La ciencia. La ciencia de hoy.

La naturaleza siempre ha sido un desafío intelectual para el ser humano. Nos empezamos preguntando que eran los astros, cómo se movían los objetos, cómo pensábamos, por qué podían volar las aves y vivir los peces en el agua, ….. Miles y miles de preguntas.

La ciencia es un método, descubierto y desarrollado por Galileo, para responder a esas preguntas, y necesita un ingrediente esencial, que es la regla denominada de la ‘cuchilla de Occam’: La explicación debe ser sencilla, la más sencilla posible, y siempre más sencilla que lo que tratamos de explicar. Si nuestras explicaciones son más ininteligibles que el fenómeno que queremos conocer, o la explicación solo la entienden 4 personas en la Tierra, debemos rechazar esas explicaciones pues, evidentemente, no son tales, no son ciencia, sino misticismo y esoterismo.

Cómo he descrito en un post anterior, (»El misterio llega hasta la ciencia») la descripción topológica de Ruelle de la turbulencia es más difícil de entender que la propia turbulencia, que es lo que quiere explicar. En física teórica (o más bien, matemáticas aplicadas a la física) se desarrolla, con un lenguaje de absoluta seguridad sin la duda permanente  que forma parte de la ciencia, la idea de que las fuerzas se podrían unificar en universos de 10-11 dimensiones y un número más que astronómico de parámetros, en unos desarrollos esencialmente, es decir, en su misma esencia, no falsables, ni verificables experimentalmente. Entender la teoría de supercuerdas o de las membranas M es mucho más difícil que entender el propio universo, sencillamente porque la teoría no tiene nada que ver con la realidad del laboratorio.

Adicionalmente, en un ansia levantina, cristiana, existe un empeño en que haya una sola fuerza que englobe a las demás, una a modo de trinidad, un solo dios y tres personas distintas, una sola fuerza y cuatro realizaciones: Gravedad, electricidad, fuerza fuerte y fuerza débil.

La existencia de ese nuevo dios con cuatro personas es la existencia de un dios estático, como el de los sufíes, o el de Spninoza, un dios que no actúa. Son teorías para tratar de entender la estática de las partículas, pero no se preguntan el resultado de la interacción de 10^60 de esas partículas, qué hacen, cómo explican el mundo que nos rodea,  ese mundo que la física no es capaz de explicar (los resultados para sistemas reales son tan escasos que se cuentan con los dedos de dos manos, las soluciones exhibidas lo son siempre de sistemas ideales).

Un ejemplo, de tan escasa importancia práctica como la teoría de las supercuerdas, pero de tan escasa solución como ellas: Según Galileo, dos esferas, del mismo radio, con el mismo pulido superficial, una de plomo, otra de madera de roble, caen exactamente igual, con la misma aceleración desde una torre hasta el suelo. Y asi es en cualquier experimento.  Según Galileo un plumón debería caer exáctamente con la misma aceleración que las bolas. Sin embargo muchas veces sube, y su trayectoria no es predecible por la física de hoy.

Por otro lado, al contrario que las supercuerdas, la caída de la pluma es susceptible de experimento, mientras que no lo es la teoría de aquellas.

Coger hoy día un artículo de economía es meterse en un berenjenal, en un campo de zarzas en el que avanzar significa destrozarse la piel. Y cuando uno ha conseguido entender lo que quieren decir los autores, lee con desesperación que los resultados obtenidos no son verificables en la realidad, ni la teoría es falsable; se hace evidente qué, como la caverna de Platón, los resultados son la sombra de la realidad, dependiente del lugar en que se pone el foco luminoso (ésto me lo contó un amigo economista, F. Pablo).

La naturaleza es compleja, pero no complicada. La turbulencia no tiene deltas de Dirac, es un fenómeno intermitente pero continuo, la economía no precisa de formalismos ‘a la Bourbaki’, la ciencia debe de ser más sencilla en su descripción que la naturaleza que quiere describir. Necesitamos un lenguaje, evolutivo, radicalmente nuevo.  En buscarlo estamos unos cuantos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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