Del libro áureo y otras historias

Fernando Sáenz, de Calambur Editorial S.L. me envía al correo electrónico una crítica de un libro que habla sobre los libros y que como saben los lectores de este blog, son siempre bienvenidos aquellos que por el hecho de serlo merecerían mucho más que unas letras aquí escritas. A quienes lo lean y comenten entenderán mejor que un libro es el mejor amigo y el mejor regalo durante todo el año; no sólo en estas fiestas.

El libro, artefacto complejo. Desde luego, pero quizá no sospechamos hasta qué punto lo es, y lo ha sido. Para averiguar el grado de complejidad de su maquinaria y para saber (mucho) más acerca de la oficina de su ser mismo, híbrido de tecnologías y de ideologías –producto, al cabo, de artes mecánicas cuanto liberales también-, es preciso ahora consultar este gran meta-libro de quien es uno de sus más consumados maestroarmeros, Víctor Infantes, quien ha reunido en un volumen compacto el resultado de sus trabajos y de sus días en el mundo del papel, en la grafosfera.

Arquitectura impresa

El trabajo de este superespecialista corona, desde luego, el cada vez más sólido edificio de la bibliografía material española, pues arranca de sus cimientos mismos, es decir: de la producción impresa peninsular en el cenit – Siglo de Oro- de su poder político-imperial.

No cabe simplificar, y menos resumir este esfuerzo de la minerva particular de un entendido sobre una época esplendente. La verdad es que la erudición aquí mostrada rebasa con mucho los límites acostumbrados y deviene por momentos total, enciclopédica, debido sobre todo a que debe acercarse al continente de todos los contenidos conocidos. La misma profundidad de los abismos técnicos que envuelven la producción de este sumo fetiche cultural al que obstinadamente seguimos llamando libro, nos daría vértigo, si no fuera que nos asomamos a ella de la mano de un, a veces irónico, siempre cáustico e inteligente, en todo caso: moderno Virgilio.

La lógica (y la logística) del impreso áureo es particular; lo que parece aleatorio y caprichoso en esos viejos volúmenes cuando se consultan al acaso, es reducido por el trabajo comparatista a una orden, casi a una estructura, que se parece en mucho a aquellas que Lévi-Strauss pudo definir en los conglomerados primitivos de vida social humana.

Del libro áureo introduce sistema donde parecía albergarse el caos universal profetizado por Borges. Hay orden después de todo en este universo, que es menos un laberinto que un edificio inteligente. Los libros, al cabo, no se reivindican de una Babel (o Babelia), sino que más bien son los productos más legítimos de aquella otra república armoniosa que diseñó Platón.

Este metágrafo o meta libro del libro áureo da cuenta de los títulos, como también lo hace de las letras capitulares, de los formatos y de las ilustraciones y los inventarios, además de contener fuentes apologéticas del alcance del imprimir y de la imprenta en su edad de oro hispana. Las variantes infinitas de tales productos estrella en las industrias de la cultura se pliegan en este universo de las letras a las invariantes, ellas mismas también infinitas e inflexibles, y de unas y de otras se da razón razón gráfica suficiente, lo cual ayudará a serenar los ánimos de quienes se dispongan en estos momentos a entregar sus horas a los estudios arqueológicos, que encontraran aquí un vademécum fiel para su particular tour por el pasado.

Publicado en: ABC de Las Artes y las Letras de la semana del 25 de noviembre al 1 de diciembre de 2006.

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