La erosión del suelo a escalas temporales geológicas, prehistóricas e históricas generó la expansión de la edafosfera en las desembocaduras de los grandes cauces fluviales (p. ej. deltas, marismas, estuarios). Estas zonas, de gran fertilidad edáfica, permitieron el asentamiento de grandes densidades de población (y ciertas civilizaciones) en los márgenes continentales, al borde del mar. Sin embargo, este fenómeno de litoralización se ha visto amenazado recientemente tras el despliegue de monumentales infraestructuras hidráulicas tierra adentro (embalses) que impiden el flujo de sedimentos hacia el mar. El impacto de las infraestructuras portuarias agrava más aún el problema. En consecuencia, la erosión costera (contracción de la edafosfera en ambientes que previamente habían sido susceptibles de dilatación) también ha comenzado a ser un hecho preocupante a escala mundial, afectando trágicamente a muchos países en vías de desarrollo. En muchos Estados, también el sellado del suelo de las áreas costeras es ostensiblemente superior al que acaece tierra a dentro, agravando más aún la pérdida de suelo en zonas fértiles del litoral. 

Por otro lado, ni las metodologías de estimación basadas en juicio experto, ni los modelos numéricos, suelen tener en cuenta la extensión y volumen previo de la edafosfera de las áreas analizadas. Surge también la paradoja de que, mientras utilizando modelos tipo USLE se indica la existencia de un elevado «riesgo» de erosión en muchas localidades, la realidad es que una gran proporción de éstas solo albergan una cobertura edáfica residual. Dicho de otro modo, resulta obvio que no puede haber graves riesgos de pérdida de un recurso cuando este ya ha desaparecido con anterioridad. Por el contrario, existen instrumentos, datos y metodologías infrautilizados que pueden ayudar a valorar la magnitud de los procesos erosivos intra-cuencas. Este es el caso de la batimetría de embalses, que da idea del arrastre de materiales (suelos y sedimentos) dentro de la cuenca receptora estudiada.

 

Los mapas y las bases de datos de suelos georeferenciadas, a pesar de ser poco valoradas, proporcionan un buen punto de partida para evaluar, tanto los recursos edáficos existentes, como la erosión sufrida en tiempos pretéritos. Los índices de leptosolización elaborados por este administrador (Ibáñez et al. 2003) proporcionan valiosa información de ambos aspectos. Básicamente consisten  en calcular el porcentaje de un área determinada ocupada por Leptosoles, Regosoles y afloramientos rocosos (es decir con una casi absoluta ausencia de cobertura edáfica) y dividirla por la cubierta por los restantes tipos de suelos, más evolucionados y profundos. Los datos expuestos en la Tabla Índices de Leptosolización de Países de Europa, en la Galería de Fotos sobre Erosión, ofrecen una clara imagen de la cobertura edáfica de lo que ocurre en diversos países europeos.

 

Como puede observarse, en la mencionada tabla, los países mediterráneos se caracterizan por poseer paisajes mucho más erosionados que los templado-húmedos del oeste europeo, estando Francia, por su posición geográfica, en situación intermedia.

 

Mención especial merece Islandia, puesto que a pesar de su situación latitudinal, sufre graves riesgos de erosión hídrica (con abundantes deslizamientos de masas) y eólica, debido a la interacción entre su dinámica geológica (vulcanismo activo) y los rigores climáticos (Oldeman et al. 1990).

 

Como ya ha señalado en un informe para la UE Lynden (1994), muchos paisajes del sur de Europa se encuentran tan erosionados como para pensar que los grandes efectos erosivos son producto del pasado y que, en la práctica, la erosión actual puede considerarse residual en muchas regiones.

 

Tales conclusiones son corroboradas en parte por los estudios de Inbar (1992, publicado en la Revista Catena). Este autor muestra con abundantes datos que, mientras la erosión fluvial es intensa en los ambientes mediterráneos del continente americano (Chile y California), en la Cuenca Mediterránea es ostensiblemente inferior. En efecto, los estudios realizados por el CEDEX (1997) constatan que, salvo excepciones, la tasa de colmatación de los embalses en España es muy baja, equiparándose con la de los países más húmedos y templados del oeste europeo. Si esto es así,  la desertificación de los países mediterráneos es ya un hecho. ¿Cuál es la razón?.

 

En el continente americano, las prácticas agrícolas se introdujeron recientemente (pocos siglos), mientras que en la Cuenca Mediterránea lo fueron hace muchos milenios. En consecuencia,  en la primera región aun quedan materiales edáficos susceptibles de ser erosionados, pero no en los segundos. Como veremos en contribuciones posteriores, la erosión del paisaje debe ser entendida en función del tiempo que un determinado espacio geográfico ha sido cultivado, así como de su fisiografía (que determina su susceptibilidad a la erosión).  La erosividad de la lluvia (variable climática) entra en juego una vez la cobertura vegetal ha sido modificada con vistas a la implantación de cultivos. Es cierto que los incendios forestales también promueven la exposición de las superficies del suelo a las inclemencias meteorológicas. Empero incluso el paisaje natural no puede entenderse en la Cuenca Mediterránea sin tener enguanta la cultura del fuego, generándose lo que antiguamente se denominaban paraclimax. Se estima que en el litoral mediterráneo, la periodicidad de los incendios ronda ciclos de 15-20 años. La vegetación (su composición en términos taxonómicos), antes y después del paso del fuego no se ve alterada, como lo demostró hace un par de decenios el ecólogo vegetal francés Trabaud. De aquí en parte los resultados ya mentados obtenidos por el fitoclimatólogo español J.L. González Rebollar:   la reforestación natural motivada por el abandono del espacio agrario está generando, no un aumento de la biodiversidad de los paisajes afectados, sino todo lo contrario. Ya abundaremos sobre este tema.     

 

Por todo lo expuesto, solo cabe esperar pérdidas de suelo en sistemas agrarios bajo prácticas agrícolas poco sustentables, o en enclaves esporádicos de escasa representación superficial. Así, por ejemplo, en muchas de las regiones olivareras y vitícolas los cultivos crecen sobre la propia roca o sobre suelos muy someros (Litosuelos y Regosoles) que acompañan a aquella.

 

Del mismo modo, ciertas prácticas agrícolas, como cultivos de ladera labrados con maquinaria pesada, sufren una erosión mecánica propia de la labranza, ersosionándose los suelos por el mero efecto de la gravedad.

 

 

Juan José Ibáñez

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6 comentarios

  1. es un tema muy importante para la sociedad ya q no le ponen atencion pero es un problema grave esta muy bien ya q casi no encontraba informacion sobre el tema

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