PRÁCTICUM…¿Y AHORA QUÉ?

Verano, vacaciones, viajes, pandemia, resaca,…¿nueva ola? Varias palabras que se conectan en un estado de cosas desconocido. Continuamos expectantes ante el futuro inmediato y el mediato. No salimos todavía de la incertidumbre provocada por el coronavirus del 2019 que transformó el 2020.

Vamos, avanzamos con tiento y recelo, reculamos. El bicho nos trae de cabeza, muchas veces por falta precisamente de cabeza. Se habla de «nueva normalidad» aunque lo inestable de la situación no parece que sea nada normal. Seguimos participando de la historia que, con cierta incredulidad, no pensábamos allá por marzo que sería la que está siendo. Todo se ha trastocado, y lo que nos queda.

Podríamos hablar de cualquier cosa, casi todo nos daría pie a especulaciones, lamentaciones, esperanzas o elucubraciones. Pero el título de la entrada nos delata. El prácticum es, para el lector ajeno a estas lides, una asignatura de multitud de titulaciones universitarias que supone la inmersión del alumnado en un entorno laboral y profesional. En el caso de las titulaciones sanitarias como Enfermería o Fisioterapia abarca alrededor de la cuarta parte de las mismas, es decir, como un curso académico de los cuatro que tienen las carreras. Su vocación es la integración de los contenidos teórico-prácticos adquiridos en la universidad con el trabajo de campo, en un entorno real de interacción con compañeros y profesionales que dé sentido totalizador a las habilidades, conocimientos, aptitudes y actitudes que se van imbricando, trabando y conectando en el currículo académico. Claro está, todo relacionado con la práctica asistencial, es decir, con la ineludible relación con los usuarios y pacientes. Esa relación es inmanente en la práctica sanitaria.

La excepcionalidad de la pandemia obligó a soluciones insólitas en el último tercio del curso 2019-20. Miles de estudiantes tuvieron que prescindir parcial o totalmente de la asignatura que, por su naturaleza, podemos considerar la más importante de la carrera. No hace falta discurrir mucho (casi mejor no hacerlo) para atisbar las implicaciones en la formación de muchos estudiantes que hoy ya son profesionales. Habrá enormes huecos en sus capacitaciones que con cierto empeño voluntarista podrán cubrir con los años. Otros aprendizajes netamente experienciales nunca podrán ser adquiridos.

Eso ya es pasado. Sin embargo, la situación no sólo no va a enmendarse inmediatamente, sino que parece que va a durar, al menos, gran parte del próximo curso. En el mejor de los casos los papeles se invertirán y los estudiantes del último tercio del mismo podrían salir formados con un prácticum ya normalizado. Por lo dicho hasta ahora, sería razonable pensar que las universidades tienen establecido un «plan de contingencia», pensado y consensuado con todos los actores implicados. Es perentorio planificar el desarrollo de un prácticum adaptado que contemple aspectos clave. Se nos ocurre que la distribución del alumnado en los distintos centros y empresas debe responder al requerimiento de las distancias interpersonales. Es muy probable que las actividad de esos centros haya cambiado, por ejemplo, con menos pacientes, lo que también  altera la relación de alumnos que pueden aprovecharse del trabajo en ellos. Los profesionales que sirven como profesores o tutores también pueden haber trastocado sus tareas, con dedicación a áreas distintas. Incluso, fruto de planificaciones ante la evolución de brotes, sus tareas se hagan incompatibles con una actividad docente habitual. Además, es necesario considerar la actuación en un entorno «hostil», con medidas de protección y equipos que habrían de proveerse también para los estudiantes.

Nuestra duda es si esto y más se está contemplando, si se va a esperar a actuar con improvisación, si la incertidumbre va a causar inacción, si de verdad nos importa formar profesionales sanitarios competentes. Nuestra duda es escéptica porque no escuchamos ruido sobre este asunto que sí nos parece interesante e importante para el sistema. Nuestra pregunta es…¿y ahora qué?

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