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El Fin de la Ciencia. Fuente: Plixid

En 1996 John Horgan, respetado periodista científico, publicó en libro titulado “EL Fin de la Ciencia”, causando un gran alboroto, así como la indignación de numerosos colegas. Pero la historia ahí está. Una buena parte de las grandes teorías científicas fueron propuestas entre mediados del siglo XIX y XX. Tras eclosión de enorme creatividad, hemos vivido de las rentas, desarrollando aquellas magníficas propuestas y creando tecnologías para su aplicación. Sin embargo, en los últimos años, han aparecido demasiados debates que vuelven a hundir la llaga en este espinoso asunto, mientras curiosamente se reclama en la educación, ante los rígidos esquemas de aprendizaje actuales Así, en algunos de los foros más respetados de Internet se han planteado debates como los siguientes: ¿Cuál es el papel de la creatividad en ciencia? o ¿Tienen cabida los genios en la ciencia del futuro?. Pero hagámonos la pregunta inversa: ¿Se imaginan el progreso científico en manos de unos expertos y cultura poco creativos? ¿Y si hablamos de la biotecnología?; ¡perdón! de la tecnología?  ¿No será que los investigadores somos muy ignorantes en demasiadas materias?

Del mismo modo, algunos expertos vaticinan, que en el devenir de la indagación científica, tal como hoy lo entendemos, no habrá cabida para personajes como Darwin, Einstein, Gödel o Heisenberg. Según estos “eruditos”, la investigación resultará ser más colectiva y anónima, mientras que la tecnología desempeñará un papel que mermará paulatinamente el rol de la creatividad. Me siento desconcertado y espero que no sea así. Hasta la fecha, los mayores logros han sido alcanzados por científicos transgresivos que en su día retaron al establishment de sus disciplinas. Adelantemos también que casi todos los escritos de aquellos afamados genios, pero también de muchos de los actuales, han fracasado estrepitosamente a la hora de vaticinar el futuro de sus disciplinas científicas.  

Nuestro cerebro es una enorme red neuronal que alberga entre 50 y 100 mil millones de neuronas, que envían señales a través de unos 1.000 billones de conexiones sinápticas. ¿Alguien conoce algún ingenio de tal guisa? ¿Puede la creatividad humana ser reemplazada por las máquinas qué ella misma crea? Lo dudo, aunque también me alivia que los cerebros más superdotados patinen a la hora de reemplazar su sabiduría por una bola de cristal al objeto de vaticinar un futuro intrínsecamente incierto. Empero lo que más me inquieta es el planteamiento actual, muy pertinaz al insistir en este tipo de cuestiones. Cuando se cuestiona lo obvio, mal asunto. Veamos la trama que urde, pero se esconde, en todo este espinoso asunto (…)

Resulta que es que los gobiernos, en su ignorancia sobre la esencia de la ciencia, nos intentan convencer que la investigación privada remplazará, o debe hacerlo, a la pública. Empero las empresas no se aventuran en investigaciones que requieren miles de millones de euros y cuyos resultados son inciertos. Tal modo de proceder es antagónico con su modus vivendi. Por su naturaleza, intentan garantizar para sí grandes beneficios económicos en el menor lapso de tiempo posible. ¿Quién de estas multinacionales subvencionaría los fututos aceleradores de partículas o la búsqueda de respuestas en los confines del universo? De hecho, y por citar tan solo un ejemplo, diversas enfermedades que padecen cientos de millones de personas, no son debidamente investigadas, por cuanto tales multinacionales no las consideran “rentables”. Para ellas investigar en materia de defensa (o por no usar eufemismos: “guerra”, “estudios bélicos”) es tanto o más rentable que otros muchos asuntos de vital interés para la humanidad. Su modo de proceder, es venderse al mejor postor, con independencia de los propósitos de estos últimos. Y claro está una ONG no puede invertir las ingentes cantidades de dinero que el A.R.P.A., por ejemplo, a la hora de contratar sus servicios.

La ciencia en primera instancia no está destinada a mejorar el fututo de la humanidad, sino a intentar ofrecer respuestas a  muchas de nuestras inquietudes. La ciencia es conocimiento del que se desprende todos lo demás, a su debido tiempo. La mayoría de los descubrimientos de gran calado tan solo obtienen utilidad práctica décadas después, pero son sobre los que se basa la tecnología actual. Quizás este cáncer utilitarista y cortoplacista actué como una mano negra que intenta que todo y todos, pensemos como a unos pocos les interesa. En mi opinión, pocas revoluciones científicas se producirán si se castra la creatividad. ¡Sí!, esa creatividad basada en la imaginación y la rebeldía que ciertos poderes fácticos tanto temen. Por mi edad, tal periodo ha declinado. Pero mientras me quede una neurona, lucharé contra esa tecno-burro-ciencia que nos quieren imponer subliminalmente.

Eso sí, bajo la economía ultra neoliberal que padecemos (hablamos de Milton Friedman y sus secuaces), el libre mercado y la privatización se imponen como las fuerzas motoras de la humanidad (incluso clamaba por la privatización de los ejércitos en manos de compañías privadas). Y es aquí en donde sospecho que se encuentra el gran problema, la mayor de las amenazas, tanto para el ciudadano como para la ciencia.

Cuando un científico defiende que la creatividad será reemplazada por lo que sea, solo caben pensar tres alternativas (i) no conoce la naturaleza de la ciencia; (ii) no ha logrado tener una idea realmente interesante en su miserable vida, o (iii) tan solo le importa medrar con astucia y artimañas, ya que si hablamos de talento toparíamos con el vacío más absoluto.

Juan José Ibáñez

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