El día tres de febrero, mientras permanecía escribiendo sobre el tema de la desertificación me enviaron un fichero en formato pdf (que no he podido encontrar en la Web, aunque probablemente se encuentre allí) sobre unas jornadas que se celebrará este mismo mes en Madrid con el sugerente título: Desertificación y seguridad ambiental. En el folleto electrónico que me enviaron, más extendido que la información del enlace aquí recogido, lamentablemente puede leerse:

Desertificación y Seguridad ambiental: consecuencias y prevención

 

Naciones Unidas ha declarado 2006 como el «Año Internacional de los Desiertos y de la Desertificación«. Aproximadamente el 40% de la superficie de la tierra está amenazada por el riesgo de desertificación, incluyendo amplias zonas del Mediterráneo europeo. La desertificación, en sus últimas consecuencias, no sólo amenaza el potencial agrario del suelo para proporcionar alimentos y biomasa. Además, en las zonas afectadas se alteran los ciclos de regulación hidrológica, se reduce drásticamente la biodiversidad, se producen procesos de retroalimentación que afectan a importantes parámetros climáticos y se incrementan las consecuencias de fenómenos catastróficos tales como incendios forestales, deslizamientos e inundaciones.

 

España es el país más árido del continente europeo y también el más afectado por la amenaza de desertificación. Sin embargo, la percepción social de este problema es escasa. Para contribuir a una mayor información e implicación social en la lucha contra el riesgo de desertificación, en estas jornadas y mediante la participación de relevantes expertos nacionales e internacionales, se analizarán procesos y factores, implicaciones biofísicas y socioeconómicas, respuestas científicas y tecnológicas y propuestas de actuaciones integradoras, participativas y comprometidas para paliar e invertir la preocupante tendencia al aumento del riesgo de desertificación.

 

Obviamente lo remarcado en azul es nuestro

 

He pensado detenidamente si escribir esta contribución o cerrar la boca (siempre una actitud más prudente). Varios colegas y algún amigo serán ponentes en las susodichas jornadas. Algunos de ellos del Centro de Investigación al que actualmente estoy adscrito. Desearía que quedara palmariamente claro que no arremeto contra ellos y menos aún contra el contenido de unas ponencias que no he leído.  Lo que no puedo digerir es este discurso panfletario, alarmista e incorrecto en algunos de sus puntos.

 

Las noticias sobre «catastrofos» siempre venden. Son las que más apetecen a la prensa. Empero hagamos unas cuantas precisiones. Como ya vimos en algunas contribuciones al tema esta misma semana:

 

  1. El concepto de desertificación es más que deficiente, por lo que con el en las manos (.)
  2. Resulta dudosa cualquier estimación de la superficie afectada por los «procesos de desertificación».
  3. Se confunde «riesgo» con áreas ya afectadas. Hay que recordar que las zonas ya desertificadas no corren riesgo de serlo.
  4. Se incluyen zonas naturales desérticas, áridas y semiáridas junto con las que pueden serlo tras el impacto humano o el cambio climático.
  5. Vimos como la CAM, concepto ONU en mano, resultaría ser una de las CC.AA.  más afectada, empero no es considerada así.
  6. Debe discreparse de que  «la percepción social de este problema es escasa«, por cuanto nos llevan casi dos decenios bombardeándonos sobre el tema.
  7. No puede soslayarse que muchas las zonas más afectadas del SE, son las que atesoran «curiosamente» las de mayores rentabilidades  económicas y tienen mayor producción, gracias a un riego generoso (acordémonos de las polémicas suscitadas respecto al Plan Hidrológico Nacional) y/o cultivos bajo plástico. La sostenibilidad de sus sistemas de producción es más que cuestionable, a no ser que se atente contra la solidaridad inter-autonómica o que las desaladoras vengan a paliar sus desmesurados requerimientos de agua. Del mismo modo se trata de una de las regiones geográficas en las que la especulación urbanística, el sellado del suelo, las demandas de recursos hídricos para actividades lúdicas (campos de golf, etc.) ha generado del agua un grave problema político.
  8. Y por último, ¿es la región Mediterránea la más afectada de Europa?

 

Tengo la impresión que la politización geográfica de los problemas ambientales termina por difuminar en la mente de algunos colegas la percepción de lo que son las regiones biogeográficas de Europa. Me temo que algunos científicos confunden la UE con Europa. No se apreció durante años, por cuanto los países del este parecían «no existir». Empero ahora, o han entrado en la Unión, o están en vías de hacerlo.

 

Resulta que las estepas áridas y semiáridas del sureste de continente, que no disfrutan o padecen de clima mediterráneo, suelen tener unos paisajes áridos y semiáridos, mientras que su estado de desertificación, en algunos casos, es alarmante. Resulta a demás que, debido a su paupérrimo desarrollo económico y los continuados conflictos ambientales, la degradación de tierras alcanza unas cotas posiblemente superiores a la de los ambientes mediterráneos (y no entro aquí a valorar Turquía, a caballo entre dos continentes). En consecuencia son estas y no el SE español las que necesitan más atenciones si hablamos del continente europeo. Vosotros mismos podéis comprobarlo, país por país en «Soil Degradation Assessment«

 

Finalmente, reitero que no deseo molestar a nadie, pero quien escribió la nota mentada parece carecer de las más mínimas nociones geográficas.  Lo que me temo es que las necesidades de financiación de muchos equipos de investigación están socavando el rigor científico de algunos personajes.

 

Hoy, día 3 de marzo de 2006, en el Boletín de Noticias de Madid I + D + i aparecía la siguiente cita:

 

En el lenguaje científico la claridad es la única estética permitida» (GREGORIO MARAÑÓN) 1887-1960

 

Pues bien, la definición que la ONU ofrece sobre el concepto de desedificación adolece de claridad, como hemos podido observar, mientras que el panfleto aquí incluido es confuso, confundente y (.) algo más

 

 

Juan José Ibáñez

(En su lucha en pro de la objetividad y el rigor científico)

 

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