ATENEO  TEMAS CANDENTES  Inteligencia Artificial
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Una de las actividades que más se ha desarrollado en los últimos cincuenta años es la Tecnología. Actualmente, los dispositivos que son capaces de autorregulación, es decir, de modificar su funcionamiento según ciertas variables del entorno, se incorporan de forma trivial a casi todos los aparatos de uso cotidiano; por ejemplo, un termostato que regula el encendido o apagado de una calefacción, según la temperatura de la habitación. Obviamente, a nadie medianamente razonable se le ocurrirá decir que una calefacción con termostato es inteligente y, sin embargo, la capacidad de observar el entorno y obrar en consecuencia es uno de los rasgos principales de la inteligencia. ¿Es entonces posible construir un aparato de funcionamiento mecánico o eléctrico que sea, de verdad, inteligente? La respuesta a esta pregunta es difícil. En primer lugar, debe definirse qué es la inteligencia, pues está claro que es algo más que la capacidad de autorregulación. O bien, es posible empezar a construir aparatos que sean capaces de realizar tareas complejas de forma lógica, según ciertos parámetros de funcionamiento, sin necesidad de plantearse una cuestión tan filosófica como la que se nos presenta. Ambas líneas de actuación están en marcha desde hace varias décadas.


Alan Turing en 1935


Las raíces de la inteligencia artificial pueden situarse, de forma un tanto arbitraria, hacia 1936, año en que el matemático inglés Alan Turing expuso una demostración fundamental: cualquier problema puede resolverse de forma mecánica, si puede expresarse como un cierto número de manipulaciones que puede realizar una máquina. Evidentemente, el cálculo matemático es una de esas tareas –y, probablemente, la más importante en la actualidad-; las primeras computadoras no realizaban sino cálculos matemáticos: se trataba de meros ábacos automáticos, no muy diferentes a las "máquinas aritméticas" que ya construyera el científico francés Blaise Pascal, a mediados del s. XVII. Con la llegada de las calculadoras programables, a partir de la década de 1950, estos cálculos se fueron sofisticando considerablemente; una acción mecánica compleja puede estructurarse en una serie de instrucciones ordenadas y es entonces posible, de acuerdo con la afirmación de Turing, construir una máquina que responda, de forma lógica, a tales instrucciones.

Nace así lo que se ha dado en llamar la ingeniería de sistemas expertos: máquinas que toman decisiones sencillas de entre un amplio abanico de posibilidades almacenadas en su memoria. MYCIN, en 1974, fue uno de los primeros sistemas expertos utilizado con éxito: mediante muestras de sangre diagnosticaba ciertas infecciones bacterianas y sugería tratamientos apropiados, por supuesto, bajo supervisión médica. En la actualidad, tales sistemas, que ocupan una parte muy importante de la actividad en inteligencia artificial, se utilizan en ámbitos diversos, entre los que se cuentan desde la regulación del tráfico urbano hasta el funcionamiento rutinario de una estación espacial. Por lo tanto, sin necesidad de plantearse qué es la inteligencia se pueden construir máquinas que, si bien no pueden denominarse propiamente como inteligentes, por lo menos cabe la posibilidad de calificarlas como de "muy razonables".
Estación espacial Mir. El funcionamiento rutinario de una estación espacial es un ejemplo de sistema experto automático.

Koala es un robot pequeño, experimental, realizado por la escuela politécnica federal de Lausana. Una de sus aplicaciones de mayo réxito ha sido asociarle una aspiradora. El robot detecta sillas y otros obstáculos, los clasifica, es capaz de seguir las paredes y medir ángulos de forma precisa.


¿Porqué no pueden llamarse inteligentes? Debido a la propia indefinición de la inteligencia: es una cualidad que consideramos exclusivamente humana -aunque haya quienes crean que ciertos animales, y algunas de las máquinas que en la actualidad se construyen, la posean, al menos en cierta medida. Esta cualidad, de un modo muy simplificado, la reflejamos en el llamado "coeficiente intelectual", un número que indica la capacidad mental de un individuo, en relación con su edad biológica, mediante una serie de tests psicológicos en los que se examinan ciertas habilidades que se van adquiriendo, en mayor o menor medida, a lo largo de la vida; características como la capacidad de abstracción, la resolución de problemas numéricos o la capacidad de comprensión verbal. Este test es, lógicamente, inaplicable a las máquinas: la más sencilla de las computadoras puede realizar, en escasos segundos, complicados cálculos matemáticos que sólo un ejército de experimentados catedráticos de matemáticas sería capaz de resolver; aunque, por otra parte, esta misma máquina se mostraría incapaz de entender el significado de la expresión "la manzana está sabrosa", algo que cualquier niño de cuatro años domina. Por todo ello, es difícil saber cuándo una máquina podrá ser llamada, con propiedad, inteligente. Alan Turing propuso, ya en los años 50, un ingenioso test para saber si una máquina era o no inteligente; en un artículo titulado "Inteligencia y maquinaria computacional" propuso un juego: un observador interactúa con una máquina y un hombre, de tal manera que haga innecesario para ésta tener que imitar la voz o el aspecto humanos. El observador hace preguntas a ambos, las que desee, y tanto el hombre como la máquina deben intentar persuadir al observador de que son humanos.

Evidentemente, este juego restringe la definición de inteligencia a una mera imitación del comportamiento humano. Sin embargo, una persona puede cometer errores en un cálculo matemático -algo que una computadora jamás haría, a no ser que se la programe a engañar al observador- y seguir siendo inteligente; por otra parte, una máquina que no conozca lo suficiente de los seres humanos como para imitarlos no pasaría el test, y no tendría porqué no ser inteligente.
Conocidas películas de ciencia ficción en las que aparecen máquinas dotadas de inteligencia artificial


Aunque la imitación de la inteligencia humana es una de las áreas de investigación de la inteligencia artificial, en muchos otros casos se logran mejores resultados utilizando la enorme capacidad de procesamiento de datos de las computadoras, fuera del alcance del común de los humanos. Piénsese, por ejemplo, en el ajedrez, juego que requiere (a partes iguales) una gran capacidad intelectual y elevadas dosis de creatividad, y de cómo el campeón ruso Gary Kaspárov fue derrotado por Deep Blue, una fantástica computadora construida por la firma estadounidense IBM, que utilizaba, únicamente, una memoria descomunal y una capacidad de cálculo de miles de millones de variantes para cada posición, varios órdenes de magnitud superior a la capacidad mental del más brillante de los mortales. El campeón del mundo de una disciplina creativa fue derrotado por la fuerza bruta del algoritmo puro y duro. Así, frente a quienes creen que, aun ignorando el tipo exacto de proceso mental que realiza un ajedrecista, siempre es posible simularlo con el suficiente grado de aproximación mediante el algoritmo apropiado -en definitiva, que da igual que una máquina sea o no inteligente, mientras lo parezca-, otros creen que sí que es necesario encontrar definiciones aceptables de la intuición, la creatividad, la capacidad de aprendizaje, la estrategia y otras características esencialmente humanas, para tratar de traducirlas a un programa informático. Ambos modos de encarar el mismo problema coexisten sin conflictos en los grupos que investigan sobre la de inteligencia artificial.

Así, no es de extrañar que, junto con equipos de ingenieros que desarrollan y perfeccionan una gran cantidad de sensores de visión tridimensional, sensores químicos que remeden el olfato y sensores táctiles que permitan dosificar la fuerza que se emplea en la manipulación de los objetos, según su peso y fragilidad, otros equipos trabajan en los mecanismos de percepción, tratando de desarrollar programas informáticos que permitan a una máquina reconocer objetos tridimensionales, en la elaboración de programas de aprendizaje que permitan a una máquina funcionar de acuerdo con su propia experiencia. También se investiga en la lógica difusa, la que subyace en el habla común, es decir, la que permite realizar afirmaciones tan poco demostrables como la de la manzana sabrosa, u otras como "esta persona es más atractiva que esta otra" o "Juan es de baja estatura", de forma que la interacción entre una máquina y una persona se pueda realizar de la forma más natural posible. Asimismo, se desarrollan programas que posibiliten la utilización del lenguaje simbólico, que permite no definir, pero sí inferir conclusiones a partir de datos incompletos o basados en la utilización de analogías. Otro campo interesante en el que se investiga es en la utilización de los llamados algoritmos genéticos, que utilizan ciertos cálculos para extraer, a partir de un conjunto de premisas y con el número de datos insuficiente, la conclusión de mayor probabilidad estadística. Se investiga también en la elaboración de redes neuronales, ingenios que intentan interconectar entre sí un gran número de chips, imitando las conexiones sinápticas que hay en el cerebro humano, en la creencia de que así se puede reconstruir mejor la inteligencia. Y otras muchas disciplinas científicas colaboran en la construcción de las máquinas inteligentes.
"Kismet" es un robot construido por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Con este prototipo Intentan construir una máquina inteligente y sociable que aprenda a través de la interacción con otros seres.

Rodney Brooks, director del laboratorio de Inteligencia artificial del MIT, con "Cog", el robot humanoide con el que investigan los mecanismos de aprendizaje de un ser humano.



No obstante, siempre quedarán espíritus irreductibles y escépticos que crean que es imposible lograr una máquina, de verdad, inteligente, que siempre quedará un rasgo humano de inteligencia difícilmente convertible en una serie de algoritmos, llámese éste creatividad o cualquier otra cosa. Uno de ellos, Albert Einstein –que bien podría ser elegido como la persona más inteligente de la historia, en una hipotética consulta mundial- lo afirmó con un aforismo demoledor, de los que quedan para la reflexión posterior: "Las máquinas podrán resolver problemas, pero nunca podrán plantearse problemas".


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