UNA
ENERGÍA EN DECLIVE
Es ya un hecho incontestable que la industria nuclear se encuentra
en una situación de pronunciado declive en todo el mundo, hecho
que viene acentuándose en los últimos años y que indica que su
fin como fuente de energía está próximo.
Este
declive comenzó en EE.UU. en los años 70 y tuvo como resultado
la cancelación de más de 120 centrales nucleares en ese
país, principalmente por motivos puramente económicos, es decir
a causa de su falta de rentabilidad. Posteriormente, hemos presenciado
la cancelación de programas de energía atómica por todo el mundo.
Actualmente, ni en
Norte América ni en Europa Occidental hay reactores en construcción.
Ni siquiera en Francia, el país europeo más nuclearizado, donde
recientemente se ha cancelado la construcción de los dos últimos
reactores encargados. El último estudio comparativo sobre los
costes de generación llevado a cabo por el Ministerio de Industria
galo para 1997, demostró claramente que la energía nuclear no
es el recurso más barato para la nueva generación eléctrica en
Francia.
En Europa del Este
sólo se están construyendo un puñado de reactores. Incluso en
Asia, a menudo presentada por la industria nuclear como la próxima
región del mundo que construirá muchas centrales, los programas
están rápidamente reduciéndose y cancelándose.
En la próxima década
es de prever que este declive continuará y, a medida que la verdad
sobre los costes económicos y medioambientales del desmantelamiento
de instalaciones nucleares y de la gestión de los residuos radiactivos
salga a la luz, esta tendencia a la baja se acelerará mucho.
Los
costes del desmantelamiento:
Una prueba más del fracaso
económico de la energía nuclear
El desmantelamiento
de Vandellós-I es una muestra más del rotundo
fracaso de la energía nuclear. Su elevado coste económico y las
cuestiones tecnológicas no resueltas que pesan sobre este proceso,
que generará importantes cantidades de residuos radiactivos, demuestran
esta afirmación. La crisis actual en cuestiones como la gestión
de estos residuos, el desmantelamiento, la seguridad y los costes
económicos, ha minado seriamente la credibilidad de la industria
nuclear.
Mientras más de 80 centrales nucleares se han cerrado definitivamente
en todo el mundo (entre ellas Vandellós-I, tras el accidente sufrido
en 1989), continúan sin ser contestadas muchas preguntas sobre
el desmantelamiento definitivo de estas instalaciones, aunque
ya está claro que su coste económico superará con mucho todas
las previsiones inicialmente realizadas por la industria nuclear.
De hecho ya se sabe con certeza que, en la mayoría de los casos,
costará tanto o más desmantelar una central nuclear que lo que
se gastó inicialmente en construirla. Por ejemplo, el reactor
de Yankee Rowe en el Oeste de Massachusetts (Estados Unidos),
con un coste de construcción en 1960 de 186 millones de dólares,
se cerró en 1991. Desmantelar por completo esta central nuclear
costará unos 370 millones de dólares.
Una situación similar se va a dar en la central de Vandellós-I,
en cuyo caso los cálculos sobre el coste total de su desmantelamiento
han ido creciendo incesantemente en los diferentes planes presentados,
oscilando ya entre 85.000 y 100.000 millones de pesetas, según
las estimaciones más fiables.
En el Estado español, como en Francia y otros países, la
gestión de los residuos radiactivos es costeada íntegramente por
los ciudadanos, en lugar de recaer sobre las compañías eléctricas,
las cuales en su día hicieron su apuesta por la energía nuclear
creyendo equivocadamente que les resultaría un negocio rentable.
Los ciudadanos españoles, a través de su factura de la luz, están
pagando de su bolsillo los errores de la industria nuclear, en
general completamente ajenos a ello