Los gitanos y el «chovinismo del bienestar»

Por Ester Massó Guijarro

Pagarles para que se vayan, o la hospitalidad a la inversa con la cara lavada…

“Gentes de viaje” (del francés gens du voyage”) parece una elocuente y afortunada expresión que debiera hacernos pensar…

La muy reciente medida contra la inmigración ilegal adoptada por el gobierno Sarkozy de deportar personas pertenecientes a la etnia romaní (o gitana) a sus lugares de origen revela una vez más ese “chovinismo de la prosperidad” de los afortunados europeos, revestido de una pátina de legítimo derecho al orden interno del propio Estado soberano. Ese cierto tipo de “chovinismo social” que, en opinión del Naïr y muchos otros, constituye hoy el principal peligro de los países ricos; un racismo hoy que se revela en la forma de no aceptar una sociedad multiétnica y mestiza (S. Naïr: Y vendrán… Las migraciones en tiempos hostiles, Madrid, 2006, p. 18), antes que a través de otros rasgos acaso más frecuentes en el pasado.

La mañana del pasado 19 de agosto partieron los dos primeros aviones desde París y Lyon con 93 personas de etnia romaní con destino a Rumanía; eran solo las primeras de un total que podrá llegar a la cifra de 700 personas deportadas (que no expulsadas, como insiste el gobierno francés), según declaraciones del ministro del Interior, Brice Hortefeux. El gobierno corre con los gastos del pasaje de avión y abona 300 euros por persona adulta y 100 por persona menor (¿en concepto de regalo de despedida? ¿Y por qué los niños cobran menos?). A la par que estas deportaciones, se sucede un proceso de desmantelamiento de los campamentos ilegales gitanos (en un mes escaso se han desalojado más de 50 instalaciones).

Dicho de otro modo: no se les expulsa, simplemente se les invita elegante y subrepticiamente a la retirada a través del doble movimiento de “desalojar” el lugar donde habitan y de regalarles un pasaje solo de vuelta a su país. Se les paga (una miseria, por cierto) para que se vayan.

A las “gentes de viaje” que son las poblaciones nómadas romaníes les une a los migrantes sin más adjetivos la característica del nomadismo versus el sedentarismo preponderante en Europa (sedentarismo tanto de habitación cotidiana cuanto, especialmente, de habitación “mental”); el de los migrantes sin más, acaso un nomadismo vital o experiencial más puntual que cotidiano, pero tránsito al fin.

Cabría anotar que el pueblo gitano, unos quince millones repartidos por todo el continente, constituye la minoría más extensa de Europa, una ingente minoría dispersa, transnacional, pues; posiblemente, la más marginada y discriminada de entre las europeas. En su dispersión radica también su debilidad, ya que no formula demandas de autogobierno y de representación política, a diferencia de otras minorías territorialmente asentadas (minorías etnoterritoriales, en terminología de Will Kymlicka). No representan un grupo de presión con fuerza suficiente para que los gobiernos no puedan ignorarlos.

En lugar de hacernos más flexibles, a menudo la globalización muestra, sobre todo en las poblaciones acomodadas, actitudes cada vez más tendentes a la uniformidad en lo social, lo político o incluso lo estético. Una uniformidad relacionada con el (sospechoso) concepto de “norma” y de mayoría social en un Estado. Aunque tal vez debiéramos decir que una uniformidad más bien relacionada con el bienestar o la prosperidad o la opulencia, todo ello en un sentido material: la uniformidad de no ser pobres (como trata de ilustrar, con fortuna a mi juicio, la expresión habermasiana «chovinismo del bienestar»). Más que la diferencia cultural, lo que molesta, indigna y perturba es la diferencia de bolsillo (ya que, como se ha repetido hasta la saciedad, un moro no es lo mismo que un árabe rico de buena familia que viene a hacer un doctorado, o a un hotel de lujo en Marbella).

Mejor que yo lo dice Naïr, a saber, que la reticencia a la inmigración está más relacionada con pobreza que con el temor a rasgos culturales; así, se sublima como problema cultural lo que es, en realidad, temor ante la diferencia de condición social. La exclusión cultural se revela hoy forma perversa de lucha y de competitividad social (ibid., p.17).

Ante las medidas del gobierno Sarkozy (del gobierno de Francia, al fin: uno de los grandes en el mundo, de los países paradigma de democracia y bonanza económica), tranquiliza pensar que no están faltando las críticas y airadas voces de protesta, como por ejemplo la del Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de la ONU (que ha denunciado el vínculo establecido por las políticas francesas entre inmigración e inseguridad), la reacción de malestar de los gobiernos de Rumanía y Bulgaria, o manifestaciones ciudadanas como la convocada en París por la Unión Romaní para el próximo 4 de septiembre en la Plaza de la República de la capital gala.

La hospitalidad ha sido siempre un valor transcultural, y transculturalmente apreciado, perenne en todo pueblo y toda época. No será nunca excesivo el recuerdo de que nuestras políticas de extranjería, precisamente las de los países más poderosos y aventajados en lo material (no por casualidad, ni de forma independiente a la desventaja del resto, por ende), han de hacer honor al valor de la hospitalidad frente a las leyes del mercado (que de facto se sobreponen a cualquier otro tipo de ley), y por encima de un supuesto y cuestionable criterio de pragmatismo o de realpolitik.

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4 comentarios

  1. Demasiado finas las paredes de las sociedades cosmopolitas. Demasiado viaje hacia la nada, un eterno caminar en círculos, que dura desde siempre, en el caso de esta minoría que comprueba cada día que la libertad es cara.
    Por desgracia, ¿hacia dónde van?
    Mientras la política rumana tenga las «puertas abiertas» hacia el mundo, en un país del cual la población emigra en masa, difícilmente habrá integración. Nunca la hubo en el caso de los gitanos, y ahora, más que nunca se convierten en errantes marginados.
    Mientras la UE no encuentre una política común de integración para esta población, las cosas seguirán así. También hay que recordar que no es la primera vez (ni la última) que a los inmigrantes se les paguen por irse…

    Gracias a la autora, por el no olvido de este tema espinoso y casi intocable en la literatura científica.

  2. En efecto, Silvia, lo de «pagar para que se vayan» es un clásico de los acomodados, poderosos y demás chovinistas del bienestar de toda época y pelaje. En muchos momentos de la historia de España, por ejemplo, se ha «lavado la cara» de las propias ciudades pagando a los mendigos para que se fueran a otro lado. Bonita manera de dejar lindas las calles. Pero, ironías aparte, es cierto que considero cada vez más preocupante el creciente egoísmo (personal, social, colectivo; un egoísmo que va de lo ecológico a lo económico pasando por muchas otras esferas) de las poblaciones acomodadas occidentales ante las necesidades «ajenas», «otras», tan íntimamente vinculadas a nuestra opulencia (lo sepamos o no, lo admitamos o no). No sé si el racismo (o la xenofobia, que considero sinónima en la práctica a aquél) es realmente una forma de aberración emocional, como decía Fanon, pero sí desde luego se revela una aberración legal y formal en las sociedades que se dicen las más avanzadas.
    Gracias a ti, Silvia 🙂

  3. Vosotras sois población occidental. Seguro que os encanta que no os falte de nada en vuestras casas, incluida la leche de soja o la sal del tibet o tonterías de ésas. Mucha teoría y seguro que sois súperconsumistas,y os encantará hacer «proyectos» y «planes» para un «mundo mejor».
    Y ya se sabe: tanta producción y consumo es a costa de otros. Europa no es el continente rico productor de materias primas. Lo son África y el americano.
    Los africanos saben muy bien que Europa no les deja levantar cabeza.
    Y los gitanos no quieren demasiadas responsabilidades, que tener propiedades requiere un trabajo y un esfuerzo. Ahora se fomentan las subvenciones y las ayudas.
    Y una cosa que no entiendo: el hecho de ser inmigrante siempre significa ser bueno y trabajador?
    Hay vagos en el mundo occidental y en el que no lo es.

  4. hola Lupe, como ya hace tiempo de tu intervención no sé si llegarás a contestar, pero por si acaso: ¿tú de dónde eres? y, ¿por qué motivo te crees legitimada para juzgar? tú no sabes a qué dedico yo mis ingresos ni por qué, entre otras cosas…

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