Los milagros, los pactos y la ciencia en España

Treinta años dedicado a la investigación. Casi increíble. Miro hacia atrás y repaso la lista de personas que comenzaron esta carrera conmigo o que después intenté formar, compartiendo mis puntos de vista, dándoles opiniones, información y ánimo con más o menos fortuna.

Ya sabemos que sólo uno puede ganar una carrera pero casi todos, a no ser que se produzca una desgracia, llegan a la meta.

En la ciencia española no es así.

Alguno podría decir que muchos son los llamados y pocos son los elegidos. ¿Dónde queda el cambio de la economía del ladrillo a la del conocimiento? La escasa oferta pública de empleo ratifica año a año de forma más contundente, como si fuera un martillo pilón, recordándonos machaconamente aquello de «que inventen ellos». Para inventar, guste o no, hay que investigar. Muchas, más de las que se imaginan, de las publicaciones de científicos españoles se citan y utilizan en procesos que se patentan en otros países. Invertimos en beneficiar a competidores.

Es cierto que se ha conseguido mucho y ahí están los datos que lo demuestran y por eso España ocupa el undécimo lugar del mundo en publicaciones por número y calidad y el decimoséptimo en patentes, pero también es cierto que la financiación y el número de investigadores están retrocediendo de forma excesivamente rápida a niveles de hace muchos años. Además, las perspectivas económicas extienden la sensación de que una vez más la ciencia sufrirá los recortes.

Estos días, la investigación aparece tímidamente en las negociaciones y en los documentos de las distintas formaciones políticas para conseguir apoyos cara a un nuevo gobierno. Una vez más, se menciona el famoso pacto por la ciencia del que los políticos nos hablan desde los tiempos de Josep Piqué en el Ministerio de Ciencia y Tecnología. Debe ser un pacto complicado porque desde los años 2002 y 2003, el dichoso pacto aparece y desaparece como la bruja de los guiñoles con gran susto para el público asistente.

Desde mi modesta opinión el pacto es muy sencillo y se debería concretar al menos en garantizar el mantenimiento de un calendario en las convocatorias de proyectos de investigación con una financiación razonable, mejorando la agilidad en la gestión de esos fondos y sobre todo concretando una oferta de empleo, funcionarial o laboral, que consiga la renovación de las plantillas del personal investigador español. El hecho de que la media del personal investigador y técnico del CSIC esté en torno a los 55 años es cuando menos digno de figurar en una película de Alex de la Iglesia. Recuerden que a los 65 el investigador tiene la opción de jubilarse y a los 70 la obligación de hacerlo.

En este país que un investigador se estabilice profesionalmente entra dentro de la categoría de milagro. Como los milagros son excepcionales, la consecuencia es obvia: formamos buenos profesionales que, si pueden, se van a otros países con gran sacrificio y frustración y además espantamos a las posibles vocaciones de investigadores. Si examinamos los resultados de las últimas oposiciones al CSIC, concluiremos que para conseguir un trabajo de investigador estable en este país se necesita haber cumplido los cuarenta, tener un curriculum tan extenso como los de catedrático o investigador de hace pocos años y que se produzca el milagro.

Si cada año se convocan unos 175 contratos Ramón y Cajal que deberían ser la antesala de la estabilidad profesional, y las ofertas de empleo de investigador en los últimos años han sido aproximadamente de 80, 25, 8 y 100 en los Organismos Públicos de Investigación y un número proporcional equivalente en el Sistema Universitario del Estado hay más investigadores cualificados que oferta de estabilidad. Por otra parte la inversión privada en investigación es muy limitada. Hay que conseguir que para el sector privado invertir en investigación sea beneficioso y por lo tanto atractivo. Asunto pendiente para tratar en otro momento.

Por supuesto el Estado tiene prioridades como la Sanidad, la Educación, la atención a los discapacitados o las infraestructuras, pero no debe olvidar que el gasto en investigación es el plan de pensiones de la sociedad española y su garantía de un futuro mejor.

(*) Antonio Figueras es profesor de investigación en el Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo y ex vicepresidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Artículo publicado en El Mundo

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