Oviedo residió en América durante casi la mitad de su vida, a lo largo de seis periodos, interrumpidos por visitas a la metrópoli movidas por intereses políticos y personales siempre relacionados con las Indias y con la publicación de sus obras.
Desde, al menos, 1525 hasta 1548, trabajó incansablemente en la Historia natural y general que es, sin duda, el ejemplo más sobresaliente de lo que la primera generación de cronistas aportaron al conocimiento europeo de la naturaleza de las Indias occidentales. |
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El entusiasmo de Oviedo por los fenómenos naturales de la tierra, el clima o los mares que bañaban islas y continentes recién explotados por los europeos, por las plantas y animales que los poblaban, así como por el rendimiento que los humanos extraían de ellos, no tiene parangón en ninguna de las otras crónicas indianas. Sin duda, las largas estancias del cronista en tierras americanas resultaron determinantes para dar forma a su obra y la separan claramente de la de otros cronistas cortesanos. Por otro lado, su firme propósito de incluir la descripción de la naturaleza como elemento esencial de su Historia, lo distinguen también de otros textos coetáneos.
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Por encima de esa actitud entusiasta, la obra de Oviedo (tanto en su parte naturalística como en la histórica) se somete a un riguroso método descriptivo, en donde precisión y experiencia (sobre todo, la propia) son exigencia continua. Pero, además, deben tenerse en cuenta tres firmes convicciones del cronista que ayudan a comprender la visión de la naturaleza americana que las páginas de su Historia transmitieron a sus lectores: la convicción en la utilidad de todas las cosas naturales, puestas en el mundo por el Creador para provecho del hombre (y, por ende, del europeo colonizador de las nuevas tierras); la insistente reafirmación de la empresa imperial española, común a la obra de todos los cronistas hispanos, pero especialmente eficaz en el caso de Oviedo, como no dejaron de señalar amigos y enemigos de esa cosmovisión fuertemente imperial, cristiana y castellana; y, por último, la convicción no menos firme de que la naturaleza del llamado Nuevo Mundo no lo era en absoluto, de ahí su empeño continuo en incluirla en las categorías de lo conocido, no por medio de asimilaciones simplistas, sino con un método descriptivo y clasificatorio que hace de su repertorio de nombres de lugares y accidentes geográficos, recursos minerales, plantas y animales americanos una fuente de saber preciso. Descripciones y terminología que tradujeron la naturaleza americana en conocimiento inteligible para el lector europeo coetáneo.
Es de estos últimos rasgos de donde deriva el duradero impacto de la obra de Oviedo entre los naturalistas europeos hasta bien entrado el siglo XVII. La temprana difusión europea de la obra del cronista madrileño a través de la imprenta veneciana, conseguida esencialmente gracias a la mediación del círculo intelectual en torno a Giambattista Ramusio, Pietro Bembo y Girolamo Fracastoro, dio mayor eficacia a la difusión de la obra de Oviedo en otros países europeos. Sus descripciones geográficas, climáticas, botánicas y zoológicas, así como sus dibujos y grabados, circularon profusamente en cartas, manuscritos y letra impresa. Las traducciones al italiano, al francés y al latín, además, explican la sorprendente perdurabilidad de muchos términos de orígen amerindio (taíno, arawak, mexica) en la literatura científica europea pre y post linneana: bija, jagua, batata, boniato, goaconax, anón, pitahaya, cabuya, henequén, bijao, caimito, maní, o tuna, por citar sólo unos cuantos.
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