Qué sed de saber cuánto! Qué hambre de saber cuántas estrellas tiene el cielo!
Nos pasamos la infancia contando piedras, plantas, dedos, arenas, dientes, la juventud contando pétalos, cabelleras. Contamos los colores, los años, las vidas y los besos, en el campo los bueyes, en el mar las olas. Los navíos se hicieron cifras que se fecundaban. Los números parían. Las ciudades eran miles, millones, el trigo centenares de unidades que adentro tenían otros números pequeños, más pequeños que un grano. El tiempo se hizo número. La luz fue numerada y por más que corrió el sonido fue su velocidad un 37. Nos rodearon los números. Cerrábamos la puerta, de noche, fatigados, llegaba un 800, por debajo, hasta entrar con nosotros en la cama, y en el sueño los 4000 y los 77 con sus martillos o sus alicates. Los 5 agregándose hasta entrar en el mar o en el delirio, hasta que el sol saluda con su cero y nos vamos corriendo a la oficina, al taller, a la fábrica, a comenzar de nuevo el infinito número 1 de cada día.
Tuvimos, hombre, tiempo para que nuestra sed fuera saciándose, el ancestral deseo de enumerar las cosas y sumarlas, de reducirlas hasta hacerlas polvo, arenales de números.
Fuimos empapelando el mundo con números y nombres, pero las cosas existían, se fugaban del número, enloquecían en sus cantidades, se evaporaban dejando su olor o su recuerdo y quedaban los números vacíos.
Por eso, para ti quiero las cosas. Los números que se vayan a la cárcel, que se muevan en columnas cerradas procreando hasta darnos la suma de la totalidad del infinito. Para ti solo quiero Que aquellos números del camino te defiendan y que tú los defiendas.
La cifra semanal de tu salario se desarrolle hasta cubrir tu pecho. y del número 2 en que se enlazan tu cuerpo y el de la mujer amada salgan los ojos pares de tus hijos a contar otra vez las antiguas estrellas y las innumerables espigas que llenarán la tierra transformada. |
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