PATRIMONIO  LUGARES DEL SABER  Colegio Imperial. Historia
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El Plan de Estudios Mayores del Colegio tenía 17 cátedras, entre las que había algunas dedicadas a lenguas clásicas, lógica, filosofía natural aristotélica, historia cronológica, Sagrada Escritura, teología moral y materias más o menos convencionales, pero también otras consagradas a las nuevas ciencias: matemáticas vinculadas a la medición, astronomía, cálculo de posiciones e hidrografía, anatomía, historia natural, botánica y mineralogía.

Además, había dos que recogían los estudios militares y los saberes de la economía y la política. Sin duda, se trataba de formar a los futuros cortesanos y administradores de la Monarquía. Los Reales Estudios en el Colegio Imperial (1625-1767) tuvieron, por tanto, bien presentes las necesidades técnicas y la cualificación científica que requería el ejercicio del poder.

Es significativo también que la Cátedra de Cosmografía y Matemáticas de la Academia de Matemáticas creada por Felipe II pasara a incorporarse al Colegio Imperial en 1628; y también que otra de las tres cátedras de matemáticas del Colegio fuera sufragada por el Consejo de Indias.



PAUNER, PLAN DE ESTUDIOS DEL COLEGIO 
JESUITA DE CORDELLES (s. XVIII)


Ocurre, simplemente, que las antiguas atribuciones de otras instancias (Casa de Contratación, la citada Academia de Felipe II, el propio Consejo de Indias) fueron asumidas y desplazadas a la órbita de los jesuitas, los verdaderos monopolizadores de la enseñanza nobiliaria, los ejecutores de buena parte de los proyectos técnicos e intelectuales relacionados con las Indias y, sin duda, los encargados de conciliar los nuevos conocimientos con el dogma católico.

Entre los científicos de renombre que impartieron docencia en sus aulas están Claude Richard, La Faille, Alexandro Berneto, Pedro de Fresneda, Juan Eusebio Nieremberg y José de Zaragoza. El eclecticismo -una categoría que la cultura del Barroco y la obra de los jesuitas conjugaron seguramente mejor que nadie- hizo que junto al rechazo del heliocentrismo y el atomismo, por el Colegio Imperial desfilaran muchas de las nuevas ideas.



J.E. NIEREMBERG (ca. 1595-1658)


Así, por ejemplo, no es de extrañar que los mejores tratados de enseñanza de geometría, trigonometría, aritmética, álgebra y astronomía escritos en la España del siglo XVII salieran de la pluma de Richard, La Faille y Zaragoza. Y tampoco que, más allá de su época dorada, en pleno siglo ilustrado, tuviera que ser el jesuita Padre Burriel quien ayudara a Jorge Juan a publicar sus trabajos astronómicos donde defendía abiertamente el sistema copernicano.

Obviamente, el mundo de las ciencias no fue el único en que descollaron sus profesores y alumnos. Ya hemos mencionado a Lope, Calderón y Quevedo. Las justas poéticas del Colegio fueron ciertamente famosas y algunos de los mejores predicadores de su tiempo (un género entonces de gran importancia) fueron miembros del Colegio, cuando no sus propios rectores, como es el caso del Padre Jerónimo de Florencia.

En el siglo XVIII las grandes atribuciones en materia de cosmografía, geografía y matemáticas de que gozaban los jesuitas fueron pasando a manos de los ingenieros militares y los oficiales científicos de la Armada, los nuevos brazos de una Monarquía que liquidó su vieja alianza con la Compañía en favor de otros cuerpos más cercanos a sus ideales centralizadores y burocráticos.

   

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