DE VUELTA

Tras el veraneo nos hemos incorporado a nuestro puesto de trabajo en el hospital. Si el lector conoce las entradas previas sabe de algunos detalles de nuestro periplo profesional en los últimos meses. Así, desde la distancia, escudriñamos en los recuerdos. Pensábamos,a la par que se iban relajando las medidas impuestas para impedir la propagación del bicho, que todo se iría normalizando y que nos quedaríamos con lo bueno que había emergido o se había acelerado por la desgraciada pandemia.

Tras el veraneo nos hemos incorporado a nuestro puesto de trabajo en el hospital. Si el lector conoce las entradas previas sabe de algunos detalles de nuestro periplo profesional en los últimos meses. Así, desde la distancia, escudriñamos en los recuerdos. Pensábamos, a la par que se iban relajando las medidas impuestas para impedir la propagación del bicho,  que todo se iría normalizando y que nos quedaríamos con lo bueno que había emergido o se había acelerado por la desgraciada pandemia.

Así, aquella sensación de comunión con los compañeros salvando barreras intraprofesionales; la revalorización de la sanidad pública; el reconocimiento de su valía para todos sin distinción de clases; la necesidad de promover la investigación y la diversificación de nuestra economía; las nuevas formas de reunión, comunicación, formación y difusión del conocimiento; la colaboración trasnacional; el olvido de rencillas intranacionales, etcétera, etcétera.

Sin embargo, nos topamos con un virus resistente al calor, con el descuido intencionado de las medidas de prevención, el desprecio a las recomendaciones científicas, la distinción caótica entre territorios, las contradicciones secuenciales de muchos (ir)responsables políticos, el negacionismo y el resurgimiento de conspiranoias. Los propios profesionales hemos sido aquiescentes, tolerantes o participes de comportamientos poco cautelosos, acaso cansados por tantas minuciosas precauciones de forma tan dilatada.

Pues bien, con septiembre volvemos al hospital. La situación general era conocida, teníamos la Covid hasta en la sopa a pesar de nuestro aislamiento en pueblos y ciudades menos concurridos, con fiestas canceladas e imprudentes «no fiestas». Como sospechábamos, la UCI se ocupa ya sólo con el virus, al igual que otras unidades de hospitalización. El ambiente es expectante, no se recupera la actividad prepandemia, las visitas a los pacientes se restringen o anulan. En fisioterapia continuamos con las medidas previas en cuanto a distancias, horarios, protección o limpieza. Lo positivo que esperábamos, mayor autonomía del paciente y del profesional, orientación hacia el ejercicio terapéutico, disminución de sesiones innecesarias, han llegado a medias. Otras, como la teleconsulta, veremos si llegan.

En este contexto posvacacional, hablando en un tono plenamente personal, descubrimos que resurgen sensaciones poco gratas. Al entrar por primera vez en la UCI no podemos evitar recuperar, inopinadamente, recuerdos de aquel 17 de marzo en el que empezábamos a colaborar en las pronaciones de pacientes. Además, confesamos desasosiego, cansancio (a pesar de las vacaciones), hastío, desesperanza. Nos preguntamos si tiene que ver con ese síndrome del quemado. También, por qué no decirlo, temor acrecentado de llevarnos el bicho a casa, enfermar o hacer enfermar a los que dependen de nosotros. Nos preguntamos si esos compañeros enfermeros, médicos, auxiliares se encuentran parecido. «¿Y si tuvieran que cuidar de mí o de un familiar mío?». Inevitable pregunta.

No vamos a negar que además de ese estado emocional, nada reconfortante ni recomendable para los profesionales sanitarios, sentimos decepción por los que gobiernan el timón. Idas y venidas, imprevisión, improvisación, negación, confrontación, partidismo y más se han combinado sin distinción entre todos.

Podríamos acabar con un toque de optimismo. Pero no podemos.

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