“Por mayo huele a hierba en la cañada”

Ha pasado mucho tiempo desde que algunos de nosotros éramos “los niños pequeños” en pueblos que hoy van echando el cierre o van desapareciendo sin más. Solo vagos recuerdos de aquellas aldeas diminutas aparecen y desaparecen en las brumas de la postmodernidad actual.

En la memoria de muchos de nuestros mayores perviven recuerdos donde se mezclan los olores de la primavera, impregnados por la tierna hierba que mordían sus animales domésticos. Hombres, mujeres y niños se esforzaban laboriosamente en tareas que hoy son frecuente materia de museos y hemerotecas.

Desde San Isidro al día de todos los Santos (1 de noviembre) los pastos comunales permanecían abiertos para ganados propios o mostrencos. El resto del año se acotaban para buscar su regeneración herbácea. No sucedía de la misma forma con los itinerarios cañariegos, fueran éstos cañadas reales o simples cordeles, en todos ellos, la biodiversidad aumentaba durante todo el año, con más intensidad en las épocas de trashumancia o de trasterminancia.

Desde antiguo las vías pecuarias han sido transitadas a la vez que pastadas, configurándose así, un espacio singular donde el ciclo vital siempre ha estado presente. Por dichos viales han entrado en contacto diferentes formas de vida, por cañadas, ligallos y azagadores han viajado usos y costumbres alejados y distantes entre si. Se puede decir que las vías pecuarias son mestizas, como aquellas ovejas y vacas que ni merinas ni churras, avileñas ni retintas.

Si en 2010 se celebró el año internacional de la biodiversidad biológica, en 2011 se conmemora el año internacional de los bosques. No parece fácil la tarea de evitar el empobrecimiento del espacio rural, principal soporte de los elementos aquí mencionados. Estos recordatorios pueden alcanzar alguno de los objetivos que persiguen, al menos, si lograran incrementar el interés positivo por la preservación de dichos espacios.

Hubo un tiempo en que la fiebre del oro surgió en Alaska y traspasó fronteras mediante el cine o la literatura. Puede ser oportuno recordar películas como “colmillo blanco” o libros como “la quimera del oro” de JacK London (Donde las luces del Norte bajan por la noche para bailar sobre la nieve deshabitada).

Y hubo otro tiempo anterior en que la fiebre de la lana surgió en los reinos de España y traspasó fronteras mediante itinerarios cañariegos que desembocaban en los principales puertos de mar peninsulares. Rutas continentales y transoceánicas. La Cabaña Real y el Honrado Concejo de la Mesta se desarrollaron.

Tiempos y geografías asíncronas forman parte de una historia común en un mundo cada vez más globalizado, quizás complejo, pero cada vez menos diverso.

Asistimos en estos días al nacimiento de movimientos como #15m, #democraciareal, etc. Nuestras ciudades y espacios urbanos se encuentran cada vez más saturados. El desarrollo de cada país discurre paralelo al abandono de sus campos, justo cuando éstos son más visitados, pero menos vividos.

Charles Dickens en “Historia de dos ciudades”: “Las carretas de la muerte avanzan con estrépito, chirriantes y siniestras, por las calles de París. Seis son las que hoy acarrean su ración de vino a la guillotina”. Es el comienzo de la revolución francesa. Los campesinos y artesanos, víctimas de las injusticias y los abusos de la nobleza, se levantan con fiera violencia.

Poco más de dos siglos han pasado, y es verdad que bastantes diagnósticos son compartidos por muchos colectivos y personas de todo tipo. Sin embargo, las soluciones que se proponen no disfrutan del mismo consenso o suerte, con lo cual el problema avanza y el límite no se divisa.

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Un comentario

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