Una foto robada en recuerdo de mi amigo

Juan Miguel Sánchez Vigil

 

Me dijo cierta vez un amigo que la fotografía era su vida. Hace tiempo que murió y con él “sus fotografías”. El 19 de agosto es el Día Mundial de la Fotografía, fecha conmemorativa de la presentación en la Academia de Ciencias de París del invento de Daguerre.

Los días internacionales son como los días del padre, de la madre, de la lujuria o del medio ambiente. No sirven para nada. Salvo los grandes eventos que concentran decenas de actos, casi siempre elitistas por minoritarios, nadie se fija en los temas hasta que no llega el día señalado. Se produce así el fenómeno más estúpido de todos lo fenómenos; por ejemplo, querer más a la madre porque el amor se simboliza en una fecha.

En la fotografía se produce un fenómeno curioso. Mientras la oficialidad española mira para otro lado (a nivel estatal) y no tenemos ni un solo museo de fotografía o centros documentales que la protejan, conserven o difundan (al menos en condiciones), millones de usuarios toman fotografía en las calles para inmortalidad su propia vida, generar documentos o crear obras de arte.

Mi amigo, el que se murió pegado a su cámara soñando con atrapar todo el mundo en fragmentos, no dejó de existir en agosto, tampoco era 19, pero para mi ese será siempre el Día Internacional de la Fotografía (con permiso del fantasma del señor Daguerre).

Un personaje de García Márquez, fotógrafo de vocación, dejaba abierto el objetivo de la cámara convencido de que si Dios existía su imagen quedaría atrapada en la emulsión de los cristales. Jamás lo consiguió.

Hace unos días dejé abierto el objetivo de mi cámara y obtuve esta imagen. Es una foto robada, tomada de espaldas, porque cuando nos giramos algo sigue ocurriendo detrás de nosotros; sea el día que sea.

Compartir:

Un comentario

Deja un comentario