Dar la vida por lo abierto
Hace pocos días Aaron Swartz, un joven de 26 años, activista de la red, coinventor del RSS e impulsor del open access, se suicidó. Ese estremecedor suceso parece que vino propiciado por la desmesura de la amenaza judicial que se le venía encima: 35 años de prisión y una multa de 1 millón de dólares por haber puesto en circulación 4,8 millones de documentos provenientes de la base de datos de JSTOR. En el fondo de su actuación, de su decisión de liberar esos documentos digitalizados, procedentes en su mayor parte de revistas científicas, estaba el deseo de promover el acceso libre e igualitario al conocimient0, algo que puede sonar a ingenuidad y candidez extremas, sobre todo en los ávidos y desiguales tiempos que corren.
No soy partidario, personalmente, de violar las leyes del copyright cuando existen propietarios que, justificadamente, quieren hacer uso de su legítimo derecho; soy, sin embargo, un incondicional defensor del libre acceso a los contenidos científicos generados por una comunidad que, en su gran mayoría, está compuesta por funcionarios pagados con fondos públicos al servicio de la comunidad. Y, para mi, ese es el debate fundamental que este turbador hecho pone despiadadamente de relieve: el proceso y flujo de edición tradicional dictaminaba que los científicos dispuestos a hacer carrera debían publicar, preferentemente, en cabeceras con índices de impacto elevado, controladas por una camarilla de profesores bien situados, al servicio de un sello editorial privado que revendía ese mismo contenidos generado por los científicos a las bibliotecas universitarias donde trabajaban por precios, a menudo, abusivos. Ese estado de cosas, sin embargo, cambió desde el mismo momento en que surgiera Internet: la posibilidad de controlar y gestionar el proceso completo, desde la creación a su distribución y posterior uso, dio a los científicos la posibilidad de emanciparse de un yugo incoherente, que no aportaba valor alguno, antes al contrario, que mermaba su circulación, su impacto y sus posibilidades de acceso al conocimiento. La primavera académica, sin embargo, estalló ya en el 2012.
Internet da a los científicos la posibilidad de controlar toda su cadena o red de valor, y eso hace que todos aquellos que se beneficiaban del modelo anterior -los grandes grupos editoriales Reed Elsevier, Springer, Ebsco, etc., que sin añadir prácticamente valor alguno obtenían crasos beneficios; los científicos miembros de los comités de peer review, anónimos y oscuros, cancerberos de las promociones científicas; la propia comunidad científica, finalmente, paralizada en esa carrera a menudo incoherente del pública o muere-, se sientan molestos y blandan con descomedimiento las amenazas jurídicas y penales que seguramente pesaron sobre la decisión de Swartz.
Ese sacrificio innecesario de Aaron Swartz no debería caer, sin embargo, en saco roto. No es suficiente con apenarse y sentirlo (como la propia página de JSTOR ha hecho), o con procurar seguir las condolencias en el hashtag que se ha creado al efecto #PDFTribute http://pdftribute.net. Es necesario repensar en profundidad el sistema de creación, circulación, uso y reutilización de los ensayos, experimentos, contenidos y resultados generados por la comunidad científica: es necesario hablar de open data, de open access y open edition, como elementos íntimamente correlacionados en un nuevo proceso de descubrimiento, ensayo, error, comentario y publicación dependiente, de manera soberana, de los propios científicos. Es necesario darse nuevos instrumentos de impacto y medición que valoren la circulación, uso, apertura y comentarios de los contenidos expuestos a la vigilancia de la comunidad. Es necesario, como se proponía hace poco en Six ways to clean up science, reestructurar profundamente los incentivos que llevan a los científicos a publicar los contenidos de la manera en que lo han hecho, falsificando a menudo las evidencias, forzados al fin por publicar con la apariencia impoluta del descubrimiento perfecto.
Entregar, en suma, parte de nuestra vida profesional por lo abierto.