Al leer la noticia que vamos a comentar hoy he recordado un problema que puede generar equívocos en la percepción ciudadana. Cuando la prensa describe los avatares a los que se enfrentan las Reservas de la Biosfera y otras figuras legales que incumben a espacios protegidos, suele soslayarse que nos enfrentamos a problemas distintos en función del área geográfica en donde se encuentren. Así, por ejemplo, si comparamos grosso modo las reservas y parques naturales de Latinoamérica “en general” (siempre hay excepciones), con las Europeas, se puede demostrar fácilmente que la gestión de estos tesoros de la naturaleza demandan estrategias dispares. ¿Razón? Todo depende de la historia geográfica de cada región, así como del impacto secular de la acción humana.

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Parque Nacional de los Picos de Europa (Asturias, España). Fuente: Total Wallpapers.com

Barrunto que muchos Latinoamericanos (en función de los países en los que habitan) no entenderán el significado de la nota de prensa que os muestro abajo. La razón es muy simple. En aquellos territorios en donde la acción del hombre ha sido muy escasa o de impacto moderado (en armonía con la naturaleza), podemos utilizar, con “suma prudencia”, el concepto de espacios prístinos. Es decir hablamos de ecosistemas que mantienen la estructura relativamente completa de sus cadenas tróficas (desde los descomponedores a los depredadores), aunque se encuentre sometida a algunos impactos ambientales. Este sería el caso, por ejemplo, de muchas selvas tropicales y ecuatoriales, o los bosques de las rías patagónicas. En ellos, las culturas aborígenes, con una muy escasa densidad demográfica en el devenir del tiempo, se fusionaron con la naturaleza sin alterar en demasía las redes ecológicas de su entorno. Por tanto, los legisladores y conservadores se enfrentan al reto de mantenerlas lo más inalteradas posibles frente a las agresiones de las sociedades modernas, utilizando ciertas actividades de moderada intensidad, a la hora de obtener recursos económicos que ayuden a sostener su gestión. Este sería el caso. Por ejemplo, del ecoturismo.

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Rías Patagónicas del sur de Chile con miles de pequeñas islas, muchas de ellas sin explorar. Foto: Juan José Ibáñez

Por el contrario, los paisajes europeos padecen-atesoran una dilatada historia de explotación. Si la última glaciación finalizó aproximadamente hace unos 10.000 años, debemos tener en cuenta que poco tiempo después, primero la ganadería y tras ella la agricultura modelaron los paisajes que actualmente observamos. Se trata pues de espacios geográficos fuertemente influenciados por la actividad humana, aunque no exentos de belleza y tesoros naturales. En consecuencia, la migración de sus moradores a las ciudades o el litoral interrumpe el indisociable binomio hombre-naturaleza que los conformó durante miles de años, alterando para siempre la dinámica de ecosistemas antrópizados. La gestión de estos espacios pasa ineludiblemente, tanto por mantener a las poblaciones locales, como que estas sigan llevando a cabo sus prácticas tradicionales de modo sustentable, pero también rentable. De no ser así, el paisaje se transforma drásticamente perdiendo una gran parte de su valor.

En los atávicamente usados espacios europeos las redes ecológicas precedentes se quebraron hace miles de años. De este modo, a penas atesoran depredadores, por ejemplo.  Por tanto, el ser humano se encuentra siempre en el ápice de la pirámide trófica como (casi su) último eslabón. Si por ejemplo, tras ser gestionados como espacios protegidos, habitan allí manadas de herbívoros, estos aumentaran sus densidades de población hasta límites insostenibles, generando problemas como la degradación del suelo, erosión y desertificación por sobrepastoreo. En consecuencia, se demandan estudios de carga ganadera sostenible que limiten la cantidad de animales, con vistas a que tales daños no se produzcan. Lamentablemente, no es inusual que se deba sacrificar a parte de las poblaciones de especies cuyo desarrollo demográfico ponga en riesgo la estructura del paisaje tradicional, que no prístino. Hablamos de eliminar individuos, antes de que terminen por convertirse en los verdaderos motores del deterioro ambiental. En este contexto, uno puede ya entender las directrices que se proponen en la noticia que abajo os ofrecemos.  Así pues, una cierta cantidad de población humana resulta imperativa. De no ser así, la naturaleza se verá enfrentada a un proceso de sucesiones ecológicas cuyos resultados son impredecibles o ambientalmente peligrosos. Los incendios forestales a causa de la acumulación de maleza (antaño usado como combustible para los hogares por las culturas tradicionales) son otro de los resultados de una gestión ineficiente.

Resulta muy conveniente que los ciudadanos tengamos conciencia de tales diferencias a la hora de preservar los espacios protegidos que cada país asesora. Obviamente en Latinoamérica, también se da esta última problemática en algunos casos. Ahora bien, es aquí en donde debemos diferenciar también la naturaleza-valor del objeto a preservar. No es lo mismo que un parque nacional, por ejemplo, pretenda ser preservado por sus valores estéticos o geológicos, que por la estructura más o menos prístina de los ecosistemas que atesora. En el primer caso “puede” que los esquemas europeos sean válidos, en los segundos no (cuanto menos se manipulen mejor).

Y para finalizar, una última observación, debido a la antropización de los paisajes europeos, una buena parte de tales áreas protegidas se ubican en las montañas, en donde la dureza del clima y terreno daba lugar a poblaciones rurales de escasa densidad y grandes extensiones de espacios poco aptos para la agricultura. Por el contrario, en Latinoamérica, las tierras bajas de cuencas como el Orinoco y Amazonas, se encuentran frecuentemente menos pobladas que las regiones andinas atesorando ecosistemas cuasi-prístinos de gran valor, dado que se daba el fenómeno inverso que hemos mencionado para el continente Europeo. Espero haberos hecho reflexionar sobre un tema que las noticias de prensa suelen soslayar.

Juan José Ibáñez

El éxodo rural fulmina los recursos naturales

La función de las Reservas de la Biosfera es proteger tanto los recursos naturales como el desarrollo económico y humano de estos territorios. Muchas de estas zonas, no obstante, se enfrentan a un grave problema de éxodo rural que termina no sólo con un abandono de la cultura y las tradiciones de la región sino también de la conservación del entorno.

FUENTE | Público 02/04/2011

La Reserva de la Biosfera de Alto Bernesga (León) ha sufrido un importante descenso de población en los últimos años. Uno de los municipios que la integran, La Pola de Gordón, ha puesto en marcha un programa, con el apoyo de la Fundación Biodiversidad, para luchar contra la despoblación en la zona. A través de la cualificación y formación de las mujeres rurales, el objetivo es la recuperación demográfica y socioeconómica de esta reserva. «El binomio hombre-biosfera es lo más importante, y hay que evitar la extinción del primero en estas zonas«, explica Benedicta Rodríguez, técnica gestora de la Reserva de Alto Bernesga.

El proyecto que han desarrollado se compone de tres puntos: formación, orientación a emprendedores y creación de asociaciones de empresarios. «Hay que hacer que los oficios tradicionales sean rentables, darles una visión de mercado actual», añade Rodríguez. Además de cursos de formación homologada en diferentes áreas, el programa anima a sus vecinos a utilizar los recursos naturales para crear productos y servicios innovadores y productivos económicamente. Rodríguez señala que la agricultura y la ganadería ecológicas, así como la apicultura o la formación en turismo «no sólo pueden ser rentables sino que también ayudan a recuperar montes y pastos«.

Aunque la visión económica tradicional presenta como incompatibles el desarrollo de las comunidades rurales y la conservación de la naturaleza, la orientación que se ofrece a estos nuevos emprendedores promueve el crecimiento aprovechando los espacios naturales. La agricultura ecológica, por ejemplo, fertiliza y frena la desertificación, manteniendo los hábitats de los animales silvestres. El programa puesto en marcha en La Pola de Gordón incluye un análisis de la situación de partida para conocer los aspectos relacionados con la finca (suelo, clima, etc.) y saber cómo se va a enfocar la nueva gestión. «La implantación de marcas de calidad, denominaciones de origen y etiquetas ecológicas supone un alto valor añadido para estas zonas«, resume Rodríguez.

La elevada participación de mujeres unas 350 colaboraron en la primera fase del proyecto, que terminó el pasado enero ha llevado a ampliar el programa un año más. Un Observatorio Permanente sobre despoblación y mujer rural realizará un seguimiento de los resultados obtenidos. El propósito es que los 5.200 vecinos que componen la Reserva de la Biosfera de Alto Bernesga no sólo no se sigan reduciendo sino que tengan la posibilidad de ampliarse.

Autor:   B. S.

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