Crisis y Ciencia: Sorolla y la inversión en ciencia

Fernando Hiraldo, Miguel Delibes, Jordi Bascompte y Ginés Morata firman un muy interesante artículo en el periódico El País, sobre la crisis, la inversión científica y la carrera del investigador en España. Muy recomendable.

«Algunas cabezas pensantes creen que una reducción del escaso gasto que este país hace en ciencia puede contribuir a mejorar las expectativas de salir de la crisis, aunque probablemente estemos diferencialmente inmersos en ella, entre otras cosas, por el raquitismo crónico de nuestra ciencia. Resulta fácil en estas circunstancias recordar el cuadro de Sorolla titulado Aún dicen que el pescado es caro, donde el maestro valenciano de la luz representa a dos pescadores atendiendo a un joven compañero herido en el suelo de la bodega de un barco, entre maderos, cuerdas, aparejos y alguna cesta de pescado; mientras uno de ellos tapona la herida, el otro lo abraza por las axilas.»


«Con esta viva imagen el gran pintor parece indicarnos que detrás del pescado que llega a nuestra mesa hay más de lo que vemos y saboreamos; hay mucho trabajo, esfuerzo y riesgo. Desgraciadamente, en estos momentos de crisis resulta obligado recordar también a algunos que detrás de la ciencia, de sus productos que posibilitan el bienestar de la sociedad, hay mucho trabajo, esfuerzo y riesgo, y que éstos son, hoy más que nunca, necesarios para apuntalar la todavía débil estructura de nuestra ciencia.

El camino para llegar a ser científico en España es exigente, duro y prolongado. Algunos de los pocos buenos alumnos capaces de finalizar sus estudios universitarios con una nota media cercana al sobresaliente obtendrán una beca/contrato predoctoral. Para este reducido pelotón empieza entonces la tarea de aprender a ser científico. Tras cuatro años de trabajo sin casi vacaciones y con jornadas laborales generalmente por encima de las diez horas, el contratado está a punto de «leer la tesis». Atrás quedan, junto a su investigación doctoral, el estudio de idiomas, de técnicas avanzadas de análisis estadístico o de lenguajes de programación, los varios meses cada año en laboratorios de otros países, las depresiones por los artículos rechazados por los editores y la euforia por el buen trabajo publicado, la alegría inmensa de algún pequeño gran descubrimiento y días y noches de felicidad creativa.., de ver nacer la ciencia.., de disfrutar de una aventura difícil de explicar.

Finalizada la tesis, el aspirante a científico optará a contratos posdoctorales, soliendo pasar, como poco, dos años en un laboratorio de un país extranjero. Si durante su posición posdoctoral consigue buenos resultados científicos, estará en condiciones de obtener un contrato posdoctoral para volver a España o continuar su carrera investigadora en otro país. En todo caso, una parte de este selectivo y esforzado grupo no conseguirá ningún tipo de contrato y deberá abandonar la carrera investigadora, reconduciendo por otros caminos su vida profesional. El resto, una auténtica minoría, accederá finalmente a un puesto de funcionario o a un contrato indefinido, con treinta y muchos o más de cuarenta años, tras un concurso-oposición. La recompensa económica al final de este largo trayecto será de unos 1.900 euros mensuales. Sin embargo, tendrán la satisfacción de dedicarse a lo que les apasiona, la ciencia. ¿Acaso parece un salario elevado para el notable esfuerzo de formación de una parte de nuestros mejores universitarios? Sólo tiene el lector que compararlo con los sueldos de la élite de las finanzas, el deporte o la banca.

Desde luego, pensamos que los relativamente bajos salarios iniciales en la carrera científica son una seria dificultad para atraer hacia la investigación a las más brillantes mentes de España u otros países. Sin embargo, no creemos que estos tiempos de crisis sean los adecuados para reivindicar mejoras salariales, por justas y estratégicas que sean. Pero igual de poco adecuado es plantear, en un país con el atraso científico de España, reducciones en los magros fondos que dedicamos a investigación. Es momento de profundizar en las reformas del sistema de ciencia y tecnología para conseguir mayor eficiencia en el gasto y más exigencia en sus resultados. Hay que abrir el sistema y hacerlo realmente competitivo y rentable para el beneficio de la sociedad española. Estabilicemos el esfuerzo económico y mejoremos los mecanismos de distribución y control. Una ciencia competitiva y flexible no es cara, sino la más rentable de las inversiones, como demuestran una y otra vez los mejores centros de investigación del mundo. Recordaba hace unos días Joan Guinovart que si piensan que la ciencia es cara prueben con la ignorancia y la mediocridad. Nunca es más evidente que en épocas de crisis que dar la espalda a la ciencia es lastrar las posibilidades de recuperación en un futuro inmediato.

En estos últimos años las mejoras en investigación han venido, de forma muy personal, de la mano del presidente Rodríguez Zapatero. Fue él quien se comprometió a doblar en su primera legislatura el gasto en I+D en España, y él quien lo impulsó y acabó consiguiéndolo. En esta crisis es necesaria, de nuevo, su implicación directa. No sólo para impedir la reducción del gasto en I+D en los presupuestos, sino también para impulsar los cambios administrativos y normativos que hagan más ágil y eficiente la inversión en ciencia. En el fondo, los que propugnan la reducción del gasto en ciencia son los mismos que han frenado durante años los imprescindibles cambios administrativos en OPIS y universidades encaminados a hacer más eficiente y rentable nuestra ciencia. A ellos hay que explicarles que la ciencia, como el pescado, no es cara si se valoran la dificultad para conseguirla y, sobre todo, sus beneficios posteriores. En las postrimerías del XIX, cuando Sorolla pintó el cuadro, no se conocían los efectos positivos que tiene el pescado sobre la salud, pero ahora sí sabemos la rentabilidad que para la sociedad tiene la ciencia. El indudable esfuerzo económico que supone mantener la inversión en tiempo de crisis merece la pena.

Fernando Hiraldo Cano (Premio BBVA 2004, Biología de la Conservación); Miguel Delibes de Castro (Premio Nacional de Investigación Alejandro Malaspina, 2005); Jordi Bascompte i Sacrest (Premio Euryi, 2004); Ginés Morata Pérez (Premio Príncipe de Asturias de Ciencia, 2007)».

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