RESIDUOS RADIOACTIVOS


CEMENTERIOS NUCLEARES


Cambios en la composición del combustible de uranio tras su paso por un reactor nuclear

Desesperada por el enorme volumen de los residuos radiactivos y el elevado coste de su gestión, la industria nuclear ha tratado desde sus orígenes de librarse de su problema de diversas formas procurando sobre todo aplicar las medidas que le resulten más baratas, aunque éstas resulten perjudiciales para el medio ambiente.

Así pues, durante muchos años, la industria nuclear de diversos países estuvo virtiendo al mar desechos nucleares de todo tipo, no sólo de baja y media actividad, sino también de alta actividad (1). En 1946 tuvo lugar, por parte de Estados Unidos, el primer vertido al mar de residuos radiactivos de alta actividad.

En 1972 se constituyó el Convenio de Londres sobre Vertidos (LC) (2) y desde ese año se prohibió el vertido al mar de residuos radiactivos de alta actividad (3).

Sin embargo, el Convenio de Londres consintió el vertido al mar de residuos de baja y media actividad, práctica que continuó desde entonces hasta 1983. En esos años se virtieron al mar enormes cantidades de estos desechos nucleares. Desde 1967 a 1982, ocho países europeos (especialmente el Reino Unido) virtieron en la Fosa Atlántica (situada a unos 700 kilómetros de las costas gallegas y con una profundidad de 4.000 metros) hasta 142.000 toneladas de residuos de baja y media actividad. El total de radiactividad de esa cantidad supera el millón de curios (4) (como comparación en el área inmediata a Chernóbil se liberaron durante el accidente de 1986 cerca de 130.000 curios).

Finalmente, tras largos años de trabajo de las organizaciones sociales, entre ellas Greenpeace, el 12 de noviembre de 1993, en la 16ª Reunión Consultiva del Convenio de Londres se adoptó una resolución que prohibía definitivamente el vertido al mar de todo tipo de residuos radiactivos (5).

Se ha calculado que la cantidad de residuos de baja y media actividad que se habrían vertido a los mares, de no haberse aprobado la prohibición internacional hubiera sido de 2.655.000 toneladas (6).

La industria nuclear se quedó de esta forma sin este procedimiento altamente irresponsable de arrojar al mar sus residuos radiactivos. Eliminada legalmente esta vía, esta industria quiere ahora librarse del problema de sus residuos radiactivos construyendo cementerios nucleares en formaciones geológicas, especialmente profundas en el caso de los residuos de alta actividad. Este es también el caso de España.

Cementerios nucleares en profundidad

Un cementerio nuclear en profundidad sería, en pocas palabras, una instalación que se construiría a varios centenares de metros de profundidad, en una formación geológica, donde se encerrarían los residuos radiactivos, en un teórico intento de que éstos quedaran definitivamente aislados del medio ambiente y los seres humanos.

Para ello, se están considerando y estudiando actualmente a nivel internacional diversos tipos de rocas como potenciales candidatas para albergar un cementerio nuclear en profundidad. Principalmente granito, sal, arcilla y tobas volcánicas.

La industria nuclear define de forma interesada y optimista el 'almacenamiento geológico profundo' (AGP) como "una forma de eliminar definitivamente los residuos mediante su colocación en un repositorio adecuado. Los medios y medidas de aislamiento correctamente diseñados garantizan que, una vez sellado y abandonado el repositorio, no será necesario emprender trabajos posteriores de mantenimiento y vigilancia ni acciones preventivas o correctoras" (7).

El AGP suele plantearse para almacenar los residuos de alta actividad. En este contexto, se entiende por residuos de alta actividad tanto el combustible irradiado como los residuos procedentes de sureprocesamiento, en los países en que esta actividad se lleva a cabo. Este sería también el caso de España, donde además del combustible irradiado de las centrales nucleares tenemos que considerar los residuos radiactivos de alta actividad procedentes del reprocesamiento del combustible gastado de Vandellós-I que serán devueltos por Francia en forma vitrificada en los primeros años de la próxima década.

En el combustible gastado conviven tanto los elementos transuranidos (como el plutonio, de muy alta actividad y períodos de semidesintegración elevadísimos (8)) como los productos de fisión, de muy alta actividad pero en general con períodos de semidesintegracion más cortos (9).

Según datos recogidos de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (ENRESA), en un elemento combustible de referencia (10), la radiactividad total es del orden de 1E+16 Bq (1E+16 -notación científica- equivale a 1·1016, es decir 10.000.000.000.000.000), es decir decenas de miles de billones de bequerelios. Esto es una tremenda cantidad de radiactividad. Recordemos, como se comentó más arriba, que en el área inmediata a Chernóbil, la mayor catástrofe hasta ahora de la industria nuclear, se liberaron durante el accidente de 1986 cerca de 130.000 curios.

Durante los primeros cientos de años, un gran porcentaje de la radiactividad total será producida fundamentalmente por los productos de fisión. Al cabo de mil años, algunos de estos radioisótopos, especialmente el cesio-137 y el estroncio-90, prácticamente habrán desaparecido pero la actividad total habrá decaído tan sólo entre 2 y 3 órdenes de magnitud, manteniéndose entre 1E+13 y 1E+14 Bq, aún por encima de la actividad generada por los isótopos del plutonio por sí solos.

Después de esto, 100.000 años más tarde, la radiactividad total habrá disminuido otra vez solamente por un factor de 10, estando a un nivel de 1E+12 Bq. Y al cabo de un millón de años todavía estará entre 1 y 2 órdenes de magnitud por encima de la del uranio-238, principal nucleido contenido en el mineral de uranio que en su día se utilizó para producir el combustible.

La práctica habitual de la industria nuclear es minimizar la gravedad de estos datos, aplicando criterios fuertemente subjetivos e interesados acerca de hasta cuando el peligro potencial de los residuos radiactivos es 'serio' y desde que momento no lo es.

Aún así, no le queda otro remedio que admitir que los residuos de alta actividad seguirán siendo peligrosos durante largos períodos de tiempo. Tan largos que la propia industria nuclear admite su incapacidad para aislar del medio ambiente la radiactividad de los residuos radiactivos durante todo ese tiempo.

Problemas de los cementerios nucleares en produndidad

La industria nuclear ha propuesto un sistema de aislamiento de residuos basado en su concepto de barreras múltiples. Estas barreras son los residuos en sí mismos, la cápsula que los contiene, el material de relleno y sellado, las construcciones de sellado de la zona próxima a los residuos, la formación geológica alojante en la que se construye el cementerio, el material o terreno de recubrimiento y los estratos circundantes (11) .

A pesar de todas las barreras de ingeniería, la industria nuclear reconoce que la seguridad a largo plazo del almacenamiento dependerá principalmente de las barreras naturales. Esto significa que, finalmente, la validez de todo el sistema de almacenamiento profundo para lograr el aislamiento teóricamente eficaz de los residuos radiactivos depende fundamentalmente de utilizar sistemas naturales, es decir formaciones geológicas, altamente fiables (12).

Una de las cuestiones radica, pues, en saber si existen esas 'formaciones geológicas altamente fiables' para este propósito, lo cual es muy dudoso, puesto que la Naturaleza nunca se ha tenido que enfrentar ante sustancias tan sumamente peligrosas y persistentes como las creadas por el empeño atómico del ser humano.

Hay toda una serie de opiniones en contra de este concepto de gestión de los residuos. Para muchos científicos y técnicos no vinculados directamente a la industria nuclear, la opción de almacenamiento de residuos bajo tierra no es un método seguro, ni fiable, de inmovilizar y aislar los residuos nucleares del medio ambiente (13).

Hemos visto que los niveles de radiactividad de un AGP permanecerán muy por encima de los naturales durante muchos centenares de miles de años. Hace tan sólo 10.000 años tuvo lugar en nuestro planeta la última glaciación. Desde entonces ha habido grandes cambios en la superficie terrestre, cambios muy diversos que, entre otras cosas, han afectado de forma sustancial al nivel de las aguas subterráneas. A corto plazo, desde el punto de vista geológico, nos enfrentamos a la amenaza de sufrir un grave cambio climático, de consecuencias imprevisibles, que daría al traste con cualquier modelo de cementerio nuclear en profundidad.

Aún suponiendo que una zona finalmente seleccionada y su entorno fueran geológicamente estables tanto a corto como a largo plazo (es decir, esté libre de sufrir terremotos, movimientos tectónicos, elevaciones y plegamientos del terreno, erosión, procesos de vulcanismo, o cualquier otro fenómeno natural), en un almacenamiento de residuos nucleares de este tipo aparecerían una serie de graves problemas.

Como, por ejemplo, el de los gases (algunos explosivos, como el hidrógeno) que los residuos generarían en el depósito subterráneo. No se conoce la forma de ventilar los gases sin que se produzca simultáneamente una vía de escape para las sustancias radiactivas.

Por otro lado, las rocas situadas bajo cualquier formación geológica tienen un gran número de fallas, y nunca será posible identificarlas todas. En consecuencia, será imposible comprender con exactitud cómo circula el agua subterránea, que será el principal vehículo de escape para los radionucleidos, y por tanto predecir cómo saldrán fuera del depósito las sustancias radiactivas, que terminarían alcanzando de un modo u otro los acuíferos o los cauces de aguas superficiales de los que el ser humano se abastece para sus actividades.

Los modelos geológicos que adoptará la industria nuclear tenderán a simplificar en gran medida los detalles de las condiciones geológicas y los cálculos del comportamiento del flujo de las corrientes de aguas subterráneas en relación con la geología del lugar. Y asumirá que las formaciones rocosas son más uniformes, fuertes y sin fracturas de lo que realmente son.

Este es el caso, por ejemplo, de la configuración geológica adoptada para el 'emplazamiento genérico' tal y como aparece en la descripción del 'concepto preliminar de referencia para el almacenamiento de residuos de alta actividad en formaciones graníticas' de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (ENRESA) (14).

La simplificación que la industria nuclear hace de la realidad geológica es tal que, en la descripción mencionada, se advierte que "Conviene hacer hincapié en que una configuración de fracturas tan regular quizá no se encuentre nunca en la realidad" (15).

Esta necesidad de simplificar los modelos viene impuesta por el hecho de que la industria nuclear no considera posible predecir el comportamiento futuro del sistema de almacenamiento en todos sus detalles (16).

Otra idea básica sobre almacenamiento de residuos en profundidad es que debe evitarse la intrusión humana, por lo que se planea como un vertido hermético, que una vez cerrado no requerirá posterior intervención humana. Esto supone un grave problema, puesto que de esta manera sería imposible recuperar un contenedor que tuviese fugas.

Así pues, la industria nuclear, por una parte, no puede ofrecer garantía alguna de que la roca que aloje los residuos podrá contener la radiactividad que emitan éstos, y por otra, admite que todas las barreras construidas por el hombre para este tipo de almacenamiento fallarán en un lapso de tiempo muy inferior al periodo en el que los residuos nucleares se mantendrán peligrosamente radiactivos.

Aunque la radiactividad de los residuos enterrados pueda tardar cierto tiempo en alcanzar el medio ambiente, existen otros riesgos, mucho más inmediatos, de accidente: los derivados del transporte de los residuos hacia el cementerio, su preparación en las instalaciones y los relacionados con el vertedero en sí mismo.

Ningún vertedero nuclear es seguro. Al menos tres cementerios para residuos de baja actividad ya establecidos en los Estados Unidos han sufrido fuertes fugas. La planta piloto WIPP (Waste Isolation Pilot Plant), en Carlsbad (Nuevo México, EE.UU.), construida por el Departamento de Energía de los Estados Unidos para el almacenamiento en profundidad de los residuos de alta actividad generados por la fabricación de armas atómicas, ha experimentado intensos problemas geológicos, incluso antes de ser abierta.

La oposición social a este tipo de almacenamientos es en cualquier parte muy elevada. Ante esta situación, y también por motivos económicos, la industria nuclear se ha planteado en numerosas ocasiones la idea de transferir esos desechos a países del Tercer Mundo donde crear cementerios nucleares en los que almacenar los residuos radiactivos de varios países. Este es el caso de los proyectos de 'cementerio común' de ámbito regional elaborados por el OIEA.

Con frecuencia, se buscan 'terceros mundos' dentro de cada país. Las comunidades pobres, poco cohesionadas socialmente, con bajo nivel socio-económico y cultural son a menudo las víctimas propiciatorias de la industria nuclear, al tener, en principio menor capacidad de organización para hacer frente a los planes de la industria de albergar un cementerio nuclear en su territorio.


   
 
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