El proyecto KeyStone XL, ¿progreso o medio ambiente?

El progresivo aumento de la demanda, unido a las constantes subidas del precio del petróleo ha puesto en valor las arenas bituminosas como materia prima para la obtención de crudo. El más que seguro incremento en la explotación de este recurso, traerá consigo la necesidad de nuevas infraestructuras que no siempre son compatibles con la protección del medio ambiente.

[Grupo Ingeniería Química. UAM]

El aumento en la explotación de las arenas bituminosas de la región de Alberta (Canadá) constituye en la actualidad uno de los principales campos de batalla en los que se enfrentan desarrollo económico y protección del medio ambiente.

Sin ningún género de dudas, el aumento en las emisiones de CO2 como consecuencia de la explotación de este recurso es la principal razón de la negativa canadiense a un segundo compromiso vinculante sobre reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (que sustituya al Protocolo de Kioto que finaliza en 2012) en la reciente Conferencia de Durban.

Por otro lado, la explotación de este recurso, principalmente a partir de minería a cielo abierto supone un fuerte impacto sobre el ecosistema que se ve acrecentado por la acumulación, en balsas de decantación, de volúmenes de agua residuales del orden de 1 km3.

No menos importante es la necesidad de desarrollar nuevas infraestructuras para tratar el querógeno obtenido en el proceso de extracción. Una de estas infraestructuras, en concreto el proyecto KeyStone XL ha levantado un enorme debate entre los defensores del medio ambiente y aquellos que consideran que esta infraestructura supondrá la creación de 250.000 puestos de trabajo permanentes en un contexto de crisis internacional.

Este proyecto, valorado en 7.000 millones de dólares, supondría la creación de un oleoducto de 2.740 km para transportar diariamente 830.000 barribles equivalentes de petróleo desde la región Alberta (Canadá) hasta las refinerías del golfo de Mexico, atravesando los estados de Montana, Dakota del Sur, Nebraska, Kansas y Texas.

El departamento de Estado de EEUU concluyó en agosto de 2011 que el proyecto tendría un mínimo impacto ambiental sobre el medio ambiente siempre que se llevase a cabo cumpliendo con la legislación vigente. A esta opinión favorable se une la de diferentes grupos de presión que hacen hincapié, por un lado, en la creación de puestos de trabajo y en la reactivación de la economía y, por otro, en reducir la actual dependencia energética que tienen los EEUU de los países de Oriente Próximo.

En el otro lado de la balanza, los detractores de esta infraestructura dudan de la seguridad de la instalación y remarcan el hecho de aumentar la dependencia de una fuente de crudo mucho más contaminante.

La reciente negativa del Presidente de los EEUU, ha puesto, de momento, freno a la construcción de esta infraestructura. Sin embargo, en el futuro habrá muchos otros proyectos que supondrán una confrontación entre progreso y medio ambiente y que volverán a poner de manifiesto la necesidad de definir el tipo de desarrollo que se quiere en el futuro. El fracaso de la reciente Conferencia de Durban, marcada por la crisis económica, pone de manifiesto la escasez de voluntad política para adoptar medidas que puedan frenar el continuo deterioro del medio ambiente.

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