De como un gabacho se fue de Madrid al cielo

Tarde de toros en Las Ventas.
Los Cien Mil Hijos de San Luis se dieron cita en el coso madrileño. Había franceses por todas partes.
Escuché Au revoire antes y durante la corrida…
pero después lo que escuché ante la Puerta Grande fue el rugido de la multitud.
 

Cuando Castella clavó la espada en el toro negro, la voz de la conciencia brotó como el chorro de agua en la ballena de Jonás.
Y a empapó todo el mundo. El clamor iba y venia del cinco al nueve y del siete al tres. La sábana blanca o el conjunto de pañuelos cambió el semblante del escenario.
«El esperado» -comentó un evangelista en el cuatro.
Y estuvieron de acuerdo católicos, protestantes, judíos y anabaptistas…
También un musulmán que había venido a probar el rabo de toro porque su religión le prohibe la carne de cerdo.
Puerta Grande. El público soberano le sacó a la calle. Y en las volandas el torero miró a los cielos y le dio gracias a las estrellas.
Estampa de una belleza inigualable.
Yo también miré a los cielos y descubrí una vez mas que Madrid me tiene loco, sobre todo
cuando vuelan palomas en el ruedo y la puesta de sol hace de las nubes mi paraíso secreto.
Castella sabe que de Madrid se va al cielo, por eso hasta que no suena el clarín permanece inmóvil,
rozando con el vestido los ladrillos de un túnel inmenso, donde un hilo de percal soporta la frágil vida.
En otra nube roja, reposada, serena vi a otro  torrero valiente que al dejarse llevar por la verdad se fue hacia los cloroformos.
Ya cicatriza la herida, porque las huellas que quedan por hablar de cara al miedo descubren al impostor.
¡Gracias señor Perera.!

Juan Miguel Sánchez Vigil
18-05-07

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