Ya comentamos en algún que otro post de nuestro “Curso Básico de Filosofía y Sociología de la Ciencia”, que la tesis de conjeturas y refutaciones de Karl Popper puede ser mucho más difícil de ponerse en práctica de lo que el autor suponía y sus seguidores defienden. No pretendo atacar el falsacionismo poperiano, que de hecho atesora muchas virtudes, aunque también adolece de ciertas debilidades. El problema estriba, en que ciertos constructos denominados teorías no son falsables, tal y como se encuentran propuestos, y aun aceptados, por sus respectivas comunidades científicas. Tal es el caso del Darvinismo. Ahora bien, en otras ocasiones, las formulaciones de las hipótesis dan motivo a pensar que, en efecto pueden ser falsadas. Sin embargo, a veces, en la práctica, es imposible, o casi imposible. En estos casos, personalmente las denomino “teorías perversas”. Para que una hipótesis devenga en teoría científica debe ser corroborada. Con frecuencia, suele ocurrir, que de estas se deriven varias predicciones. En el caso de que algunas sean difíciles de testar, pero otras no, es frecuente que sus defensores se acojan a las predicciones correctas que ofrecen las últimas, soslayando el resto. Sin embargo, tal modo de proceder, resulta sumamente peligroso. Hoy vamos a mostraros un caso. Se trata de la Teoría de la Biogeografía Insular, núcleo de las disciplinas denominadas biogeografía y ecología de la conservación biológica.     

 

 

 

Nacimiento de una Isla. Fuente scienceblogs Eruptions

 

Para los que siempre anden con prisas, tan solo adelantar que: con vistas a que una hipótesis sea corroborada y se convierta en una teoría científica digna de llevar tal nombre, deben cumplirse dos requisitos: (i) que sea teóricamente refutable, es decir sobre el papel, y (ii) que también lo sea operacional y empíricamente. De no cumplirse la última condición, tal constructo no debería atesorar el crédito como para ser considerado  una teoría científica. Sin embargo, los investigadores no suelen funcionar así. Existen muchas teorías “perversas», mal que nos pese.

 

En un post anterior, que llevaba por título “Relaciones Taxa-área (SPARs) y la teoría de la biogeografía insular” os comentamos que:

 

La teoría de la biogeografía insular [Theory of Island Biogeography] propuesta por MacArthur y Wilson entre 1963 y 1967, parte de la premisa de que el número de especies que residen en una isla (o en un hábitat aislado) es el producto del equilibrio entre las tasas de extinción y migración de especies que ocurren en ella. El objetivo de la teoría consiste en explicar la dependencia del número de especies respecto a aquellos factores ambientales que lo condicionan (p. ej. el área, la proximidad y magnitud de las áreas fuentes de donde proceden las especies, que en el caso de un sistema insular podría ser la distancia al continente más cercano.

 

Entre otras predicciones de esta teoría nos interesan especialmente dos: (i) que el patrón de distribución de abundancia más ubicuo, tanto en las islas como en los continentes, es la distribución lognormal, canónica truncada como también propuso May mediante desarrollos matemáticos de otra índole en 1975, y (ii) que el incremento del número de especies con el área se debe ajustar a una ley potencial.

 

En la práctica, los datos requeridos para corroborar la teoría son bastante difíciles de obtener. Si bien es cierto que los primeros estudios realizados para comprobar la validez de la teoría ofrecieron evidencias empíricas que la respaldaban, también es cierto que posteriormente fueron detectándose, especialmente durante las décadas de los 80 y 90, anomalías que suscitaron críticas y un interminable debate que incluía su modificación o rechazo definitivo. Al margen de estas controversias, muchos ecólogos consideran que existe un «impresionante cuerpo de evidencias empíricas» que sustenta la validez de sus principios, ecuaciones y predicciones. (…)

 

 

De hecho, la condición de “equilibrio” asumida por los autores de la teoría para obtener distribuciones lognormales requiere ser corroborada. Cada vez existen más evidencias de que tanto las comunidades, como los paisajes de suelos y los geomorfológicos, por ejemplo, se encuentran permanentemente alejados del equilibrio termodinámico, y por tanto analizables bajo la óptica de las ciencias de la complejidad. Un problema de esta teoría estriba en que (….)

 

Finalmente cabe señalar que numerosos ecólogos consideran que la Teoría de  MacArthur y Wilson es corroborada simplemente cuando los datos se ajustan a una distribución potencial, y que en el caso de las islas esta debe tener un exponente z = 0.25. Nuevamente este incordiante administrador ha venido a poner en aprieto a los ecólogos, mal que les pese. De este modo, constatamos (Ibáñez et al. 2003, 2005, 2006) como las relaciones edafotaxa-área en sistemas insulares se ajustan a esta distribución con el exponente mencionado, sin embargo los suelos no emigran o se extinguen y, que nosotros sepamos, la composición y diversidad de los suelos de estas unidades geográficas no depende de su distancia a los continentes más próximos.

 

Resulta un tanto sorprendente que el mencionado valor del exponente (0.25), sea bastante ubicuo en las relaciones alométricas de diversos organismos vivos. En cualquier caso nuestros datos ponen en entredicho las razones propuestas por McArthur y Wilson.  Recordemos que esta teoría es considerada como el núcleo de la biogeografía y de la biología de la conservación. Mal que les pese los ecólogos y biogeografos, deberán replantarse sus postulados.

 



Equilibrio en Islas Según MacArthur y Wilson:

Fuente: Island Biogeography

 

Pues bien, al margen de que la condición de equilibrio no es sostenible (aunque puede reemplazarse por la de “un estado estacionario”, sin que “en principio” debiéramos refutar la teoría), las dos predicciones aludidas si suelen cumplirse. Y a ese clavo ardiendo, se agarraron sus defensores. Recordemos que se trata de un constructo actualmente aceptado como “verdad” por una buena parte de la comunidad científica. No obstante, los resultados que obtuvimos nosotros para los paisajes de suelos, en varios archipiélagos, cuestiona seriamente la validez de tales premisas. Efectivamente (y con la salvedad de las excepciones que ya esclarecimos en aquel post), los ensamblajes de suelos suelen ajustarse a una distribución lognomal, mientras  que el incremento de los edafotaxa con el área lo hace a una potencial cuyo exponente ronde el valor de 0.25. Es decir, que los suelos deberían de emigrar y extinguiese, lo cual es físicamente imposible. Por tanto, tales premisas no nos informan de nada, como tampoco las predicciones. Una de dos, o existe otro grupo de premisas, de carácter más general, que den cuenta de los resultados (con lo cual la teoría queda invalidada), o sus defensores deberían reformular el constructo de otra forma que invalide los refutaciones que recibe (en este caso las nuestras). Más aun, desde un punto de vista teórico, la Teoría de la Biogeografía insular adolece, efectivamente, de un problema de fondo altamente perverso.

 

Escojamos un ejemplo, utilizado por la legión de seguidores de MacArthur y Wilson. Supongamos que una isla emerge súbitamente del mar por efecto de la tectónica de placas. De acuerdo a los mencionados autores, con el tiempo, irían llegando especies biológicas que se establecerían en aquella isla desierta. Unas permanecerían, otras desaparecerían, y finalmente un tercer grupo iría reemplazando a las últimas, hasta alcanzar el mencionado equilibrio (o estado estacionario, según nosotros), dando lugar a que se puedan corroborar las predicciones. Pues bien, la pregunta del millón resulta ser: ¿cuanto tiempo se requiere?, más o menos. Resulta, que demasiado para poderse comprobar empíricamente. Por tanto, ciertos cambios climáticos pueden alterar las comunidades, comenzando un nuevo ciclo, o sustituyendo unas especies por otras. Habría que analizar, en tal caso, que las predicciones se sostienen, de alguna u otra forma.  Sea como sea, si el plazo resulta ser demasiado largo, pasaríamos de hablar de un tiempo ecológico a otro evolutivo, en el que las especies divergen, dan lugar a otras, o se extinguen “de verdad”, no de isla en cuestión. Dicho de otro modo, las fuerzas ecológicas son reemplazadas por las que dan cuenta de la evolución biológica. ¿Qué decir entonces? Aunque los problemas no terminan aquí.

 

Tal como se formuló la teoría de la biogeografía insular, la latitud y la proximidad a las áreas que le proporcionan nuevas especies (continentes o grandes islas) deberían haber sido corroboradas “de alguna forma”. Sin embargo, una vez más, las evidencias empíricas no logran detectar que ninguno de estos factores afecte a la biodiversidad de los sistemas insulares. Dicho de otro modo, la teoría no se sostiene de ninguna forma, ya que no puede ser corroborada/refutada en la práctica. Mutatis mutandi: no es científica.

 

A pesar de todo, los defensores siguen aferrándose a la teoría. Antes divorciarse de su pareja que abandonar “los principios”. Pero esa es otra historia.

 

Juan José Ibáñez    

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