Cuando era joven y trabajaba con mis amigos Gonzalo Almendros y Carmen Lobo sobre los efectos de los incendios forestales en los suelos de los ecosistemas mediterráneos, ya nos percatamos de que parte de las sustancias húmicas se trasformaban en carbón recalcitrante y aparentemente inerte (enormemente difícil de descomponer). El experimento era sencillo. Sometíamos una muestra de suelo a diferentes temperaturas. A partir de un punto determinado, viola, topábamos con él. Claro está, que antes acaecían otros procesos, como la emergencia de una acusada la hidrofobia de los agregados del suelo, lo cual deterioraba su capacidad de absorber agua, favoreciendo su erodibilidad y como corolario, aumentando los riesgos de erosión postfuego. No me gustaba el término suelos quemados, ya que para que tal hecho ocurra deben darse temperaturas demasiado altas que eliminen todo resto de agua higroscópica que rodean las partículas del medio edáfico. En muchos incendios, el suelo realmente “no se quema”, salvando la hojarasca y el horizonte orgánico (que no el orgánico-mineral infrayacente). Sin embargo, el otro día, el boletín de noticias Terradaily se hacía eco de una noticia francamente interesante y lógica que llevaba por título: “Global Warming Predictions Could Be Overestimated” (“las predicciones del calentamiento climático pueden estar sobredimensionadas”). Si el carbón de la biomasa aérea (ahí si se quema y mucha) se quema, parte se convierte en carbón. Pero a diferencia de otros tipos de materia orgánica, este último, como hemos advertido, puede tardar miles de años en descomponerse. Tal hecho no había siendo contemplado al analizar los balances de carbono. Por tanto, si bien parte de la bio-necromasa, es emitida a la atmósfera rápidamente en forma de CO2, otra se almacena en el suelo por milenios. Recordemos que una considerable porción de la materia orgánica del suelo se emite a corto y medio plazo. Por tanto el primer proceso contrarresta en parte el segundo. Un incendio produce misiones de CO2 peto también su secuestro. ¿Cuál es pues el balance?. Veamos pues la noticia, aunque adelantemos que lo que lo que ocurre en ciertos ecosistemas (y especialmente las magnitudes implicadas) no necesariamente tienen que darse en otros, a pesar de los deseos de los expertos en simulación a los que les gustaría que todo fuera más sencillo. 

 

 

 

Fuegos en la Sabana de alta intensidad.

Fuente: Sabana Explorer

 

Debido a que los incendios hacen entrar en combustión una parte nada despreciable de la biomasa, ya sea de forma natural o intencionada (como por ejemplo, para puesta en cultivo o generación de pastos en selvas y bosques, o por pura especulación urbanística en países como España), se les ha achacado contribuir seriamente al efecto de invernadero (lo cual no deja de ser cierto, pero también han existido siempre; no es problema del proceso, sino de las extensiones afectadas). Sin embargo, hasta este trabajo del que se hace eco Terradaily, nadie había sopesado el lado benefactor del fuego: ¿Cuánto carbono queda retenido en el suelo en forma de carbón?.

 

 

 

Fuegos en la Sabana de baja intensidad.

Fuente: Sabana Explorer

 

En el siguiente enlace se habla mucho y bien sobre este tema, ofreciéndose cifras concretas que pueden ser de interés. Recomiendo su lectura para todos aquellos conocedores del suahileño que estén interesados por datos precisos, ya que versa sobre las sabanas australianas, las mismas que las analizadas en el estudio del que nos informa Terradaily.

 

De cualquier modo, debe quedar claro que la combustión lenta de la biomasa cuando está húmeda, puede enriquecer el suelo en materia orgánica no carbonoso, que ofrece al suelo una mayor fertilidad y propiedades hidrológicas. Por esta razón, cuando se gestiona correctamente, puede eliminar rastrojos de los barbechos o desbrozar pastos embrutecidos por el matorral, favoreciendo tanto el crecimiento de la hierba como la propia actividad biológica de los organismos del suelo (más materia orgánica y nutrientes en el suelo). Este hecho se ha pasado por alto a la hora de atacar inmisericordemente algunas prácticas ancestrales campesinas en la Península Ibérica (por ejemplo).  

 

Johaness Lehmann, que resulta ser el entrevistado, es también uno de los estudiosos de los carbones que enriquecen las Terras pretas, como ya os comentamos en algún post al respecto (ver contribuciones pertinentes incluidas en la categoría Etnoedafología y conocimiento campesino). Pues bien, Johannes nos advierte que los modelos de predicción numérica al uso, no tienen en cuenta este proceso, por lo que se sobrestiman las emisiones. Más aun, como se prevé que la incidencia de los incendios aumente con el calentamiento de la atmósfera, habrá que introducir tal proceso en aquellos ya que los datos que ofrecen actualmente no son correctos (como viene siendo noticia habitual al hablar de las predicciones del cambio climático). Una vez más, este autor nos recuerda que las emisiones de Co2 del suelo a la atmósfera superan diez veces las de todas las actividades humanas juntas, por lo que un errores del 20% (él que el detecta) puede tener series consecuencias en los outputs de estos nuevos agoreros informático-científicos. 

 

Juan José Ibáñez

 

Noticia en Terradaily

Global Warming Predictions Could Be Overestimated

By Krishna Ramanujan; Ithaca NY (SPX) Nov 24, 2008

A detailed analysis of black carbon — the residue of burned organic matter — in computer climate models suggests that those models may be overestimating global warming predictions.

 

A new Cornell study, published online in Nature Geosciences, quantified the amount of black carbon in Australian soils and found that there was far more than expected, said Johannes Lehmann, the paper’s lead author and a Cornell professor of biogeochemistry. The survey was the largest of black carbon ever published.

 

As a result of global warming, soils are expected to release more carbon dioxide, the major greenhouse gas, into the atmosphere, which, in turn, creates more warming. Climate models try to incorporate these increases of carbon dioxide from soils as the planet warms, but results vary greatly when realistic estimates of black carbon in soils are included in the predictions, the study found.

 

Soils include many forms of carbon, including organic carbon from leaf litter and vegetation and black carbon from the burning of organic matter. It takes a few years for organic carbon to decompose, as microbes eat it and convert it to carbon dioxide. But black carbon can take 1,000-2,000 years, on average, to convert to carbon dioxide.

 

By entering realistic estimates of stocks of black carbon in soil from two Australian savannas into a computer model that calculates carbon dioxide release from soil, the researchers found that carbon dioxide emissions from soils were reduced by about 20 percent over 100 years, as compared with simulations that did not take black carbon’s long shelf life into account.

 

The findings are significant because soils are by far the world’s largest source of carbon dioxide, producing 10 times more carbon dioxide each year than all the carbon dioxide emissions from human activities combined. Small changes in how carbon emissions from soils are estimated, therefore, can have a large impact.

 

«We know from measurements that climate change today is worse than people have predicted,» said Lehmann. «But this particular aspect, black carbon’s stability in soil, if incorporated in climate models, would actually decrease climate predictions

 

The study quantified the amount of black carbon in 452 Australian soils across two savannas. Black carbon content varied widely, between zero and more than 80 percent, in soils across Australia. «It’s a mistake to look at soil as one blob of carbon,» said Lehmann. «Rather, it has different chemical components with different characteristics. In this way, soil will interact differently to warming based on what’s in it.»

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