Mil formas de mirar una tormenta

Texto y foto: Juan Miguel Sánchez Vigil 

 

A mi buen amigo Urogallo

Faltaban siete minutos para las ocho de la tarde cuando se detuvo el tiempo. No es un giro literario, como tampoco fue aquello una ilusión. Efectivamente, el tiempo se detuvo en ese cielo gris de primavera que el sol atravesó con rayos blancos.

La plaza de toros, a rebosar de un gentío colorista, comenzó a girar sobre sí mismo y se elevó hacia los cielos provocando el terror en los tendidos.

Tembló el granito.

Y como si de un tifón se tratara, en instantes el coso se transformó en una mota de polvo y voló en dirección al infinito.

Apenas tuve tiempo para pulsar el “enter” del ordenador y enviar por los circuitos de la sangre esta imagen que ahora ustedes contemplan.

Se preguntarán desde donde les escribo… Ni yo mismo lo sé, y si este mensaje llega a su destino estaré navegando en la tormenta.

Si quieren hacer comentarios, dense prisa por favor…

Compartir:

Deja un comentario