando a su lugar de nacimiento.

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