El rechazo de la realidad de los cambios: Climático y económico.

Las ideas preconcebidas o las visiones implícitas del mundo.

Entre 1900 y 1914 los dominios de los Habsburgo  deseaban liberarse del control de Viena. Unos hablaban magiar, otros, eslavo, cada uno tenía sus deseos particulares. Lo razonable hubiese sido llegar a acuerdos de cooperación entre todos.  No pudo ser, porque en Viena no entendían ésto. En las mentes de los administradores vieneses estos deseos no eran malintencionados. Eran, sencillamente, incomprensibles. Si a un matemático del Renacimiento le hubiésemos dicho que podíamos operar con las raíces cuadradas de -1, con los números imaginarios, no hubiese entendido nada, como no habrían entendido lo físicos de principios del siglo XIX la noción de un tiempo relativo, de átomos y del campo electromagnético.

Las ideas, para ser inteligibles en cualquier momento del tiempo, deben integrarse en el esquema general de pensamiento, en la matriz mental, en las visiones implícitas del mundo que los humanos llevamos en nuestras mentes.

Es evidente que una onda de radio la longitud de la radio pesquera, 300 metros, no puede entenderse como flujo de fotones: Serían fotones de 300 metros de ancho. Un día, mencioné esto delante de una muchacha de no mas de treinta años, recién salida del horno de una carrera de física, y me miró con absoluta incomprensión en su cara: Para ella, las radiaciones electromagnéticas son flujos de fotones.

Estamos metidos, en la sociedad actual, aquí, en América, en Asia, en Oceanía, en África incluso, en un buen lío. Tenemos poca energía de alto rendimiento, y sobre eso tenemos la capacidad de producir millones de bienes, y servicios, con muy poca necesidad de trabajadores.  Si solo pagamos, y poco, a las personas que trabajan, no podemos vender lo que producimos, pues hay pocos (relativamente) que tengan la riqueza necesaria para comprarlo.  Las fábricas las trabajan robots. Evidentemente hay que hacer los robots, pero como con los chips de ordenadores, para los cuales dos fábricas en todo el mundo sobran para producir todos los que se necesitan, para producir robots basta con Alemania. ¿Qué hacemos los demás países?

En el siglo XX la visión implícita del mundo resolvía este problema como lo quieren resolver las autoridades venezolanas: Regalando riqueza por no hacer nada. Pero esto, como también se ve en Venezuela, no funciona.

?Qué podemos hacer?

Durante 200 años los prusianos, y tras ellos todos los alemanes terminaron por tener una »Visión del Mundo» tal que les hacía pensar que eran los mejores, los más preparados, los más disciplinados, los más listos.  Cuando lanzaron la primera guerra mundial lo único que hacían, dentro de esa »Visión del Mundo»,  era coger sus »derechos». Cuando perdieron la guerra no lo podían entender, y lanzaron otra, con genocidio judío incluido, dentro de ese »derecho natural» que les proporcionaba su »Visión del Mundo».  Solo una derrota absoluta, sin paliativos, una destrucción completa del país consiguió eliminar esa errónea »Visión del Mundo».  Tras la segunda guerra mundial, los alemanes ya no se consideran los mejores, aunque, evidentemente, se siguen considerando como muy capaces en términos tecnológicos e industriales.

La »Visión del Mundo»  de economistas y gestores sociales actuales, en casi todo el planeta, pero también y especialmente en España, es una cierta creada como la prusiana a lo largo de 200 años, esta vez de 1800 a 2000 mientras que aquella se creo a lo largo de los años de 1700 a 1900.  Es la »Visión del Mundo»  de un sistema social en compartimentos casi estancos, con países intercambiando bienes y servicios, en situaciones de equilibrio, con respuestas a la inversión que suponen la generación de trabajo.

Esta »Visión del Mundo» la tienen tanto los economistas liberales, los ecológicos, los marxistas, los neoliberales, de cualquier denominación, pues la economía que aún se enseña y se practica se creó entre 1800 y 2000, y aunque el mundo ha cambiado, esa »Visión del Mundo» no lo ha hecho, cómo no lo había hecho la austriaca en 1914.

Cuando yo trato de comunicar a estos economistas, a estos gestores sociales que hoy los países ya no existen como compartimentos estancos,  que los bienes y servicios fluyen como lo hace el chorro polar, alrededor del mundo, con rozamiento, pero sin paredes, que la situación es dinámica, fuera del equilibrio, con realimentaciones positivas y puntos críticos, y que hoy la inversión, el capital, no tiene mucha relación con el trabajo, me miran como me podía mirar Leonardo de Pisa si le decía que era posible multiplicar por la raíz cuadrada de -1, o sumar al numero 3 esa raíz cuadrada. O los berlineses en 1900 si les hubiese dicho que como país, Alemania era igual que cualquier otro, incluidos los africanos, y en esto tristemente participaban Inglaterra, Francia, Bélgica, España y otros muchos, que se consideraban, evidentemente, superiores a esos países de, digamos, el sur de África.

En España se nos dice todos los días, varias veces al día, que los  inversores (se suele decir que internacionales, pero eso implica, por ejemplo, al Banco de Santander, cuyo negocio esta en un 80% fuera de España) están poniendo capital en el país. En la »Visión del Mundo» al uso eso querría decir: puestos de trabajo. Pero estamos viendo que no es así, y no puede serlo. ¿Que vamos a producir con ese capital a y a quien se lo vamos a vender?

Necesitamos, en Economía, y en Gestión de las Sociedades, una revolución en la »Visión del Mundo» económica y gerencial, similar a las revoluciones de Einstein, cuando anuló el concepto de tiempo absoluto, y de Planck y el mismo Einstein cuando cambiaron de una visión continua a una discreta del mundo físico, una revolución como la de Galileo, un cambio radical a la hora de analizar el mundo en que vivimos.

Exactamente lo mismo me ocurre cuando hablo del cambio climático. La »Visión del Mundo» de los lectores les impide ver la realidad, como esa »Visión del Mundo» de 1500 impedía a Tycho Brahe ver que era la Tierra la que se movía y no el Sol.

Para frenar el cambio climático, y para volver a la riqueza necesitamos hacer una revolución mental y no la estamos haciendo. Mi propuesta es clara: Abandonar las ideas de equilibrio en la teoría económica y substituirlas por un desequilibrio constante y dinámico. Abandonar las matrices que suponen un mundo lineal, y utilizar ecuaciones diferenciales no lineales y con retardo. Desarrollar una teoría económica global, no encerrada entre fronteras, y abandonar el incomprensible esquema de subasta entre agentes y su racionalidad, y como consecuencia de esto, los esquemas de oferta y demanda, que no funcionaron nunca en los siglos XIX y XX y es claro que hoy no hay nada mas lejos de ellos que la economía real

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