Juan Miguel Sánchez Vigil

 

Otra vez Maphre nos ofrece una muestra maravillosa (una más en su programación de lujo). Miro las fotografías de este hombre y me pregunto si llegó a saber que sus imágenes provocarían esa extraña sensación que a veces parte el alma. Estas fotos que algunos han definido como “denuncia”, reflejan la realidad social de USA en el primer tercio del siglo, y revelan sobre quienes se hizo el Imperio. Los barrios de los inmigrantes y el trabajo de niños y mujeres son demasiado fuertes para encajarlos o admitirlos de un solo vistazo. Allí estaba Lewis Hine, en esa esquina donde un día cualquiera un grupo de personas dejaba pasar el domingo a las puertas de la casa prefabricada mientras los muchachos jugaban al béisbol y las niñas peinaban a las muñecas.

Los retratos de los niños son duros, pero también deliciosos: ojos alegres y manos hinchadas; una contradicción que todavía persiste y que me temo existirá por los siglos de los siglos. Los reportajes de los inmigrantes en la isla de Ellis son a veces muy cercanos a los realizados en Cataluña durante los años cincuenta. “Todo es uno y lo mismo”, escribió Campoamor.

Hine (1874-1940) fue autodidacta y aprendió fotografía para documentar las actividades que preparaba para sus clases de Geografía y Naturaleza. La series sobre el trabajo son espectaculares, impactantes, con la archiconocida imagen de la niña hilandera en una fábrica de Nueva Inglaterra. A veces los retratos duelen, se cuelan hasta la médula y se clavan como alfileres. La serie de muchachos vendedores de periódicos es un canto a la niñez, y también al fotoperiodismo.

Estas fotos son las que Coppola reproduce en El Padrino, y son también las fotos actuales de los hombres y mujeres a las puertas de las oficinas de empleo durante los años de la Depresión (Internacional Labor Agency). Son también las fotos que Alfonso Sánchez Portela captaba en el Madrid de las paveras y de los vendedores ambulantes.    

Me quedo con el retrato de ese hombre moribundo, realizado en 1908, que se despide de la vida entre la humedad de un sótano, y me quedo también con el retrato de ese niño vestido con harapos (fechado hacia 1910) que sonríe a la cámara para dejar constancia que plantará cara a la vida.

En 1940 Lewis Hine falleció en la indigencia. En los últimos años perdió la propiedad de su casa y debió sentirse como aquellas personas a las que había retratado. La pregunta es: ¿Cómo fue posible que un profesor de Pedagogía graduado en Nueva York muriera sin apenas medios para subsistir? La respuesta, como siempre, nos la da la vida misma. En este caso búsquenla en sus fotografías.

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