Efervescencia de colorines

En los años ochenta coordinaba los programas de Ingeniería Genética del CSIC y a mi laboratorio acudían con frecuencia periodistas para informar de lo que por entonces era el último grito del progreso científico. A la hora de tomar imágenes para ilustrar sus artículos mi mayor problema era evitar que los reporteros gráficos me convirtiesen el laboratorio en un conjunto de frascos y probetas humeantes en los que burbujeaban líquidos de colores chillones. Para la mayoría, la imagen de la investigación de vanguardia era entonces una caricatura de lo que habían visto en los tebeos y películas de ciencia ficción, científicos locos con batas blancas mezclando potingues para obtener el elixir de la eterna juventud.

El Profesor Chiflado. Una comedia de los años sesenta del siglo pasado. En su trama, con reminiscencias de la obra El Doctor Jekyll y el Señor Hyde de Stevenson, se juntan numerosos tópicos sobre la ciencia y los investigadores. En la cultura de esos años tampoco se puede pedir que el argumento respete mucho la igualdad de género.

La bata blanca es en la imaginación popular un tópico como si fuese el uniforme del investigador. En realidad la bata es una protección, no un uniforme y solo hay que usarla en los momentos y en los lugares donde haya algo nocivo o peligroso. No hay nada más contrario a la función protectora que debiera tener una bata de laboratorio que llevársela puesta para ir a la cafetería, aunque sea la cafetería del centro de investigación. A mi juicio tampoco es para llevar en los despachos ni aparecer con ella en las entrevistas.

Viene lo anterior a propósito de la indumentaria lucida por quienes a lo largo del estado de alarma han comparecido a diario ante las cámaras de televisión para dar la información oficial sobre la pandemia y sobre cómo su vestimenta ha marcado a veces sus intervenciones. Casi todos, menos uno, iban lo que yo llamo disfrazados. Las señoras en su mayoría iban disfrazadas de señora con cargo oficial, algo parecido a como si fuesen de invitadas de boda. Las más atrevidas algún día fueron de madrina. Un par de disfraces eran de ministro, disfraz parecido al de oficinista con traje oscuro y corbata. El disfraz de presidente es muy parecido al de oficinista, a lo mejor sea más caro. Este disfraz de oficinista pretende trasmitir eficacia pero como es el habitual para la mayoría de los políticos solo convence a los adeptos. Pero casi todos los oficinistas e invitadas de boda se libraron de más críticas que las proferidas en el Congreso por los jefes de los partidos de la oposición a quienes iban con esos uniformes que podíamos llamar de personal civil. Ya sabemos que las críticas que entre ellos se hacen los políticos son criticas de broma, hoy te toca a ti y mañana a mi pero en el fondo todos somos colegas del mismo gremio.

Varios personajes fueron disfrazados de militar con sus medallas y otros símbolos patrios, hasta el punto que a veces me hacían temer que el golpe de estado era inminente. A menudo esos uniformados militares nos contaban poco más que asuntos francamente irrelevantes. Un tema favorito era que habían apresado un alijo de droga por algún sitio. Digo yo que poco tiene que ver una pandemia con el tráfico de coca, pero me pareció que su indumentaria les hacia inmunes a las criticas. Debe ser porque en este país aún nos queda cierto temor ante la vestimenta militar y no hay quien se tome a la ligera lo que dice alguien con un disfraz que tiene galones. Ya se sabe que todo, absolutamente todo lo dejó “atado y bien atado”. Aunque mucho de lo que nos decían no tenía por lo general ningún efecto bueno ni malo para acabar con un virus, ellos al fin y al cabo detenían a presuntos delincuentes como se suponía debían hacer según indica su disfraz.

Hubo sin embargo un interviniente en casi todas las comparecencias públicas que no parecía ir disfrazado. Aunque con cargo administrativo de cuarto nivel era un científico que en vez de colgarse una bata iba vestido de persona corriente, de “civil”. Es lógicamente al que le han llovido más críticas en los medios. Ha habido tertulianos que no me parecen dotados de grandes cualificaciones académicas para evaluar la valía de un científico que no contentos con solo insultarle le han descalificado profesionalmente como si ellos fuesen la Academia Sueca.

Me confirma que hay medios de comunicación que banalizan la Ciencia. Ya sea con líquidos burbujeantes o con la bata sustituyen el saber científico, más difícil de transmitir al público, por el estereotipo. Me pregunto si para tener credibilidad como investigador es necesario vestir bata, o llevar un matraz del que sale humo. Seria anecdótico pero si se desacredita al científico que no se ajusta al estereotipo lo que se está desacreditando no es solo la persona sino su experiencia. No se espere entonces que los ciudadanos se tomen en serio lo que aconseja el saber científico ¡Viva pues el jolgorio y las mascarillas puestas como collares! ¿no?

Quizás el momento de una entrevista que casi acaba con mi paciencia fue durante una visita a España de las abuelas argentinas de la Plaza de Mayo de Buenos Aires. Se había difundido en la prensa que para la identificación de los nietos estaban utilizando la técnica de PCR para amplificar las muestras de ADN en las que posteriormente se determinaban los marcadores genéticos pertinentes. Mientras yo explicaba al redactor lo que es la PCR, una técnica que produce copias de una molécula específica de ADN ignorando al resto de las que pueda tener mezcladas, uno de mis estudiantes mostraba al reportero gráfico el inconspicuo aparato en que se hace la reacción. Es una máquina que reducida a su versión más básica puede ser solo un recipiente con agua en el que se introducen los pequeños tubos de ensayo de plástico y con un mecanismo para cambiar la temperatura de forma rápida y repetitiva. Ni colorines, ni efluvios, ni burbujitas. Me quedé más que perplejo cuando el cámara vino y se quejó porque esa imagen según él era una birria. Muy en serio me dijo que cómo le iba a convencer al espectador que esa “cosa” pudiera servir para identificar a los nietos de las abuelas argentinas. Pues si señor, pese a que no encaje en sus estereotipos sobre la ciencia, esa cosa nada fotogénica utiliza unas maravillosas y potentes herramientas moleculares, unas enzimas, que bien utilizadas y con los conocimientos científicos pertinentes, pueden identificar al nieto de una abuela o también detectar al virus que le puede matar a usted.

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Un comentario

  1. Este es mi comentario.
    Un articulo excelente, muy bien escrito, muy ameno, con datos q ilustran estupendamente este país de “etiquetas” (disfraces) q nos dirigen la vida .. en tantos (por no decir todos) aspectos q nos ciega; y … q hay q combatir… Felicidades Miguel , me ha encantado.

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