Necesitamos investigación, innovación, y para ello, enseñanza.

Estamos estos días asistiendo a dos procesos que nos distraen de los problemas reales de nuestras vidas y nuestro futuro. Mientras se desarrolla la pelea de machos dominantes en los montículos del paisaje español como lo hace en las sabanas africanas entre los papiones y monos semejantes, y mientras se retira el dinero productivo para convertirlo en deuda que solo genera intereses para los financieros, el esquema productivo interno cae sin cesar, en la más pura tradición española, la tradición que llevó a la destrucción sistemática del conocimiento en una estructura sin fisuras que se extiende desde 1560 hasta digamos, 1930.

La economía de un país puede ser extractiva o productiva, como bien dice Acemoglu, citando a otros muchos. En la economía extractiva, unos pocos viven bien extrayendo los recursos de una mayoría de pecheros que trabajan para ellos.  Las economías extractivas acaban agotándose, como se agotó la mina del Potosí en Bolivia.

En una economía productiva la riqueza se reparte, no equitativamente, pero si de manera dinámica, entre toda la población, y esa riqueza se recrea constantemente. La diferencia es la misma que entre el petróleo (extracción) y la energía solar (reparto y reproducibilidad). El petróleo da riqueza extrema a unos pocos y acaba agotándose como las minas de Rio Tinto, mientras que la energía solar puede permitir el acceso de muchos a la riqueza, a una riqueza esencialmente eterna, aunque nunca ofrecerá la opulencia concentrada del oro negro.

La economía productiva exige producir, claro, y exige, sobre todo, innovar. Los suelos se agotan y hay que cambiar el sistema de rotación de cultivos. Las minas se agotan y es preciso descubrir nuevos procesos. Los trabajos acaban haciéndose mucho más baratos en tierras lejanas y hay que inventar telares y barcos rápidos para mover los productos, ……

La economía extractiva está siempre satisfecha con el »que inventen ellos», obteniendo de los que inventan el producto acabado y, según Unamuno, devolviendo algo mucho mejor: la idea de la vida, la mística.

La idea, como idea, esta bien, pero el problema es que las ideas son gratis, las ideas las regalamos, y los productos los pagamos, aunque sean productos de software.  Los turistas se lo pasan en grande, con nuestro sol, nuestro arte, nuestras fiestas, pero no los compran.  Dejan algo de dinero, pero la diferencia es que para vivir -tenemos- que comprar las máquinas alemanas, o el software americano, pero nadie -necesita- unas vacaciones en España, que además solo dejan riqueza a una parte pequeña de nuestra población.

Las regiones ricas, las zonas que han repartido riqueza entre sus pobladores, pero sobre todo, que han incrementado el número de personas que acceden a niveles de una riqueza relativa,  han sido, desde el comienzo de los tiempos, aquellas que han desarrollado productos vendibles cada vez en mayor medida, en calidad y también, en algunos casos, en cantidad. Y para aumentar la calidad de los productos ampliando el espectro de los usuarios es –indispensable– la innovación.

Es una cuestión de definición: Lo tradicional, lo de siempre, lo de antes, es que X personas, y no más de X, disfruten y sigan disfrutando de un cierto nivel de riqueza. Lo –nuevo– es que haya cada vez más personas que accedan a ese nivel. Los que apoyan lo -tradicional-, lo -místico-, son aquellos que ya disfrutan de un cierto nivel de riqueza, y no tienen el mínimo interés en que ese nivel crezca hacia otras personas: En una palabra, los egoístas.

Pues bien, si para aumentar el nivel de riqueza se necesita innovar, para encontrar cosas nuevas se necesita investigar y para poder investigar con rendimiento, se necesita enseñar y estudiar.

Un país que decide desmontar la educación, deshacer la investigación, es un país que opta por la -no- innovación, por dejar las cosas cómo están. Es decir, que opta por mantener el nivel de pobreza, el número de parados, y los recortes en vez de la producción, el empleo y la creación de riqueza.

A los pocos que extraen, les es indiferente que los pecheros tengan más o menos.

Solo en las sociedades productivas el interés de los que más tiene es que también tengan más los que tienen menos, pues así estos les compran. Pero este interés no está presente en las sociedades extractivas. Este interés parece que no está presente hoy entre los ricos de España: Venden sus productos en el extranjero (las exportaciones son lo único que crece) y no hay en menor interés en que los españoles accedan algo de riqueza para comprar productos aqui dentro. Es claro que estamos marchando a ritmo acelerado de nuevo hacia una sociedad española extractiva: Impuestos a los pecheros, ventas hacia el exterior.

En España, basta con leer historias como las de Rosa Tristán sobre los buenos investigadores que tienen que emigrar a otras tierras, a sociedades productivas, para darse cuenta de en que sociedad estamos. Es una sociedad que solo quiere extraer para impulsar los gastos superfluos, los coches oficiales, los sueldos de parlamentarios, la basura televisiva, …. No quiere realmente producir para generar riqueza para todos.

El cerrar la investigación es cosa de extractores, no solo aquí, sino en los EEUU. El equipo de Romney quería recortar en ciencia y en investigación sobre energía. El mayor financiador de la campaña de Romney era un señor en quiebra que nos está engañando con el señuelo de querer  montar un casino en Madrid, algo que aquí se aplaude: Montar casinos está bien, mantener y aumentar la innovación, la ciencia no lo está, para muchos, en Madrid.

En un casino, el ejemplo perfecto de sociedad extractiva, el único que gana es el dueño, por definición. Un casino en España es mover el dinero sin aumentar la riqueza, y la parte de ganancias, enviarla hacia Las Vegas, Nevada, EEUU;  una forma de coger la riqueza de los españoles y llevarla hacia afuera.

En una sociedad innovadora, productiva, ganamos todos.

¿Que sociedad queremos, extractiva, productiva? ¿Queremos la investigación?

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