Me encuentro leyendo un libro de uno de los filósofos españoles de la ciencia que más respeto me merece. Me refiero a Jesús Mosterín. La obra en cuestión lleva el titulo de la Naturaleza humana (Gran Austral, 2006). Este autor ha llevado a cabo estudios sobre la estructura formal de las clasificaciones que me sirvieron de inspiración en mis propias investigaciones a este respecto. Sin embargo, no comparto algunos de sus argumentos (lo cual es más que frecuente cuando abordo la lectura de un nuevo libro). Más concretamente, en este caso, me refiero a los contenidos de los apartados relacionados con el concepto de especie, así como a sus argumentos sobre clasificaciones vertidas en los capítulos 2 y tres de la mencionada obra. He reflexionado sobre el tema, llegando a la conclusión de que mis dudas daban lugar a que escribiera un post. Mis discrepancias devienen al usar Don Jesús, las clasificaciones de los animales, como ejemplo de estructuras taxonómicas (en aras de la simplicidad utilizaré ambos vocablos como sinónimos, si bien tal decisión es cuestionable). La naturaleza de la vida es mucho más compleja de la que las que nos describe Mosterín en los capítulos mencionados. Al hacer uso de los animales se soslaya la complejidad de clasificar a las especies. Hablamos de organismos sexuales complejos, que ya de por sí, en algunos casos, no se ajustan exactamente al concepto biológico de especie. Sin embargo, si tenemos en cuenta a plantas, bacterias, etc., se constata que el susodicho concepto no explicita la dificultad de inventariar y clasificar la inmensa diversidad de la vida. Como científicos, algunos lamentan la irreductible complejidad de la naturaleza viviente, por cuanto da lugar a numerosos problemas conceptuales y metodológicos. Sin embargo, como investigador, pero también como naturalista, todo este asunto me fascina y maravilla. Intentaré pues mostrar mi punto de vista, no sin antes adelantar que Mosterín me merece todos los respetos, cosa que no podría decir de otros muchos filósofos y científicos. Ya hablaremos de él en algún otro post.    

 

 

 

Salvador Dalí. Pintor Surrealista

 

No entraremos a argumentar en detalle las diferencias entre este afamado filósofo y las tesis que atesoramos otros sobre la complejidad de la vida y su inventario. Me remitiré a exponer una visión que, más o menos compartimos muchos otros científicos, aunque no seamos tan numerosos como los que se ajustan a la ortodoxia como si fuera una religión. Muchos de ellos, como si de un acto de fe se tratara, ni tan siquiera se pronuncian. Hablamos del “silencio de los corderos. Buscando en el ciberespacio algún documento interesante sobre “concepto biológico de especie”, me he topado con una interesantísima revisión en la revista Ecosistemas, en donde R Roselló que explica muy acertadamente el problema de trabajar con un único concepto de especies, así como los conflictos que tal hecho induce en las taxonomías biológicas. Y es que, aunque se suela opinar que las especies son entes “reales”, muchos expertos en taxonomía no soy de la misma opinión. Personalmente, me adhiero a estos últimos. Ya os comentamos en otros muchos post incluidos en las categorías “taxonomías & clasificaciones” y “filosofía & sociología de la ciencia”, que existen dos debates centenarios que la ciencia contemporánea no ha sabido zanjar. Nos referimos a los dilemas que se generan entre los antónimos  naturalia/artificialia” y “continuo & discreto”, del que los post enlazados sólo dan cuenta de algunas tesis entre otras tantas que hemos escrito sobre el tema. Ni tan siquiera se ha podido descartar ninguno de los elementos de este par de conceptos opuestos a ha hora de dar cuenta de la naturaleza de un recurso natural (como también ocurre también con los artificiales) en los discursos científicos. Pero hay más, mucho más.

 

 

 

Salvador Dalí. Pintor Surrealista

 

El sesgo humano en los estudios de biodiversidad

Como hemos reiterado en numerosos post, el ser humano, y como corolario la ciencia, tienden a dar una mayor importancia a los organismos de gran tamaño que a los diminutos, como también a los más complejos respecto a las formas más simples de vida. Se trata de lo que algunos expertos han denominado el sesgo de lo conspicuo.  Si bien casi todos los investigadores reconocen la existencia de más “especies” diminutas que de gran tamaño, los inventarios de biodiversidad no reflejan este hecho fehacientemente. Basta con visionar los documentales televisivos para percatarse de la cantidad de ellos dedicados a unos y a otros. ¿Quién no ha visto una y otra vez las terribles escenas de los felinos de la sabana cazando herbívoros, o a las ballenas llevando a cabo sus ciclos migratorios?  ¿Ocurre lo mismo con el mundo microbiano? ¡Pues va a ser que no! Empero si existe una vida más variada en este último cosmos, ¿Cuál es la razón para que siga imperando el concepto biológico de especie que tan solo atañe a los animales? No recapaciten. No es necesario. No existe razón científica alguna. Como hemos reiterado en varias ocasiones, se trata de la irrazonable racionalidad científica. Pues bien, reiteremos que las fronteras entre las especies biológicas se difuminan en los microorganismos (bacterias, arqueas) y plantas.

 

La falacia del individuo

Todo pensamiento humano requiere de un proceso de categorización o cosificación. Se trata de la actividad cognitiva imprescindible por la que el hombre rompe el continuo de los entes naturales en entidades discretas al objeto de identificarlas, darles nombre y socializar su conocimiento. Sin embargo, tal hecho no significa que a posteriori elevemos los conceptos de individuo y especie a categorías ontológicas incuestionables, en lugar de reconocer que dan cuenta de convenciones sociales. Así por ejemplo, Un individuo no suele ser algo “puro”, “discreto” y “aislado”, sino un ecosistema compuesto por muchas especies diferentes.  Mostremos un caso ilustrativo, por cada célula humana que alberga un cuerpo determinado, también cohabitan entre 8 y 10 bacterias (entre otros organismos). De hecho, ya se han detectado cientos de “especies” diferentes en cada uno de nosotros, conformando a su vez numerosos ecosistemas que podemos analizar aisladamente. Este hecho resulta más que relevante por diversas razones.

 

 

 

Salvador Dalí. Pintor Surrealista

 

Los individuos complejos (incluyendo a las propias plantas superiores) requieren de la ayuda de una legión de individuos de especies distintas para poder sobrevivir. Estas colaboran a la hora de digerir los alimentos, nos defienden de otros organismos patógenos (tanto en la piel como en nuestros orificios anatómicos). Sin ellas falleceríamos en un lapso de breves horas, presas de las infecciones. Pues bien, en el caso de los humanos (como cualquier animal placentario), por citar tan solo un ejemplo, parte de tales formas de vida  ya nos las transmiten nuestras madres durante la gestación y parto. El resto nos lo concederá el ambiente (incluidos otros humanos y animales) que nos circunda. En otras palabras, los animales superiores necesitamos de estos bichitos. No somos individualidades puras autónomas. Sin embargo, en la mayor parte de “las especies” pluricelulares no complejas ocurre lo mismo, ya hablemos de simbiontes, comensales, parásitos, etc. Del mismo modo las plantas tampoco podrían sobrevivir sin rizosferas, micorrizas, etc.  Todo apunta a que, conforme la vida se hace más compleja, las entidades resultantes arrastran inevitablemente parte de las denominadas “especies inferiores” para poder sobrevivir. Por favor, si creen que desvarío busquen información sobre los objetivos del Proyecto Microbioma Humano. Un hecho de gran importancia como este suele mencionarse en la docencia como mera anécdota. Somos individuos ecosistemas. Pero aquí tampoco acaba la película.

 

 

 

Salvador Dalí. Pintor Surrealista

 

Los virus, el hombre y el genoma humano

Son muchas las especies que, al margen de intercambiar genes (muy frecuente en bacterias y virus) incrustan parte de su genoma en otras, ya sean hospedadoras o no. Así por ejemplo, en nuestros genomas se han insertado secuencias de muchos de los códigos genéticos virales que en su día afectaron a nuestros antepasados. Por lo tanto, nuestro genoma no resulta ser tan “individual” como suele publicarse. De hecho acarreamos parte de nuestra historia infecciosa en ellos, como huellas dactilares. La biotecnología y la ingeniería genética no han inventado nada que no hiciera ya la naturaleza.

 

Sociedades, organismos y superorganismos

Hace unos pocos días, os describíamos (incluyendo videos) la enorme complejidad de un hormiguero. Se trata de verdaderas megapolis que poco tienen que envidiar a la estructura de las ciudades más grandes del mundo. Son muchos los expertos que consideran que el organismo en sí es la propia colonia y no las miríadas de sus unidades vivas constituyentes. Albergo serias dudas respecto a tal concepción, por cuanto generan confusión volviendo a caer en una cuasi-antonimia.  Otros simplemente los denominan superorganismos. Sin embargo, nuestra altiva concepción de nosotros mismos nos impide entender que al margen de la consciencia, tecnología, etc., las sociedades humanas bien podrían considerarse como tales. E. O. Wilson se equivoca, como casi siempre que intenta filosofar, cayendo en el antropocentrismo. Si uno se queda con el esqueleto, en lugar de perderse en los detalles, las diferencias serían siempre, en mayor o menor medida, cuestión de grado. Nos pierde el antropocentrismo, por cuanto son muchos los expertos y ciudadanos que consideran que la biosfera debería entenderse como un superorganismo. Hablamos de la hipótesis Gaia. La ciencia no debería ser egocéntrica por definición, pero los seres humanos que la elaboramos si. En consecuencia, introducimos en ella nuestros sesgos, por mucho que la ortodoxia lo niegue. La cuestión estriba, como siempre, en que los límites entre nuestros conceptos (meros modelos cognitivos), por mucho que cueste reconocerlo, son vagos o difusos. En las proximidades del concepto arquetípico, prototípico o central, todo se antoja distinto y disjunto. Sin embargo, según nos acercamos a las fronteras entre unos y otros, se difuminan, perdiendo a menudo su dominio de validez. Como decía Jordi Wagensberg, la ciencia genera modelos y estos son compresiones (tanto como comprensiones) de la realidad. Por tanto, pierden parte de las esencias de las cosas, sean estas lo que sean (dominio de la ontología, que no de la ciencia). Y en este proceso soslayamos fragmentos de una realidad que se me antoja irreductible al conocimiento humano.

 

El hombre vírico: hombres como virus   

Retornando al tema de los virus en estos momentos que somos azotados por la pandemia generada por el virus de la gripe N1H1, cabría mencionar algunos aspectos respecto a nuestra deplorable conducta con el resto de la biosfera (somos muy listos, pero también muy tontos). Hablando el otro día con mi hermana sobre este tema, la administradora del Blog “Salud Pública y Algo Más”, le mencioné el pasaje de una de las películas de la trilogía Matrix en el que uno de los malvados no-humano acusaba a nuestra especie de comportarse como un virus, más que como una especie cualquiera. La charla nos llevó por derroteros más o menos interesantes. En aquél contexto, cuando personalmente defendía  que la estulticia humana que está depredando la biosfera hasta tal punto que podría llevarnos a nuestra propia extinción, ella sabiamente me recordó que los virus “normales” no suelen acabar con la población de sus huéspedes, por cuanto acarrearía su propia desaparición. Tan solo se dan algunos casos pavorosamente “aberrantes” como lo son las epidemias provocadas por el virus del Ébola. Este último, resulta ser tan mortífero e infeccioso que extermina rápidamente a su población de hospedadores. Por ello, sus infecciones acabaron con poblaciones en África antes que los humanos infectados pudieran transmitirlo a sus vecinos. Se trata de anomalías dentro de tal grupo taxonómico. Al parecer, tales virus se encuentran en vías de “estabilizar su ciclo vital” para comportarse de una forma que impida su extinción.

 

 

 

Salvador Dalí. Pintor Surrealista

 

A veces pienso que el progreso humano nos está conduciendo hacia este punto tan aberrante. De nosotros dependerá que estabilicemos nuestra tasa de infección biosférica, ya que si no…….. La naturaleza se me antoja maravillosa, demasiado para que la apreciemos en su fabulosa plenitud. Sin embargo, como “individuos ecosistemas” nos puede parecer eventualmente tenebrosa. Me refiero al “perverso encanto de la naturaleza”.

 

Juan José Ibáñez

 

 

Salvador Dalí. Pintor Surrealista

 

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