Intemperies editoriales
En el último número de la (imprescindible) revista Texturas, una mansa lluvia digital empapa por completo nuestro ya anegado (por no decir ahogado) ecosistema editorial. Un paraguas intenta protegernos de esa aparente inclemencia, pero su consistencia analógica se desvanece en un sinfín de píxeles, integrándose irreversiblemente en el aguacero digital. Nada hay que pueda escapar ya a la transformación electrónica, nada hay que quede ya de la cadena de valor analógica.
Manuel Gil lo lleva advirtiendo en varias de sus últimas entradas, pero seguimos sin darnos por aludidos, como si esconder la cabeza bajo tierra nos librara del chaparrón: durante la segunda mitad del siglo XX y el primer decenio del actual, los editores enviaban sus novedades a las librerías, percibían el abono que les permitía financiar sus gastos corrientes y la edición de sus novedades subsiguientes, recibían las devoluciones al tiempo que realizaban nuevas y simultáneas implantaciones, y así se realimentaba un ciclo pernicioso de financiación que ha llegado hasta hoy. Los libreros, sin embargo, hastiados de novedades, incapaces de gestionarlas e irritados por haberse convertido en financiadores de esa maquinaria editorial refleja, han decidido no abonar muchas de las implantaciones masivas que los sellos editoriales (sobre todo los medios y grandes), realizaban hasta ahora. Eso significa que el flujo de financiación se ha acabado (el de los bancos y el descuento de las letras había cesado hace ya mucho), que nadie podría seguir ya trabajando en la suposición de que una implantación excesiva sirva para sostener el catálogo, aunque tratándose de una crísis sistémica de la cadena de valor, los libreros serán, seguramente, los peor parados, porque sin editoriales y sin libros su papel apenas resulta ya justificado ni necesario.
Si, además, como sostiene con gran acierto Arantxa Mellado, en el mencionado número de Texturas, en el artículo “La evolución de las especies (editoriales)”, las tecnologías digitales están favoreciendo modos de desintermediación inusitados que generarán nuevos tipos de autores más allá del literato tutelado, que sepan valerse de los recursos y tecnologías que la web les da para crear, distribuir y llegar a sus públicos potenciales valiéndose o no de los servicios que les proporcionen los editores, nos encontramos ante lo que lo irreversible: “la cadena de valor del libro”, dice Mellado, “se está transmutando en una red de valor; va a dejar de ser lineal para transformarse en reticular, con nuevos agentes, nuevos oficios, nuevos canales de distribución, nuevos canales de venta, nuevos lectores, nuevos consumidores y nuevos productos editoriales enlazados entre sí formando las ramificaciones que conforman la Red”.
Si a eso sumamos que el sistema de producción y de financiación editorial no podrá seguir basándose en las tiradas masivas e indiferenciadas en offset, porque ya no paga nadie por ello (ni lectores ni libreros), solamente queda asumir que la tecnología digital es -como se titula uno de los artículos de Texturas- un factor de liberación y emancipación antes que una amenaza.
La lluvia de código de Matrix nos ha empapado, nadie está a resguardo, todos nos encontramos a la intemperie. No estaría de más que los Gremios dedicaran algo de tiempo a pensar, en profundidad, sobre esta irreversible transformación y las maneras más cabales y colectivas de abordarla.