Tejido Industrial e Innovación en España: Problemas Histórico-Estructurales

Llevamos décadas lamentándonos en este país de que la ciencia no se traduzca en innovación y desarrollo tecnológico. Veinte años mareando la perdiz y apuntando posibles causas de la paradoja Española, una versión histriónica de la consabida paradoja europea, cuando se compara con lo que acaece en Estados como EE.UU o Japón. Empero a la hora de analizar todo problema o paradoja uno debe hurgar en sus raíces históricas. Francamente, no he leído un análisis profundo en esta materia, aunque no puedo defender su inexistencia(s). En este post expondré una hipótesis personal. Tal razonamiento se lo he explicado a personas más versadas en economía que este impresentable blogger. Siempre he recibido la misma respuesta: ¡curioso, interesante, podría ser!. Por lo tanto os la explico a vosotros, a sabiendas que puedo patinar. Pero quizás, después de todo, no sea tan descabellada. Parto de la premisa de que un pueblo entero (cualquiera) no puede ser incompetente por naturaleza. Siempre deben de existir razones y posiblemente más de una tras los problemas que padecemos. Si aporto un nuevo elemento a la ecuación, bien venido sea. Si alguien esgrime con “argumentos serios” que yerro de pleno, también ayudará a aclarar mis ideas. Avancemos prosaicamente las conclusiones que se desprenden de mi tesis. La responsabilidad la tiene ese pequeño dictador llamado Franco y la política exterior norteamericana. Se antoja pueril ¿verdad? Ahora bien, permitirme que me explique.

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El Encuentro de Hendaya

Siempre me ha parecido un tanto conflictivo analizar las raíces históricas de cualquier vicisitud. Al final no se “exactamente” de donde partir, es decir, cual es el momento preciso de inicio. Sin embargo, no creo que, para nuestros propósitos, sea condición necesaria.   Bastará una aproximación.

Todos sabemos que la España postcolonial sufrió tal sin fin de avatares como para descolgarnos de Europa. No debe por tanto extrañar aquella insidiosa frase que rezaba así: Europa termina en los Pirineos. Ahora bien, en mi modesta opinión, existen dos momentos históricos del siglo XX cruciales que marcaron el devenir de la sociedad y economía en España. Ambos acaecen alrededor de la  denominada II Guerra Mundial. Tras una terrible y cruenta Guerra Civil, en España se asienta una dictadura de corte fascista en contra del deseo popular expresado democráticamente en las urnas. No resulta imperativo hurgar con el dedo en la llaga. Comienza entonces la mentada “Guerra Mundial”. Llegado un momento el  “Führer” y el Caudillo acuerdan reunirse en la localidad francesa de Hendaya (23 de Octubre de 1940), con vistas acordar una eventual participación española en la contienda “mundial”. Finalmente, España no intervino en tal conflagración, lo cual marca en primer punto de inflexión de mi tesis. ¿Cuáles hubieran sido las consecuencias de una España fascista y destrozada colaborando activamente con las fuerzas del Eje?. Obviamente a corto plazo desoladoras. Ahora bien, a medio plazo el rumbo del país hubiera cambiado y para bien.

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Bien Venido Mr. Marshall (L. G. Berlanga) Fuente: ABC

Tras la derrota fascista, Europa también se encontraba arrasada tras la contienda, por lo que su reconstrucción vino auxiliada de la mano del Tio Sam. ¿Qué hacer con ese resto territorial fascista llamado España? Hablamos del Plan Marshall, que también tenía el objetivo de frenar el avance del comunismo soviético. Acabado el fascismo ese era el nuevo peligro para las democracias occidentales de corte capitalista. Durante las dos siguientes décadas, Europa logra alcanzar un periodo estable de crecimiento económico, dando lugar también al establecimiento de la CECA, que a la postre serviría de germen para la instauración de la Comunidad Económica Europea, de la que España quedó excluida debido a su situación política, así como repudiada por el resto de Europa, sobreviviendo durante las primeras décadas de la reconstrucción europea bajo una autarquía miserable. En tal situación, cabe preguntarse: ¿Qué hubiera ocurrido en este país si el régimen del General Franco no hubiera recibido “una ayuda concreta del exterior? ¿Cuáles hubieren sido las consecuencias de una presión total contra el fascismo que lideraba el “Caudillo”?.

Empero mientras los países Europeos cerraban las puertas a la España «dictatorial», EE.UU. tenía razones o para intervenir y acabar con tal régimen político, o para asistir a un gobierno cuyo principal objetivo político consistía en erradicar cualquier atisbo de comunismo. En consecuencia, la consolidación de la dictadura franquista no era motivo de preocupación para el Tio Sam, sino más bien un alivio. Y así, ambos países llegan a un acuerdo de cooperación en 1953, que aliviaría al dictador de sufrir más amenazas exteriores a cambio de permitir la instalación de las bases militares norteamericanas en su territorio.

Como resultado de todo ello, mientras que en Europa occidental se reconstruyen e instalan grandes industrias pesadas de todo tipo en un ambiente de estrecha cooperación, en España tales compañías quedan mayoritariamente bajo el control estatal, protegidas, en buena medida, de los avatares del libre mercado. Obviamente, no pretendo narraros nuestra historia, más o menos reciente. Persigo exclusivamente que se sopesen las repercusiones de estos dos momentos-acontecimientos: La no intervención de España en la II Guerra “Mundial” y el tratado de Cooperación entre EE.UU. y el Gobierno Franquista. Desconozco si Franco resultó ser un estratega de primera línea a fin de cuentas (al margen de defender lo indefendible), o simplemente le sonrió una veleidosa fortuna a la hora de perpetuar durante muchos decenios un régimen de tal catadura. Tan solo defiendo que ambos hechos han lastrado el devenir socioeconómico del país.

Cuando España ¡por fin! encuentra la senda democrática (la denominada Transición Española), las directrices motoras de la economía mundial habían cambiado diametralmente: ¡1981: demasiado tarde!. La década de los años ochenta se caracteriza, a nivel mundial, por el asentamiento de una economía basada en el mundo financiero, más que por el desarrollo de grandes industrias, que ya existían en los denominados países desarrollados. Para España aquellas grandes empresas estatales eran una ruina, mientras que tan solo atesoraba una plétora de medianas y especialmente pequeñas empresas, y desde luego no basada en fuertes apuestas tecnológicas (el estado de la ciencia en España era deplorable).  Los gobiernos democráticos lograron salir adelante, pero no era el momento propicio para una reindustrialización a gran escala. De hecho, en la década de los 90, tras la caída del “Telón de Acero”, varios dirigentes de países post-comunistas visitaron nuestro país, con vistas a conocer como la joven democracia española había logrado superar el gran escollo de esas grandes industrias estatales no competitivas en una economía de mercado. Posiblemente, tales Estados tampoco logren alcanzar una posición de privilegio entre la nobleza capitalista, al menos bajo los modelos actuales.

Las grandes corporaciones industriales pueden y deben invertir en desarrollo tecnológico de vanguardia. Son ellas las motoras que pueden potenciar y/o absorber, “directa o indirectamente”, los avances de la ciencia para convertirlos en desarrollo e innovación. Por el contrario, las potencialidades de la pequeña y mediana empresa son enormemente limitadas, a no ser, que nazcan intrínsecamente para tal fin. Ahora bien, jamás pueden competir y/o compensar la ausencia de las compañías de gran calibre.

Y en mi opinión, a parte de errores posteriores incuestionables por parte del capital español post-democrático, aquí tenemos uno de los nudos gordianos de la escasa competitividad del tejido industrial español. Los “ciudadanos todos” ¿? no hemos sido responsables de aquellos sucesos que marcaron el devenir de la economía en nuestro estado democrático. Obviamente, cualquier experto en historia de la economía podría añadir muchos más elementos a la ecuación.  Ahora bien, partimos en muy mala posición de la parrilla de salida como para poder competir actualmente con los Estados más desarrollados de Europa, es decir tarde y mal, por no alegar que nunca.

Francamente, no atisbo la razón para que el ciudadano no comprenda que somos un pueblo tan competente como cualquier otro. Todos los países arrastran una historia que les marca, para bien y para mal. Sin embargo, muchos ciudadanos españoles pueden llegar a la conclusión de una intrínseca incompetencia patria, al leer la presa general. Debemos asumirlo, digerirlo e intentar corregirlo “en la medida de las posibilidades de cada cual”.

No se trata de que los científicos nos convirtamos en agentes comerciales (vendedores) de nuestros propios productos, llamando de puerta en puerta con vistas a ofrecer nuestras maravillas de última generación. Si los hogares que visitamos son humildes y poco cultos, no es un problema del propio investigador que declinen comprar alguno de nuestros productos. O nos enfrentamos con la realidad de un tejido industrial que sobrevive a base de remiendos y parches, o no conseguiremos asumir los fantasmas que nos atenazan, unos superables y otros no, al menos hoy por hoy.

Necesariamente, os he ofrecido una perspectiva burda, por simplificada, de la realidad del país. Obviamente existen análisis más sofisticados. Ahora bien reitero que no se trata de un discurso que personalmente escuche. Quizás, tan solo sirvan estas torpes líneas con vistas a que el ciudadano entienda este elemento soslayado de las ecuaciones, a la hora de comprender las causas de la fragilidad de nuestra economía en tiempos de crisis. Tal vez por ello, siempre vallamos a remolque; a la espera de que las grandes potencias salgan primero, para luego poder sacar la cabeza nosotros al aumentar el consumo en aquellos Estados. ¿Hablamos de un tiempo de demora que quizás tengamos que asumir como lógico y natural?.  Hoy por hoy, así me lo parece, mal que me pese.

Nota a los Lectores

Sabéis que los fines de semana suelo editar algún post de reflexión sobre los más disparatados asuntos. Un capricho que me permito, con vuestro permiso. No se trata de que el espacio de comentarios se utilice para ofrecer opiniones personales poco argumentadas. Lo que realmente requieren estas modestas líneas son razonamientos de peso que nos ayuden a los ciudadanos a entender tanto las raíces históricas, como los problemas estructurales que padecemos en un país concreto. Os dejo abajo con un post de uno de los columnistas (y blogger, aunque en este último caso menos fértil) que más respeto me merecen. Empero no vislumbro atisbo de abordar un análisis de esta guisa, aunque fuera para llegar a conclusiones diametralmente opuestas a las que yo aquí os muestro.

Buen fin de semana

Juan  José Ibáñez

PD. Quizás los más jóvenes debieran visionar ese filme extraordinario que lleva por título: ¡Bien venido, Mister Marshall!

Presupuestos inacabados

El Ministerio de Ciencia e Innovación dejó sin ejecutar cerca del 25% de su presupuesto en 2010, en su mayor parte correspondiente al Capítulo VIII, lo que supone un serio revés a los créditos oficiales a la I+D. Las conclusiones son obvias: o están mal diseñados o nadie quiere un crédito en tiempos de crisis.

AUTOR | Xavier Pujol Gebellí

Según los datos oficiales de ejecución presupuestaria para 2010, la cantidad que el MICINN ha dejado pendiente de utilizar representa el 24,1% de un presupuesto que ascendía a 5.480 millones de euros. En su práctica totalidad, este porcentaje estaba incluido en el Capítulo VIII, a través del cual se administran préstamos en condiciones favorables para su devolución. En este caso, créditos destinados a empresas que acreditasen inversiones en I+D. Con pequeñas variantes, los números son parejos a los de 2009 (77,6% de ejecución).

Las razones dadas por portavoces del MICINN han resultado ser un tanto peregrinas. «Las empresas son reacias a invertir en tiempos de crisis», ha señalado a este periodista un responsable ministerial que prefiere mantener el anonimato. Lo que no ha dicho ese portavoz anónimo es que las condiciones para acceder a esos créditos han resultado ser draconianas para más de un solicitante y que, como se ha reclamado desde otros sectores, la solución del crédito tal vez no sea la más afortunada ni en épocas de crisis ni tampoco como norma general para la ayuda a la I+D.

El recurso al capítulo VIII en ciencia se empezó a plantear con profusión para completar los presupuestos en la época en la que Salvador Ordóñez, como Secretario de Estado, y Salvador Barberà, como Secretario General, comandaban los destinos de la ciencia española desde el Ministerio de Educación y Ciencia. La estrategia al crédito fue introducida tímidamente en 2004 y fue creciendo paulatinamente en el sistema español de I+D hasta el punto actual, en el que los créditos cuentan con una partida de 3.218 millones sobre el total citado de 5.480. Un porcentaje que muchos consideran excesivo dados los tiempos que corren y las necesidades presupuestarias de otros apartados que tal vez merecerían mayor atención, en opinión de voces críticas con el sistema.

Las razones de fondo a la falta de ejecución se atribuyen, en parte, a la situación de crisis que efectivamente padecen las empresas españolas, reacias a invertir cuando el retorno previsible arroja demasiadas dudas. Aún siendo cierto, sin embargo, no deja de ser una verdad a medias. Los créditos a la innovación se han justificado alegremente en etapas anteriores pese a que se trataban de operaciones de renovación tecnológica o simplemente de equipamiento. De ese modo, algunas empresas habían conseguido acceder a un dinero que les permitió afrontar una reconversión parcial o una cierta modernización de equipos, pero en muy pocos casos para introducir nuevas metodologías o conceptos. La primera de las aproximaciones es importante, pero no debería llamársele innovación, como sí ocurre con la segunda. El problema es que esta última entraña riesgos en cuanto a posibles retornos, mientras que la primera es equivalente a una operación de crédito bancaria en mejores condiciones.

El problema uno, es por tanto, la duda acerca del retorno, la cual se agudiza en tiempos de crisis. El problema dos, como se ha apuntado desde diversos frentes, parecen ser las trabas burocráticas, el enorme, lento y pesado papeleo que hay que resolver. Pero hay aún un problema tres, más grave incluso que los dos anteriores: ¿Existe en España un tejido industrial necesitado de semejante cuantía de crédito para innovación? La respuesta, por más que se diga lo contrario, apunta a un no rotundo.

Si la negativa es tan categórica como se supone, y en eso parece que se están abriendo nuevos frentes, sería oportuno abrir un periodo de reflexión, máxime si se tiene en cuenta que otras partidas ministeriales han sufrido importantes recortes en sus cuantías.

Entre los expertos consultados informalmente por el que suscribe, se barajan tres estrategias distintas. La primera suena harto complicada. Consistiría en redireccionar el presupuesto de acuerdo con otras necesidades. Huelga decir que eso exigiría una mayor cintura administrativa y una compleja evaluación del delicado equilibrio existente entre presupuesto adjudicado y ejecutado. Es de suponer que los técnicos de Hacienda se tirarían de los pelos. Casi mejor descartarlo.

Otras dos opciones podrían ser viables. Una pasaría por ajustar mejor la oferta y la demanda, de modo que pudiera repartirse el crédito y la subvención en porcentajes distintos. Muchos investigadores, centros y OPI’s agradecerían una solución de este tipo, y más ahora que escasea el líquido y muchos proyectos han tenido que frenarse o simplemente dejarse de hacer. Por otro lado, existen figuras legales que permitirían ampliar el crédito en caso de ser necesario. Igual me equivoco, pero a lo mejor sería posible mediante la figura de una “acción especial”, fórmula recurrente en tiempos de la ministra Anna Birulés y el Secretario de Estado Ramón Marimón.

La tercera es probablemente la más compleja pero tal vez sea la que tendría mayor sentido si de lo que se trata es de invertir en un cambio de modelo productivo. Como bien se sabe, el nacimiento de empresas de base tecnológica, sea cual sea su origen, es harto dificultoso. Aquí y en Boston. Lo que nos diferencia, además del entorno (ese es otro tema) es el acceso a capital aventurero, es decir, capital riesgo u otras fórmulas, de incierto retorno. En Boston existe y aquí apenas. Como me señalaba un alto responsable universitario español, el capital español aspira al riesgo cero y al beneficio infinito.

Dados los escasos recursos en ese ámbito y a las enormes necesidades, algunos científicos y gestores vinculados a la transferencia sostienen que esa fórmula no sólo incentivaría la constitución de empresas basadas en el conocimiento sino que favorecerían enormemente las inversiones en innovación. Que es de lo que debería tratarse si se persigue un cambio de modelo y una ejecución lógica de los presupuestos. En caso contrario, es que algo no se está haciendo correctamente.

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