J.M.S.V.

Un Tiziano y un Velázquez. Estas son las dos obras que nos reciben al entrar en la sala de exposiciones. Dos retratos sorprendentes del que solo desvelaré uno: la enorme figura del Conde-Duque de Olivares. ¿Qué hace el valido de un monarca español en un museo brasileño? Fue lo primero que se me ocurrió mientras contemplaba la perfección de la llave que Velázquez pintó bajo el cinturón de don Gaspar de Guzmán.

Las 33 obras maestras que se exponen son, efectivamente maestras. Han sido descolgadas de las salas del Museo de Arte de Sao Paulo para que dejen de mirar a los de siempre y fijen sus ojos en gente nueva: nosotros.

Los ojos de los retratados nos miran desde cualquier parte. Te pongas donde te pongas, los ojos de los personajes (re)creados por Modigliani, Hals, Van Dyck, Manet, Corot, Cezanne, Toulouse Lautrec, Goya y otros que seguro que ahora olvido, se clavan en los nuestros para decirnos que aunque el tiempo haya pasado están ahí, siempre vivos y expectantes.

Se disfruta porque los autores son de lujo; también porque hay mucha belleza en los retratos. Sin embargo, hay uno que llama la atención por el descaro del personaje: el retrato que pintó don Francisco de Goya a Fernando VII (el mismo al que el pueblo llamó el Deseado y que fue dictador hasta sus últimos días).

Este Fernando VII es deforme y arrogante, cruel en su mirada, coqueto y con esos ojos del poder que atemoriza. Si el gran artista soñador lo vio así, es que debió ser terrible. Pero este no es más que un trozo de la deliciosa tarta de nata y chocolate que el Museo de Arte de Sao Paulo nos ha regalado. Hay que dejarse mirar para contar luego que hemos sigo observados por los grandes de la historia.

 

Mirar y ser visto. De Tiziano a Picasso

El retrato en la colección del Museo de Arte de Sao Paulo

Fundación Maphre. Paseo de Recoletos, 23, Madrid

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