La ciencia – 2.08

Ayer paseaba de noche por la playa. A pesar de la polución lumínica se veían algunas estrellas. Desde que tenemos registros históricos sabemos que las estrellas han intrigado a los seres humanos. Fue el estudio de sus movimientos lo que originó la rebelión de Galileo y la creación de la ciencia.

 

Hoy todo el mundo sabe que las estrellas son soles repartidos por el espacio, o más bien, -en- un espacio que ellos mismos definen. Son reactores de fusión de una variedad que exige la más amplia imaginación para poder ser abarcada. 

 

Llamaré “cielo” al conjunto de las estrellas.  El cielo presenta, aun hoy, misterios tan grandes como los que llevaron a crear la ciencia. Todos los objetos se atraen entre sí. A esta atracción le ponemos la etiqueta de “gravitación universal”. Podemos pensar en ella como en una fuerza que atrae los entes de la naturaleza entre sí, o, si queremos  (y es estrictamente equivalente)  como en un cambio de la forma del espacio, de euclídeo o lineal, a curvado, de manera que los entes, tanto masivos como  radiación electromagnética, deben acercarse entre sí en sus movimientos.

 

Pues bien, si todos los entes naturales deben acercarse entre sí, ¿cómo es que no están todos juntos, después de miles de millones de años?

 

No solo no están juntos, sino que se separan unos de otros de manera constante, hasta el punto de que la radiación electromagnética (em)  que recibimos de todos ellos  (y la que todos ellos reciben de nuestro Sol)  está desplazada hacia las frecuencias bajas.

 

Si alguna vez estamos en una estación de tren del tipo de aquellas por las que pasan los trenes a alta velocidad, y el tren pita, escuchamos un pitido agudo cuando el tren se acerca, que cambia bruscamente a grave en el momento en que pasa a nuestro lado y sigue alejándose de nosotros. Puesto que las ondas de sonido se emiten siempre con la misma frecuencia pero tardan cada vez más en llegar cuando el tren se aleja, las ondas que recibimos nosotros tienen las crestas más separadas entre sí de lo que estaban cuando salieron del silbato.

 

Puesto que vemos la luz, o las ondas de radio, o, en general, las ondas em, con frecuencias más bajas de lo que corresponde a las temperaturas que deducimos deben tener las estrellas, pensamos que todas las estrellas se alejan de nosotros a alta velocidad. Esto podría ser debido a una enorme explosión que hubiese lanzado todas esas estrellas en todas las direcciones posibles. Pero la gravitación debería haberlas frenado hace tiempo.

 

Pero hay otro problema adicional. Las estrellas no solo se alejan cada una de todas las demás, sino que las medidas realizadas en los últimos años indican que ese alejamiento se realiza de manera no más lenta, sino cada vez más rápida. Si aceptamos las leyes de Newton o su generalización, la relatividad general de Einstein, debemos suponer que existe otra fuerza simultánea a la de la gravitación universal, pero de signo contrario, una ley de repulsión universal que hace que las estrellas del cielo se separen de manera acelerada.

 

¿Solución?

 

De momento, ninguna, y eso es excitante, porque nos permite seguir preguntándonos por los fenómenos de la naturaleza.

 

Se ha propuesto una hipótesis: Que el cielo está -lleno- de materia obscura y  de energía obscura, que nos permean a nosotros y a todos los objetos del universo, pero a través de la cual nos movemos con una resistencia exactamente igual a cero.

 

Estamos en el siglo XIX y Fresnel y Arago, que no pueden asimilar que la luz se propague en el vacío, proponen  el “éter”, un fluido tan sutil que no ofrece resistencia al paso de objetos a su través, y que sin embargo es tan rígido que permite que la luz se mueva a 300.000 km/s.

 

Estamos en 1905. Einstein indica que el éter no es en absoluto necesario. Basta con cambiar ligeramente el punto de vista, basta con cambiar las ecuaciones y se observa que la luz no necesita éter para propagarse.

 

Quizá necesitamos otro Einstein que nos ayude a eliminar conceptos contradictorios que probablemente no sean necesarios, aunque esa eliminación implique cambiar las ecuaciones que son la varita mágica de los grandes sabios de la física, de la que no pueden prescindir a riesgo de perder su sabiduría.

 

¿Cambiamos de ecuaciones?

 

 

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