El futuro híbrido de la librería
Empecemos por lo obvio: aunque Argentina, junto a México, Colombia y Brasil sea uno de los países iberoamericanos con índices de producción editorial y acceso al libro más prominentes, lo cierto es que su red de librerías, el número de puntos de venta, sigue siendo proporcionalmente bajo con respecto al número de habitantes, y su concentración en los polos urbanos deja al resto del territorio en condiciones muy precarias de acceso a ese bien cultural. Si alguna vez hubiera existido el proyecto de crecer y expandirse, no parece que ahora sea el mejor momento, no al menos de la manera tradicional: la revolución digital en el acceso a los contenidos a través de la web —tal como se demuestra en los países anglosajones y de Europa occidental, además de Corea del Sur y Japón— convertirá en superfluos o redundantes muchos de los canales de distribución y comercialización tradicionales, porque los libros son un tipo de bien, de mercancía, fácilmente virtualizable, y la experiencia de la búsqueda, la consulta y la compra no sufren menoscabo ninguno en la red, antes al contrario. Ocurre, por tanto, que a una red de librerías débil y concentrada se superpone una revolución de desintermediación digital que amenaza con hacer superflua su papel y su presencia. Es cierto que, al menos todavía, la media de la penetración de la conectividad en América Latina de las redes de banda ancha se sitúa en el 32.3% y que la transición de lo analógico a lo digital puede percibirse como una conversión progresiva y ordenada, pero la ausencia temporal de infraestructuras adecuadas no debe ocultar el irreversible cambio en el modo de producción de lo analógico a lo digital, en la conformación de una cadena de valor tradicional a otra muy distinta en la que los libreros tradicionales podrían ser un lastre prescindible o un vestigio arqueológico.
¿Qué cabe hacer, entonces, ante la magnitud de un cambio en los modos de producción, de creación, circulación, distribución, uso y venta de los contenidos editoriales? Se me ocurren solamente dos cosas, lo suficientemente grandes como para mantenernos ocupados:
a) es necesario reconocer que las grandes librerías virtuales proporcionan una experiencia de búsqueda, encuentro y compra cómoda y ventajosa, más todavía cuando alguna de ellas —en un exquisito ejercicio de integración vertical— proporcionan dispositivos de lectura a precios asequibles a través de los que consumir los contenidos adquiridos en esas mismas plataformas. El contenido escrito es, además, sencillamente digitalizable y muchos lectores perciben sustanciosas ventajas —precio, almacenamiento, accesibilidad, oferta— en disfrutarlos de esa manera. ¿Qué pueden o qué deben hacer los libreros ante la penetración creciente de grandes plataformas multinacionales con una masa crítica de contenidos incomparable? ¿Cruzarse de brazos? ¿Confiar en que su pudiente y envejecido público lector siga profesando fidelidad al tradicional punto de venta? ¿Verlas venir hasta que el vendaval digital los arrase? O, quizás, ¿no sería plausible pensar en una alianza global de los libreros y los editores para construir una plataforma única y global, iberoamericana, fundamentada sobre la existencia previa de sus respectivos catálogos nacionales y la estandarización de los registros de la producción editorial ISBN (por ahora en construcción) conectada con el catálogo español? La magnitud de la tarea es, claro, equiparable al tamaño de la amenaza. De existir algo así, de llegar a existir una plataforma digital compartida de contenidos digitales, cabría pensar en un mapa de acceso y distribución a la oferta editorial sustancialmente distinto: sobre una red creciente que conectara progresivamente todo el territorio, podría accederse a todos los contenidos ofertados en la plataforma; en los puntos de venta tradicionales sobrevivientes, cabría acceder a toda la oferta viva de los catálogos nacionales y servirlos título a título mediante una red bien dimensionada de impresión bajo demanda. Hablo de una transformación copernicana, lo sé, pero ¿cabría seguir pensando en escribir y copiar libros a mano distribuyéndolos en circuitos cerrados a clientes selectos cuando un señor ha inventando la imprenta? Quizás el CERLALC tenga algo que decir en todo esto y quizás su ayuda resulte inestimable en el impulso de un proyecto global y compartido, estratégico: crear una plataforma iberoamericana única que beba de los catálogos nacionales, repositorios estandarizados y bien etiquetados, dotados de los metadatos y el fundamento semántico necesario para que sus contenidos sean sencillamente localizables, para que sus ofertas sean visibles y accesibles, para que su impacto en la red pueda llegar a equipararse al de los grandes actores internacionales. Quizás cada gobierno deba, adicionalmente, profundizar en el impulso de la conectividad, en la disminución de la brecha digital, en el acompañamiento a una industria que necesita tutela y atención en esta transición. Lo dicho: la dimensión y el calibre del esfuerzo es solamente comparable a la proporción y envergadura de la amenaza que se cierne sobre la estructura editorial.
b) Qué tiene de insustituible la experiencia presencial, física, analógica, respecto a la digital? ¿Qué clase de valor añadido puede ofrecer un punto de venta tradicional respecto a uno virtual? ¿No deberían buscarse esas señas distintivas e inimitables de las experiencias tangibles para competir contra la virtualización de nuestras prácticas? Es necesario dar en las librerías aquello que las plataformas digitales no pueden dar, o al menos no pueden reproducir de manera cumplida o consumada: el trato personal; el consejo; la cercanía; la creación de un espacio estéticamente diferenciado; la suma de otros servicios que hagan placentero el encuentro con los libros, que permitan que el usuario se demore en su consulta (vinos, cafés, cualquier otra añagaza comestible, merchandising o esa clase de objetos fetiches complementarios que tanto nos gustan a los biblioadictos, etc.); el encuentro con personas de interés afines, con escritores, autores o especialistas en las materias que se comercialicen… y también, como lo intangible no siempre es suficientemente valorado, añadir contenidos exclusivos, adicionales, no disponibles a través de los canales digitales, fruto de la complicidad entre los autores, los editores y los libreros que buscan preservar los canales tradicionales de aquellos que siguen encontrando gusto en el tacto y el contacto, tal como están haciendo los libreros ingleses.
El futuro de las librerías es obligatoriamente híbrido, mixto, fruto de la suma de lo más propio y exclusivo de lo analógico y de lo más pujante y abarcador de lo digital.
ESTE TEXTO APARECIÓ AYER DOMINGO 28 DE ABRIL EN LA VERSIÓN IMPRESA DEL DIARIO ARGENTINO PERFIL