Pensábamos: Después de tanto andar hundiéndonos por el barro y la grava de las cosas, y el alto enjambre de los cuerpos voladores, al fondo será macizo el suelo; la mano, al fin en casa, palpará la verdad del volumen inmóvil, oiremos, silenciosos, los Números nativos. Y entramos, y el temblor y amor de la materia la hacía enajenarse, estallar de locura, cegándonos y huyendo en máscaras cambiantes que dejaban atrás una estela de cifras. El duro hueso, el núcleo mismo, se desangraba sin fin en un reguero de golpes y ocurrencias. Y una severa voz nos dijo: Prohibido imaginaros algo, pintar en vuestra mente, recordar las imágenes de la vida y la infancia. No pongáis vuestra mano en este lomo esquivo. Humildemente, sólo anotad sus costumbres, sus chispazos, sus locas carreras, sus apegos. Si nunca preguntáis de dónde viene y cómo se llama este fantasma, os servirá rendido: sobre todo ¡renuncia!, sobre todo ¡silencio! |
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