Hace no demasiado tiempo (2/3 años) Cosme Morillo me comentó una anécdota personal que agradecí mucho. Él estaba en Polonia, en una casa forestal. Había ido en representación del Ministerio de Medioambiente sobre un tema de gestión de parques (o algo así, que no recuerdo muy bien). <<En un momento de la reunión- me decía Cosme- se oyó un estruendo fuera. Yo nunca había oído nada igual. No había tormenta, y todos sabíamos -además- que en muchos kilómetros a la redonda no había actividades humanas que pudieran generar ese estruendo. El polaco que tenía a mi lado se dio cuanta de mi desconcierto y me preguntó que qué me pasaba. Le expliqué que me había sorprendido aquel ruido. ¿Qué puede ser? -le pregunté:”NADA -me dijo- es SÓLO UN ARBOL QUE ACABA DE MORIR «>>.

 

 

 

Suelo extraído por las raíces tras

caer un árbol (Costa Rica)

 

En mis tiempos en el Instituto Nacional de Entomología (en la Casita de Pinar), cuando Cosme y yo éramos compañeros de laboratorio, yo le había contado lo mucho que me había llamado la atención los relatos de algunos exploradores americanos sobre los bosque que atravesaban en ruta hacía Canadá. Yo le había comentado a Cosme muchas veces lo sorprendente que para mi era la lectura de un párrafo en al que el viajero decía cómo, mientras dormía en el suelo del bosque, bajo las estrellas, «había estado TODAS LAS NOCHES oyendo el estruendo intermitente de los viejos árboles que morían, desplomándose, en aquellas tierras que cruzaba: la muerte como parte de la vida del bosque. Hace milenios que eso, la muerte, se la hemos arrebatado a los bosques europeos.

 

 

Mi amigo José Luis González Rebollar (SIC, Granada), del que tanto os he hablado (como antes de ayer), me enviaba hoy un cariñoso y extenso correo electrónico analizando mi conferencia en el evento Madrid es Ciencia. He entresacado estás líneas de él (párrafos precedentes), ya que me han hecho reflexionar y recordar otros sonidos, a veces brutales, de la naturaleza y no solo de la materia viva al morir, sino de la inanimada, como veremos a continuación. 

 

 

 

De izquierda a Derecha F. Fernández González,

J.P. Zaballos, JJ. Ibáñez y J.L. González Rebollar

Foto: Consuelo Ibáñez

 

El comentario de José Luis venía a cuento de unas palabras que comenté en la mentada charla y que ya os narré con más detalle en unos post en los que os relativa como la caída de un árbol era esencial para el mantenimiento de la dinámica de los ecosistemas forestales y sus suelos. Efectivamente, la remoción de los perfiles en un bosque son esenciales a la hora de construir un suelo forestal. Empero como menta José Luis, las prácticas silvícolas occidentales y la actividad humana nos la han arrebatado, al menos en la mayor parte de Europa.

 

A la mayor parte de mis colegas les resultaría una metáfora espuria si dijera que no escuchamos la voz de la naturaleza (obviamente J. Luis es una excepción).  Ciertamente puede apelarse a esta metáfora legítimamente para ciertos fines, pero como vemos en el relato de mi amigo, también es una realidad incuestionable. Imaginaos que pusiéramos una grabadora escondida o protegida en el suelo y monitorizáramos tales sonidos junto a una estación meteorológica experimental. Identificando tales picos en el ruido de fondo, y combinándolos con los datos de vientos y tormentas durante ciertos años, se podría calcular la frecuencia de las caídas, junto a la influencia de los factores ambientales que la generan.

 

Sin embargo este no es un caso singular. Desgraciadamente la pérdida (equivalente aquí a la muerte) de un suelo por erosión también produce sonidos que algunos de vosotros os van a sorprender. Os pondré dos ejemplos.

 

El canto de las cárcavas: He desarrollado parte de mi carrera profesional estudiando los suelos, el relieve y la vegetación del Macizo de Ayllón (Sistema Central, España), a menos de 100 Km. en línea recta de la capital de Madrid. Paraje bellísimo rico en biodiversidad y edafodiversidad. Al sur de este enclave, junto al pantano del Vado (provincia de la Guadalajara española) se ubican unas enormes cárcavas en sedimentos rojos miocenos. En los años 50 se construyó tal presa. Con vistas a que tal obra no se colmata rápidamente con aquellos sedimentos, los ingirieron colocaron a la salida de cada una un tipo de presa permeable al agua, pero no a los sedimentos, a las que se denominan gaviones. A los 15 años todas estaban repletas de materiales erosionados y el agua las desbordaba por encima.

 

Un día otros colegas y yo entramos a una de tales cárcavas. La envergadura de su altitud, junto a su estrechez impresionaba. Pero pronto nos dimos cuenta que nuestras vidas corrían un serio peligro. A pocos metros cayo de sus paredes, casi verticales, uno de los múltiples bloques de cuarcita que contienen en abundancia tales sedimentos del mioceno. Pesaría más de unos 300 kilos. Vamos para quedarse aplastado como los muñecos de los dibujos animados. Cuando aun nos estábamos reponiendo del susto, otro estruendo, unos metros más lejos. Nos alejamos a toda velocidad aterrorizados y nos sentamos encima del gavión. ¡No!, no había sido mera casualidad. Los bloques y cantos de menores dimensiones caían con una frecuencia que se me antojó inusitada. Sin embargo el estruendo interior se tornaba en el gavión en un musical: algo así como escuchar gotas de lluvia golpeando el suelo a pocos cm. de sus impactos. De nuevo, un registro sonoro y una estación meteorológica, como la ya aludida, podían dar cuenta de la velocidad e intensidad de los procesos erosivos, de monitorizarse durante algunos años.

 

Las torrenteras y la cólera de los dioses: Mi madre procedía de las sierras levantinas (Onil, Alicante). De pequeño pasaba mis vacaciones allí. Las tormentas estivales de gran magnitud eran allí relativamente frecuentes. Llegaban de improviso por motivos orográficos. Empero, antes de que comenzara a diluviar con una fuerza inusitada, en el valle un estruendo tremendo acompañado de un temblor del suelo hacía vociferar a los vecinos: ¡Qué viene la Quitranera!, Todos se levantaban rápidamente. Mientras las mujeres recogían la ropa tendida, los hombres introducían en las casas las sillas y mesas que habían previamente sacado a la calle para charlar, merendar etc. Del mismo modo, los campesinos que estuvieran realizando sus labores aceleraban el paso para guarnecerse del gran chaparrón de agua, rayos y truenos.  ¿De donde procedía aquel estruendo digno de la furia de un Dios de la mitología Helénica encolerizado?

 

La Quitranera era un barranco (ramblas y rieras se llaman también por allí) seco durante el 95 o 99% del año. Por motivos fisiográficos, la lluvia siempre atravesaba el puerto del que nacía, a uno siete km. del pueblo (por detrás de tal modo que no se podía visualizar el oscurecimiento del suelo. Las lluvias comenzaban a caer con tal violencia que aquel cause seco no podía evacuarlas con facilidad. Al agolparse aquella ingente cantidad de agua cargada de sedimentos se producía tal estruendo. Podía escucharse a decenas de kilómetros de distancia en todo el valle. Ya acostumbrados, el estruendo de la Quitranera (como el de una bomba de gran potencia) les servía de alerta. Posiblemente salvó muchas vidas en el pasado. No hacían falta más informaciones ni servicios de emergencia. Los pueblos se encontraban perfectamente situados en las estribaciones de la montaña y no en el fondo del valle (sabiduría popular).

 

Efectivamente, los sonidos de la naturaleza no son tan solo una metáfora del naturalista, sino una realidad incuestionable a la que los científicos no sabemos sacar partido.

 

¿Cuantos ejemplos habrá como este?. Estoy seguro que millares. Os animo a que nos narrareis experiencias de este tipo.  Si colegas: la naturaleza nos habla pero no sabemos escucharla, y esto no es una mera metáfora.

 

    

 

Juan José Ibáñez

José Luis González Rebollar

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4 comentarios

  1. Muy original, bonito y sugerente, estaré más atento a partir de ahora a esos sonidos.

  2. este es un correo para jose luis:oye hazme un favor ,a veces echo de menos a mis primos/as cuando puedas dame un toque ,yo te tengo guardado el despacho del abuelo para ti,y en ocasiones es una carga.

    nano

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